LA OBRA DE ARQUITECTURA ES PARTE DEL TIEMPO
Así como son tiempo las piedras redondeadas por el curso de un río, el museo de Ningbo, de Wang Shu, recupera la antigua tradición constructiva de China. La arquitectura implica también la experiencia.
La condición material de la arquitectura es evidente. Esta disciplina es en tanto es construida, o tiene la vocación de serlo. Ahora bien, ¿todo el material es material? La pregunta podría parecer absurda y, sin embargo, si no una respuesta, intento plantear otro interrogante que pueda ayudar a clarificar la situación: ¿es el tiempo un material de la arquitectura o su condición inmaterial imposibilita todo planteo semejante? Conviene proponer otra pregunta más para intentar plantear mejor la duda. ¿De qué manera (si es que lo es o puede serlo) se hace material el tiempo? Las piedras redondeadas por el curso incesante de un río, las superficies erosionadas por el viento, la luz de una estrella extinta. El tiempo. Las manchas de óxido en las paredes del estudio de Rémy Zaugg, de Herzog & De Meuron son tiempo. Horas de trabajo bajo su cubierta, lluvia intermitente y desagüe arrastrando el óxido depositado. El óxido proveniente de las emanaciones de una vieja fábrica, que también es historia y memoria. La arquitectura implica el tiempo. El de su concepción, de su desarrollo; el tiempo de su percepción y su aprehensión. Implica el tiempo así como la existencia. Por supuesto, arquitectura no es solo una sumatoria de datos; de largos, anchos y altos. Es mucho más. Así como el tiempo no es solo horas, minutos y segundos. Tal como para Tadao Ando, la temperatura que percibe nuestra mano al contacto con un material no es la de éste sino la de nuestro cuerpo; los signos del paso del tiempo, que construyen también lo que es la arquitectura, no son de ésta sino nuestros. Para Peter Zumthor, la arquitectura es un trabajo de rememoración, de traer al presente aquel recuerdo de una experiencia pasada, asociada a la arquitectura, al habitar. Porque decir que la arquitectura implica también la experiencia es hacer evidente el tiempo: el de nuestro recorrido por la obra, el de nuestro habitar. La arquitectura contextualiza una serie de acciones de la vida, da el marco para que ocurran cosas y en el ocurrir está la clave. La obra de arquitectura, como toda producción de la cultura, es parte del tiempo; se instala en un devenir histórico como relectura, reinterpretación, superación o replanteo. Así como indica Collin Rowe, en la villa de Monzie en Garches (1927), de Le Corbusier, se identifica la estructura de la villa Malcontenta (1560), de Palladio; todo ha sido dicho pero todo queda aún por conocer. Ser parte de una tradición, retomar lo ya dicho y pronunciarlo con voz nueva es una forma de pertenencia a una epistemología que se construye día a día. Y pertenecer a veces demanda transformar o incluso negar esa tradición; y esas operaciones implican tácitamente el tiempo: un panorama más amplio que supera a la obra y a nosotros mismos. Así el museo de Ningbo (foto), del arquitecto chino Wang Shu (ganador del premio Pritzker en 2012), recupera la antigua tradición constructiva de china y con ella la experiencia técnica de una región. Se capitaliza un saber ancestral y se comunica con él un mensaje nuevo. Podemos hablar también de un viaje temporal, de un diálogo que se inicia muchos años antes de que reciba una respuesta y que es propiciado por la arquitectura. Entramos a una antigua capilla y la luz que ingresa coloreada por las ventanas nos transporta, nos emociona, nos moviliza. Se establece un vínculo entre este presente de nuestra visita y aquel de quienes la construyeron, piedra sobre piedra, hace, quizá, siglos atrás. Ese vínculo trasciende nuestra existencia, nos enlaza con el pasado y nos permite mirar hacia el futuro. El pasado dialoga con el presente en un intercambio háptico insospechado, de cuerpo a cuerpo, tensado por el tiempo inadvertido. La técnica también construye el tiempo. Memoria del hacer, de la operación humana. Memoria del vínculo de los materiales, memoria de la construcción de un encofrado. Y en cada veta de la madera grabada en el hormigón hay un tiempo materializado; hay manos y golpes de martillos, hay esfuerzo y planificación; hay arquitectura. Preguntaba al principio de qué manera se hace material el tiempo; y este materializarse tiene un doble filo: el tiempo se hace material en la memoria construida y con ella es un material de la disciplina; se hace material en los signos de su devenir que dan cuenta, en definitiva, del habitar y por lo tanto de cada persona que participa en él. Ahora bien, ese otro filo advertido es aquel por el cual nos convierte a nosotros, seres finitos, en parte de algo más grande. Nos acerca a la inmortalidad, nos convoca a la trascendencia en el tiempo de la arquitectura.