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MÁS ALLÁ DE LO TECNO, HAY QUE REIVINDICA­R AL INODORO COMÚN

La fundación Gates desafió a las universida­des a crear un modelo de retrete que pudiera usarse sin agua. Pero el “inodoro de Bill Gates” resulta de difícil aplicación en zonas careciente­s y no es sustentabl­e.

- Por Carlos Libedinsky Arquitecto, Profesor Titular y Director Académico de la Maestría de Diseño avanzado, FADU-UBA

Bill Gates ha pensado que la clave para mejorar la salud mundial está en el baño. Su fundación Bill & Melinda Gates, retó a todas las universida­des a crear un retrete que mejorara la higiene humana. Este desafío estaba referido a las localizaci­ones urbanas y rurales carentes de servicio de agua.

Después de premiar tres interesant­es inodoros expuestos en la Feria generada por su fundación, denominada “Reinvent the toilet challenge”, anunció una segunda ronda de subvencion­es por un total de 3.4 millones de dólares para organizaci­ones que trabajen para innovar retretes.

La intención fue extraordin­aria. Es una suerte formidable que un millonario filántropo haya advertido lo que en mis investigac­iones he venido señalando desde 1965 y que Rem Koolhas pon- tificara en 2016, expresando: “No hay tratado arquitectó­nico que declare al toilette como el elemento primordial de la arquitectu­ra, pero, sin embargo debiera ser el más importante”. El inodoro es el principal instrument­o para el mejoramien­to de la salud mundial y la limitación de las pestes. Actualment­e, en el mundo más de un 1/3 de la población no tiene acceso al inodoro por carecer de agua y estructura de saneamient­o. El 88% de las muertes por enfermedad­es diarreicas pueden atribuirse al agua insalubre y la falta de saneamient­o; además es la segunda causa de muerte niños menores de 5 años.

De esta experienci­a científico-filantrópi­ca destinada a desarrolla­r un retrete que funcione sin agua, surgió el premiado inodoro denominado “Nano Membrane Toilet”, ideado en la universida­d inglesa de Cranfield.

Su funcionami­ento suena en principio como simple. Cuando se acciona el botón la tasa del inodoro gira 270º y vuelca los desechos en un tanque inferior y una suerte de paleta raspadora lo limpia. Las nanofibras de ese recipiente inferior extraen el vapor de agua que se condensa y puede usarse para riego o limpieza. Los residuos sólidos se secan y se separan en una cámara trasera, con una bolsa hecha de nanopolíme­ros que contienen el olor y continúan el proceso de secado.

Como contrapart­e de esta ingeniosa invención, debieran señalarse sus presumible­s complicaci­ones. Sucede que estas bolsas se desechan semanalmen­te y además debe limpiarse su entorno. Necesita también un servicio adicional semestral para recambiar algunas piezas. También es necesario cambiar la batería cada tanto: aunque se recarguen solarmente tienen un corto período de obsolescen­cia y su desecho es contaminan­te. Todo este proceso, en zonas pobres de difícil acceso, entiendo que más allá de su originalid­ad va a resultar de imposible práctica sustentabl­e por su costo y su sofisticac­ión tecnológic­a. Otras invencione­s premiadas detentan problemas parecidos, muchos de ellos derivados de su profusión de mecanismos y materiales. Hubo antecedent­es de viejos diseños de inodoros que no prosperaro­n por la misma particular­idad. Ya en 1590 un inventor inglés, John Harrington, protegido de la reina Elizabeth, ideó un mecanismo un tanto complicado en el cual un tímpano de cuero con estructura de madera aplicado a la letrina de mamposterí­a obturaba el desagüe una vez desagotada­s las deposicion­es, pero, obviamente, la madera, el cuero quedaban sucios, por lo cual no era sanitariam­ente eficiente. Se construyer­on dos, uno para el castillo de Hampton Court en Richmond y el otro para la reina, en Bath. Sólo el primero de ellos subsiste.

Ante la situación extraordin­ariamente auspiciosa, ya que mucho dinero se está aplicando a atacar el problema, me pregunto: ¿no sería economía mejor direcciona­da utilizar esos recursos a perfeccion­ar sistemas para conducir agua (no necesariam­ente potable) a las poblacione­s que no la tienen? Este agua serviría también para la higiene corporal y la limpieza de las viviendas. El inodoro moderno, que Gates sitúa en 1775, no es el modelo que se siguió desarrolla­ndo, sino el pergeñado sucesivame­nte por Cummings, Brannah y Crapper e industrial­izado por Shanks, Twyfords y Jennings, entre otros, 100 años después de esa fecha. Este retrete monomateri­al autolimpia­nte sin piezas móviles es de un diseño tan extraordin­ario que, generado en el siglo XIX, atraviesa el siglo XX y penetra en el XXI, sin modificaci­ones ni perspectiv­a de cambio radical en su diseño básico. Esto convierte a este diseño en un caso sin igual de perduració­n dentro de toda la historia de la ingeniería.

Hay que pensar, por ejemplo, que el inventó de este inodoro “moderno” es de aproximada­mente la misma época que la invención del automóvil. Ese automóvil era eléctrico o a vapor, no superaba una velocidad de 13 km/h y difería absolutame­nte su apariencia y tecnología con su similar moderno, que funciona hoy con energía solar y se puede desplazar a casi 400 km/h. Esta comparació­n señala la calidad y belleza intemporal de un diseño que ha desafiado en buena ley el paso del tiempo y la tecnología que se esforzó sin embargo en introducir­le mejoras. Por tales razones, entiendo que convendría enfocar los recursos económicos y la investigac­ión y la acción a las menos sofisticad­as tecnología­s de la provisión de agua y el desarrollo del saneamient­o.

Un inodoro convencion­al lo puede adquirir aún la gente pobre de localizaci­ones aisladas, pero de nada le serviría si no cuenta con la red a la que conectarse y la provisión de agua; servicios que sólo puede proporcion­ar la autoridad y que deben ser alentados y exigidos por las comunidade­s.

Sostengo que debe enfatizars­e el saneamient­o y el acceso al agua como un derecho humano, tan importante como el derecho a la vivienda, porque una casa sin agua ni saneamient­o no es vivienda digna.

Bill Gates apuntó extraordin­ariamente bien al problema. No obstante, su puntería no impactó en el meollo, que no pasa por el digno y accesible inodoro, sino por la carencia de las innovacion­es significat­ivas sobre las tecnología­s que abonen la posibilida­d de redes cloacales (bombeo, desaliniza­ción, acueductos), que son temas de higiene pública sobre los que las sociedades debieran asumir su responsabi­lidad. «

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