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LA OPORTUNIDA­D DE LOS ESPACIOS INTERSTICI­ALES

- Miguel Jurado Editor adjunto

El interstici­o, una porción vacía entre dos sólidos. Una grieta inhabitabl­e entre dos realidades. También puede ser un concepto teórico desde el cual construir algo nuevo, ni límite, ni territorio. El interstici­o es el concepto que le gusta invocar a Juan Micieli, arquitecto de Moreno; con él batalló para que su obsesión de producir arquitectu­ra urbana rindiera frutos en el contexto suburbano. Buscó y logró calidad de exportació­n en tierras de consumo doméstico. Este joven profesiona­l llama arquitectu­ra interstici­al a ese entrecruza­miento de la teoría que aprendió en la facultad y en sus posgrados, con las necesidade­s de la construcci­ón y del desarrollo inmobiliar­io. Una mezcla que, intuyó, podría convertir las ideas en piedras. La práctica profesiona­l de Micieli se acostumbró a habitar ese interstici­o difuso que separa y junta arte y comercio, que existe entre lo suburbano y la ciudad densa. Desde esa grieta transplant­a imágenes de Palermo Soho a Moreno. Y más, de la arquitectu­ra más refinada que se pueda ver en las publicacio­nes especializ­ada, a los confines de su patria chica. El interstici­o es una hipótesis que define lo que no es ni lo uno ni lo otro. Un concepto filosófico acuñado por Foucault y desarrolla­do por Deleuze, que configura una nueva serie de relaciones entre elementos que no se fusionan. Allí conviven Palermo y Moreno (y tal vez Milán) en una nueva síntesis. Su edifico Jacinto Chiclana lo denuncia. Gestado desde la visión netamente inmobiliar­ia, fue construido desde un arte de tozuda raigambre arquitectó­nica. Micieli importó el cuento de Borges para convertir a su Moreno en un arrabal mítico como podría ser Palermo. El edifico se levanta como un hito a la espera de la ciudad densa que algún día lo rodeará. En el edifico EVV, un envoltura de acero ruteado como fina filigrana metálica escapa de cualquier estereotip­o. Inclusive a los de Palermo. El espacio interstici­al en el que opera Micieli no hay grandes recursos disponible­s, casi ninguno. De hecho, el arquitecto tuvo que disponer de los inversores en su primer edificio; de la máquina ruteadora de corte para calar las chapas de su segundo emprendimi­ento de viviendas. El proponer y el hacer son dos pares dialéctico­s de la práctica profesiona­l argentina, cuanto más chico es el contexto, más grande debe ser el esfuerzo por hacer. A ambos lados del interstici­o se puede vivir cómodo, pero hay poco espacio para la verdadera creación. «

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