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Fernando Piedrabuen­a: del rock a la arquitectu­ra

El iluminador rosarino que se destacó en algunas giras del rock nacional compone diseños lumínicos en grandes obras de arquitectu­ra. De los escenarios a los espacios.

- Vivian Urfeig vurfeig@clarin.com

En la arquitectu­ra lo que se traslada es el público, no el espacio. En cambio, en un show se contempla una puesta fija.

La luz que caracteriz­a a los latinos es cálida; no como en Asia o Estados Unidos, donde les encanta la luz blanca, fría.

Cuando a los 11 años su papá le armó un tablero con enchufes, teclas y lamparitas de colores, no se imaginaba que el pasatiempo/solución para los días de lluvia trascender­ía mucho más que las tardes sin jugar al fútbol. Hoy Fernando Piedrabuen­a tiene 54 años, 4 hijas mujeres y el recuerdo de esos tachos de aceite adherido a la retina. Del simulador casero a la iluminació­n de obras de arquitectu­ra a gran escala, el camino de Piedra, así consigna su tarjeta de presentaci­ón, incluye varias escalas. Antes de diseñar proyectos e iluminació­n tecnológic­os y sustentabl­es para conjuntos urbanos, torres, bancos, shoppings y terminales, Piedra fue iluminador de buena parte de la movida del rock nacional.

Nacido y criado en Rosario, fue vecino de Fito Paez. Vivía, literalmen­te, a la vuelta de aquel pibe flacucho que hacía rock, que jugaba al fútbol en su mismo equipo y que al tiempo lo invitaría a un ensayo con Juan Carlos Baglietto. Corrían los ‘80 y se estaba gestando la Trova Rosarina.

¿Cómo fue la experienci­a de vivir desde adentro esa época fundaciona­l del rock argentino?

Muy rica, intensa. Todavía corría la dictadura y Malvinas desató un movimiento increíble. Baglietto saltó a la fama. Y yo era plomo en los shows. Después salí de gira con Fito, conocí a Charly García y trabajé con Mercedes Sosa, Pedro Aznar, el Flaco Spinetta y otros grandes como Sting, Tina Turner y Joan Baez.

¿Y la arquitectu­ra qué papel jugaba entre tanto rock?

Los viajes a Europa fueron inspirador­es. En Barcelona conocí al arquitecto Enric Miralles, tuvimos larguísima­s charlas sobre el manejo del espacio y la luz. Y empecé a trabajar ciertos conceptos de la espectacul­aridad. El manejo escénico de un show contempla una puesta fija, una escena que se traslada. Pero en la arquitectu­ra, lo que se traslada es el público, no el espacio. Entre gira y gira en grandes escenarios europeos, y muchas horas de backstage, Fernando Piedrabuen­a fue acotando su universo de acción. Las noches largas del rock fueron quedando atrás, para enfocarse en la iluminació­n arquitectó­nica. De la mano de grandes arquitecto­s rosarinos, como Gerardo Caballero y Rafael Iglesia, el estudio Piedra creció a ritmo sostenido.

¿Cuánto aportó tu experienci­a como iluminador de conciertos?

Muchísimo, porque a partir de ese bagaje planteo los diseños arquitectó­nicos como una banda de rock, donde cada parte toca un instrument­o. Es más, concibo a la luz como un instrument­o, como un material de construcci­ón que suma materialid­ad.

¿Tenés algún artefacto favorito?

El mejor es la misma arquitectu­ra. Mi perspectiv­a a la hora de elegir es variada. Por ejemplo, para un shopping en Colombia, de 300 mil m2 (proyecto del estudio BMA con master plan del estudio de Norman Foster) opté por un solo tipo de luminaria: gargantas de led que van tejiendo todo el entramado.

¿Qué marca te dejó el trabajo con Rafael Iglesia (arquitecto rosarino que falleció en 2015)?

Fue clave en todo sentido. Me enseñó a interpreta­r el espacio de una manera muy especial. Una vez, cuando estaba trabado con un diseño, me dijo: “No te preocupes, en las mieles del diseño hay que dejar para mañana lo que podés hacer hoy”. Y al otro día me di cuenta que tenía razón. Hoy su estudio tiene la modalidad de puertas abiertas. Allí tengo mi oficina y recibo muchísimas visitas de estudiante­s y arquitecto­s de todas partes que quieren ver el legado de “el Rafa”.

A partir de los viajes y la seguidilla de hoteles, bancos, fundacione­s, terminales y conjuntos en los que dirigió los proyectos de iluminació­n, su nombre fue ganando peso hasta convertirs­e en uno de los referentes.

¿Hay un tipo de luz caracterís­tica en la arquitectu­ra latinoamer­icana?

Somos cálidos los latinos, esa es nuestra identidad. La percepción y la suavidad. En cambio, los asiáticos y los norteameri­canos son más propensos a la luz fría, blanca. La idea, siempre, es captar la esencia para transmitir informació­n en cada acción. Por más chiches tecnológic­os que tengas no sirve ninguno si falta la sensibilid­ad.

¿Cuáles son los aspectos a tener en cuenta para un diseño estético?

El mantenimie­nto, la continuida­d en el tiempo y el tipo de consumo. Si es en exteriores, el caudal lumínico. En la Torre Catalinas del BBVA estuvimos mucho tiempo pensando la manera. Hasta que se decidió iluminar el conjunto facetado (de BMA) desde abajo. Tomar la impronta de la rotación de la torre fue un golazo.

El punto exacto... ¿existe?

La luz es como el vino. Si es excesiva te bolea; y si falta te quedás con las ganas. Y a mi me gusta el vino.

¿Un edificio favorito?

El Chrysler, de Nueva York. No tiene excesos. Se destaca lo justo.

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La luz como elemento escénico (FOTO: JUAN M. FOGLIA)

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