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BIG en la Bienal.

BIENAL DE ARQUITECTU­RA 2017 El fundador de BIG dio una conferenci­a en la que expuso las claves de su proceso creativo a través del repaso de sus obras. Informació­n precisa combinada con una actitud lúdica.

- Inés Álvarez ialvarez@clarin.com

Bjarke Ingels expuso las claves de su proceso creativo a través del repaso de parate de su obra.

De riguroso negro, Bjarke Ingels se plantó delante del auditorio colmado de la Usina del Arte. Agradeció la distinción como Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires con algunas palabras en español (lo habla desde que estudió en Barcelona), y rápidament­e se sumergió en un entretenid­o recorrido cronológic­o por sus obras con un sentido más didáctico que expositivo. Así fue como delante de arquitecto­s y estudiante­s Ingels relató con pasión el trayecto que hizo desde la construcci­ón de un gimnasio escolar hasta el prototipo de un barrio en Marte y quedó claro hasta dónde llega la capacidad del estudio BIG para adaptarse a los cambios. ¿Cómo debe pensar un arquitecto?, preguntó, y contó a continuaci­ón su experienci­a como autor del espacio deportivo de su propia escuela. El pedido se lo hizo su profesor de matemática­s y de ahí surgió la idea de tomar la fórmula del recorrido de una pelota para diseñar el techo, que a su vez se convirtió en un lugar de encuentro entre los estudiante­s, la primera muestra, de tantas otras que dará luego, de “cómo las circunstan­cias pueden dar forma”.

La exposición de Ingels fue minuciosa, con gráficos que demostraba­n cómo a un pensamient­o ligero se le fueron siguiendo capas de informació­n que terminaron por dar con el concepto vector del proyecto. “Tuvimos que besar 50 sapos hasta encontrar la forma correcta”, confesó después de explicar su proyecto para el Museo del reloj en Suiza.

Para llegar a la propuesta definitiva, BIG hace muchas maquetas, especialme­nte con Legos, uno de sus juguetes favoritos de la infancia. Por eso cuando llegó el encargo de esta firma danesa para hacer una sedemuseo en la ex municipali­dad de Billund recordó una frase inglesa: “Hace falta una ciudad para criar a un ni-

A través de la descripció­n de sus obras, Ingels demostró cómo nace un proyecto desde una idea hasta la propuesta definitiva. La conferenci­a siguió una secuencia cronológic­a de las obras más destacadas para explicar el proceso creativo del estudio.

ño”. ¿Y esto qué significa? Que el edificio no podía estar aislado de su entorno, al que terminó poniendo en valor con juegos interconec­tados e instalacio­nes que se pueden experiment­ar. “Ahí me di cuenta que los Legos no son sólo un juego, son una herramient­a que permite al niño crear su mundo y compartirl­o con otros”.

La experienci­a funcionó para revitaliza­r un barrio de esa ciudad y fue el paso previo que ayudó a su estudio a proyectar la recuperaci­ón de un barrio de Copenhague que concentra la mayor densidad de inmigrante­s del país, en donde conviven más de 60 nacionalid­ades. La primera opción del BIG fue convocar a los vecinos para que eligieran qué cosas de sus lugares de origen quisieran volver a vivir. “No lo hicimos para quedar bien con la gente”, aclaró, y mostró imágenes de un banco mexicano, en el que dos personas pueden sentarse uno al lado del otro y aún así mirarse a los ojos, y un asiento belga, cuya forma circular obstaculiz­a la comunicaci­ón entre sí.

Hubo varios momentos de este estilo, que llevaron al público a sonreír. La charla fue amena y cargada de anécdotas y datos. Como cuando explicó que para él la sustentabi­lidad a menudo se entiende como un sacrificio “esa idea protestant­e” y en cambio propone cuidar el medio ambiente natural y social con decisiones divertidas. Esto es lo que hizo para la defensa del Bajo Manhattan luego del paso del huracán Sandy y también en la planta de tratamient­o de desechos de Copenhague, que tendrá una pista de ski en la cima.

Por último, Ingels contó sobre encargo que le hizo el Gobierno de Emiratos Árabes Unidos: un edificio que recrea la vida en Marte. Para cumplir con este pedido, BIG se basó en informació­n científica que fue definitiva para delinear la propuesta. “Uno debe pensar a 100 años. Observar cómo cambia la realidad y por supuesto, asumir la responsabi­lidad como arquitecto de adaptarse”, concluyó.

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