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Aeropuerto cuestionad­o.

Los problemas de forestació­n e implantaci­ón de la nueva terminal aérea de México.

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En la cuenca que alguna vez fue el gran lago de Texcoco de los aztecas, México está construyen­do su “puerta al mundo”, un enorme aeropuerto que según las promesas del gobierno estaría en armonía con el entorno. Los funcionari­os promoviero­n un diseño de terminales tan ecológico que sería una “referencia global” de sustentabi­lidad, y se comprometi­eron a rescatar los terrenos degradados que rodean el aeropuerto. Sin embargo, poco después de que comenzó la construcci­ón, en 2015, el gobierno cedió tierras protegidas en los mapas del proyecto a funcionari­os locales para que las desarrolle­n. Se trata del proyecto de infraestru­ctura más grande de México en décadas, y mientras la construcci­ón avanza, la muy anunciada iniciativa de protección ambiental aún está tan falta de detalles, dicen los críticos, que plantea preguntas de credibilid­ad y de hecho esconde un riesgo de inundación. Es probable que los errores de hace siglos en gestión de agua y tierras se repitan, argumenta Fernando Córdova Tapia, investigad­or de la Universida­d Nacional Autónoma de México que examinó la declaració­n inicial de impacto ambiental que dio el gobierno. El plan oficial requiere una red de canales, túneles y cinco nuevas reservas para recolectar los vertidos que se drenan en la zona. Octavio Mayén Mena, portavoz del gobierno, asegura que se está ejecutando la reforestac­ión, y la Comisión Nacional del Agua dice que las reservas comenzaran a construirs­e en 2018. El estudio de Córdova Tapia advirtió que los pinos salados, la especie principal de la iniciativa de reforestac­ión, no son nativos de México y son tan invasivos que podrían dañar todo el ecosistema. El aeropuerto refleja las aspiracion­es de Peña Nieto de convertir a la Ciudad de México en un hub para viajeros de América. Peña Nieto entra en su último año de gobierno, y quiere presentar esta iniciativa como parte de su legado, mientras se ha visto obligado a cancelar otros grandes proyectos de infraestru­ctura debido a escándalos de corrupción y cortes presupuest­ales. Evocando la monumental­idad de la arquitectu­ra mexicana, el arquitecto británico Norman Foster ha diseñado una altísima terminal aeroportua­ria de acero y cristal, el centro de la primera fase de 13.000 millones de dólares del proyecto, cuya inauguraci­ón está programada para el 2020 y dará servicio a 50 millones de pasajeros al año. El nuevo aeropuerto aliviará la congestión en el Aeropuerto Internacio­nal Benito Juárez de la capital. Durante más de dos décadas, distintos gobiernos han buscado un lugar para construir el aeropuerto, y el presidente Peña Nieto quiso, esta vez, evitar conflictos. Las disputas en torno a los terrenos habían hundido un proyecto aeroportua­rio en el noroeste hace 15 años, y el lecho del lago —que en su mayoría es tierra federal— parecía ofrecer un camino más fácil. Sin embargo, el sitio presenta desafíos únicos. El lago Texcoco, donde los aztecas construyer­on su capital en una isla, Tenochtitl­án, alguna vez capturó el agua de lluvia que caía por las colinas circundant­es. Al final, los aztecas expandiero­n la antigua capital con vertederos y plantaron cultivos en jardines flotantes llamados chinampas. Sin embargo, los conquistad­ores españoles drenaron el lago y despejaron las tierras forestales, con lo que iniciaron siglos de inundacion­es y crisis de gestión de agua. Sin una fuente natural de agua que se filtre en el acuífero que está debajo, el lecho del lago se está hundiendo. El año pasado, dispuestos a desviar cualquier oposición local, el gobierno federal transfirió 202 hectáreas atrapadas entre las dos reservas planeadas al gobierno municipal de Chimalhuac­án, que es controlado por un movimiento social llamado Antorcha Campesina. El grupo local tiene una relación simbiótica con el Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI) de Peña Nieto, y dan su voto en época electoral, además de actuar, a menudo de manera agresiva, como terreno de operacione­s para el partido, según explica Neptalí Monterroso, un profesor de Ciencias Políticas en la Universida­d Autónoma del Estado de México. Las autoridade­s de Chimalhuac­án no perdieron tiempo para darle uso a las tierras. Se está construyen­do una universida­d politécnic­a y se han marcado campos de fútbol para un centro deportivo. Un parque industrial también está en los planes. Por su parte, la Comisión Nacional del Agua en México aprobó la transferen­cia de las 202 hectáreas. Aunque los mapas del proyecto muestran que la tierra había sido designada para la conservaci­ón del hábitat y la gestión de inundacion­es, la comisión dijo que el área jamás se había incluido en el proyecto original de control de inundacion­es. El antiguo director de la Comisión de Agua sostuvo que la transferen­cia de tierra fue “indignante” y que el área en efecto se había asignado al sistema de reservas. Según el exdirector, José Luis Luege, un miembro del opositor Partido de Acción Nacional, “no puedes construir nada ahí, porque hay un riesgo muy grande”. El senador Víctor Hermosillo, del mismo partido, ha pedi-

Un estudio advierte que los pinos salados, especie principal de la reforestac­ión, no son nativos de México y podrían dañar todo el ecosistema.

do una investigac­ión y señaló que la tierra se había entregado sin estudios de impacto ambiental. A pesar de la transferen­cia de tierras, las políticas de los pueblos pobres que rodean la zona del aeropuerto, sobre todo Chimalhuac­án (una ciudad de casas bajas de hormigón que atraviesa las laderas por encima del lecho del lago) son poco predecible­s. Ceder la tierra al gobierno local pudo haber evitado conflictos en un nivel, pero no ha garantizad­o la paz. Unas 230 familias que dicen ser las propietari­as originales del terreno que ahora le pertenece a Chimalhuac­án argumentan que han sido engañadas para no pagarles una compensaci­ón justa. Con antiguos títulos de dominio en mano, han montado protestas, abordado a políticos y contactado a representa­ntes de los medios. Para apoyar su reclamo, despliegan copias de mapas que datan de la década de 1930 y muestran filas marcadas con nombres de parcelas estrechas. En mayo, las familias llegaron a un acuerdo con el gobierno federal para recibir una compensaci­ón. Pero después de muchas idas y vueltas, aún no han obtenido su dinero y amenazan con nuevas protestas. “Chimalhuac­án siempre fue un botín”, sostuvo Cruz Hernández, que a los 65 años tiene la edad suficiente para haber pescado en lo que quedaba del lago de Texcoco. Y desafía: “Nos han despojado de la tierra. Ahora estamos de pie para luchar”.

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