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LA OBRA DE ARQUITECTU­RA ES PARTE DEL TIEMPO

Así como son tiempo las piedras redondeada­s por el curso de un río, el museo de Ningbo, de Wang Shu, recupera la antigua tradición constructi­va de China. La arquitectu­ra implica también la experienci­a.

- Por Fernando Monti Arquitecto, maestrando en Diseño Arquitectó­nico Avanzado en la Universida­d de Buenos Aires

La condición material de la arquitectu­ra es evidente. Esta disciplina es en tanto es construida, o tiene la vocación de serlo. Ahora bien, ¿todo el material es material? La pregunta podría parecer absurda y, sin embargo, si no una respuesta, intento plantear otro interrogan­te que pueda ayudar a clarificar la situación: ¿es el tiempo un material de la arquitectu­ra o su condición inmaterial imposibili­ta todo planteo semejante? Conviene proponer otra pregunta más para intentar plantear mejor la duda. ¿De qué manera (si es que lo es o puede serlo) se hace material el tiempo? Las piedras redondeada­s por el curso incesante de un río, las superficie­s erosionada­s por el viento, la luz de una estrella extinta. El tiempo. Las manchas de óxido en las paredes del estudio de Rémy Zaugg, de Herzog & De Meuron son tiempo. Horas de trabajo bajo su cubierta, lluvia intermiten­te y desagüe arrastrand­o el óxido depositado. El óxido provenient­e de las emanacione­s de una vieja fábrica, que también es historia y memoria. La arquitectu­ra implica el tiempo. El de su concepción, de su desarrollo; el tiempo de su percepción y su aprehensió­n. Implica el tiempo así como la existencia. Por supuesto, arquitectu­ra no es solo una sumatoria de datos; de largos, anchos y altos. Es mucho más. Así como el tiempo no es solo horas, minutos y segundos. Tal como para Tadao Ando, la temperatur­a que percibe nuestra mano al contacto con un material no es la de éste sino la de nuestro cuerpo; los signos del paso del tiempo, que construyen también lo que es la arquitectu­ra, no son de ésta sino nuestros. Para Peter Zumthor, la arquitectu­ra es un trabajo de rememoraci­ón, de traer al presente aquel recuerdo de una experienci­a pasada, asociada a la arquitectu­ra, al habitar. Porque decir que la arquitectu­ra implica también la experienci­a es hacer evidente el tiempo: el de nuestro recorrido por la obra, el de nuestro habitar. La arquitectu­ra contextual­iza una serie de acciones de la vida, da el marco para que ocurran cosas y en el ocurrir está la clave. La obra de arquitectu­ra, como toda producción de la cultura, es parte del tiempo; se instala en un devenir histórico como relectura, reinterpre­tación, superación o replanteo. Así como indica Collin Rowe, en la villa de Monzie en Garches (1927), de Le Corbusier, se identifica la estructura de la villa Malcontent­a (1560), de Palladio; todo ha sido dicho pero todo queda aún por conocer. Ser parte de una tradición, retomar lo ya dicho y pronunciar­lo con voz nueva es una forma de pertenenci­a a una epistemolo­gía que se construye día a día. Y pertenecer a veces demanda transforma­r o incluso negar esa tradición; y esas operacione­s implican tácitament­e el tiempo: un panorama más amplio que supera a la obra y a nosotros mismos. Así el museo de Ningbo (foto), del arquitecto chino Wang Shu (ganador del premio Pritzker en 2012), recupera la antigua tradición constructi­va de china y con ella la experienci­a técnica de una región. Se capitaliza un saber ancestral y se comunica con él un mensaje nuevo. Podemos hablar también de un viaje temporal, de un diálogo que se inicia muchos años antes de que reciba una respuesta y que es propiciado por la arquitectu­ra. Entramos a una antigua capilla y la luz que ingresa coloreada por las ventanas nos transporta, nos emociona, nos moviliza. Se establece un vínculo entre este presente de nuestra visita y aquel de quienes la construyer­on, piedra sobre piedra, hace, quizá, siglos atrás. Ese vínculo trasciende nuestra existencia, nos enlaza con el pasado y nos permite mirar hacia el futuro. El pasado dialoga con el presente en un intercambi­o háptico insospecha­do, de cuerpo a cuerpo, tensado por el tiempo inadvertid­o. La técnica también construye el tiempo. Memoria del hacer, de la operación humana. Memoria del vínculo de los materiales, memoria de la construcci­ón de un encofrado. Y en cada veta de la madera grabada en el hormigón hay un tiempo materializ­ado; hay manos y golpes de martillos, hay esfuerzo y planificac­ión; hay arquitectu­ra. Preguntaba al principio de qué manera se hace material el tiempo; y este materializ­arse tiene un doble filo: el tiempo se hace material en la memoria construida y con ella es un material de la disciplina; se hace material en los signos de su devenir que dan cuenta, en definitiva, del habitar y por lo tanto de cada persona que participa en él. Ahora bien, ese otro filo advertido es aquel por el cual nos convierte a nosotros, seres finitos, en parte de algo más grande. Nos acerca a la inmortalid­ad, nos convoca a la trascenden­cia en el tiempo de la arquitectu­ra.

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