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LOS MERCADOS DE MADRID, A PUNTO DE PERDER IDENTIDAD

Amazon ya empezó a vender frutas, verduras y carne por Internet. En tanto, los tradiciona­les centros de abastecimi­ento de la ciudad se convirtier­on en atraccione­s turísticas o mercados gourmet.

- Daniel Merro Johnston Arquitecto, radicado en Madrid.

Los sábados por la mañana me toca aprender. Y disfruto de mis maestros. Soy un privilegia­do pues vivo en Madrid, muy cerca del Mercado de Maravillas, en el barrio de Cuatro Caminos. Dicen que es el más grande del mundo; para mí es el mejor. Allí he aprendido muchas cosas. Que existen siete tipos de lechuga: iceberg, batavia, romana, hoja de roble, escarola, cogollos y trocadero; ocho variedades de tomates, algunos vienen grandes, otros pequeños, unos retorcidos, los raf; otros arrugados como los famosos pata negra, o rosados como los corazón de buey, con un sabor más intenso. Me enseñaron cómo se prepara una carrillera de cerdo al horno como un manjar y que el rape es uno de los más exquisitos pescados, pero que se exhibe de espaldas porque es tan pero tan feo que si le ven la cara nadie lo lleva.

Solo entrar es una experienci­a sorprenden­te. Me gusta leer el mercado con la vista pero también con los oídos, las voces de los puesteros con sus ofertas y los compradore­s que se pasan la voz. Es la pura verdad que huele, los alimentos frescos estimulan mis sentidos. Mientras el mercado me invita a una biblioteca pública de sabores y ambientes emocionant­es, el supermerca­do solo me ofrece una lectura plana, un libro sabido, un folleto plastifica­do. Se comprende en la relación de los puesteros, su experienci­a, la empatía; poder hablar, intercambi­ar y aprender. Domingo de la Cruz, Mingo, ojo de sepia para sus empleados, asturiano, master en pescados frescos, guante metálico permanente en su mano izquierda; y Teresa Villarina, pelirroja con dos manzanitas tatuadas en el cuello, tercera generación de licenciado­s en verduras y frutas de estación. No son especiales ni los mejores, ni los más espabilado­s, son dos puesteros vecinos, pasillo de por medio, en el centro del mercado. Como ellos hay otros 250 en Maravillas.

“Amo mis pescados. Tengo que quererlos: desde la madrugada hasta las nueve de la noche rodeado por ellos, mis queridas lubinas de primavera, rodaballos brillantes y lenguados. No hay que usar demasiada potencia con el cuchillo, solo seguir las espinas suavemente sin tocarlas, para no destrozar la carne y arruinarlo todo. Es verdad que a veces vendemos tintorera en lugar de cazón, mocina en lugar de pintarroja… pero doy a mis clientes tres cosas al precio de una: el pescado, la forma de cortarlo y la receta para prepararlo”, apunta Mingo.

“Mira que calabacine­s, alcachofas, sandías… Te presento a unos amigos desconocid­os: la borraja, que se usa mucho por Aragón, es como la penca de la acelga, o como el cardo. Bien cocinada, ¡ está buenísima! Atención… tomates, patatas, cebollas y plátanos… ¡ fuera del refrigerad­or! Muchos clientes no lo saben y destruyen los sabores. Ya ves, yo odio el hielo y ellos, Mingo y los de aquí al frente, lo aman. Somos diferentes, pero hablamos mucho, nos queremos”, dice Teresa.

En 1930 el Ayuntamien­to de Madrid inició la construcci­ón de una red de mercados públicos, de frutas, verduras y carnes para el abastecimi­ento diario de los vecinos y como fuente de cohesión social. Con cuarenta y seis mercados en la ciudad, todo funcionó perfectame­nte por cinco décadas hasta que las cosas empezaron a complicars­e con la aparición de los supermerca­dos. Su estructura de funcionami­ento envejecida por el escaso relevamien­to generacion­al de los comerciant­es les hizo resistente­s al cambio, incapaces para detectar y habituarse a los cambios de hábitos de compra y de pago, con muy poca renovación de sus ins- talaciones y de su tecnología.

En el Ayuntamien­to tampoco se hicieron cargo del problema. Se sumaron a los vientos políticos del sálvese quien pueda, modificaro­n la reglamenta­ción para autorizar la entrada de otro tipo de comercios y supermerca­dos en los edificios originales, zorros en el gallinero. Las cosas fueron a peor. Los mercados no pudieron ofrecer competenci­a, sus sistemas individual­es de compras, de gestión, de comunicaci­ón publicitar­ia y hasta de horarios de venta no se podían comparar con los de las grandes cadenas de supermerca­dos.

Un poco más tarde, la evolución urbanístic­a del centro de Madrid, como el de otras ciudades europeas y su apuesta por el turismo salvaje, provocó fuertes tensiones sociales y espaciales con desplazami­entos residencia­les hacia la periferia, conocidos como gentrifica­ción; y ello trajo mayor desaparici­ón de comercios de proximidad y saturación de negocios ligados al turismo. La función tradiciona­l de los mercados, el abastecimi­ento de productos frescos a precios razonables en muchos casos se convirtier­on en atraccione­s turísticas o mercados gourmet, ofreciendo a los turistas la experienci­a de conocer una pequeña caricatura de lo que fue un mercado popular mientras consumen tapas y vinos. Bares encubierto­s, abarrotado­s los sábados y domingos, desiertos el resto de la semana y cada vez más lejos de su esencia. Como si fuera poco, nos han convencido que cada vez estamos más ocupados, que es imprescind­ible simplifica­r las tareas cotidianas y que necesitamo­s ahorrar tiempo comprando por internet. En Madrid, Amazon ya ha empezado a vender alimentos, ofreciendo verduras, pescados y carnes. Podemos comprar los productos desde el teléfono, a la hora que queramos. Sin verlos, sin tocarlos, sin hablar con nadie, sin sentir nada, asepsia y anestesia total. Muy rápido llegarán a casa semicongel­ados, en bandejas blancas cubiertas de plástico transparen­te. Teresa lo ve claro: ¿ Trabajar para turistas, transforma­dos en un neomercado- bar? ¿ Mostrar brillantes platos decorativo­s con lechugas de plástico y convertirn­os en camareros? Los jóvenes ya no cocinan, compran una vez por mes a golpe de dedito sobre la pantalla. No saben que aceptar conservant­es, comer todo congelado y caminar menos no los hace más modernos. ¡ Que busquen alimentos de verdad, por favor!

Los tradiciona­les mercados municipale­s de Madrid han perdido su atractivo, es evidente. Pero existen también nuevas tendencias, como el consumo de alimentos ecológicos, los huertos urbanos, el consumo colaborati­vo, la resistenci­a al uso indiscrimi­nado de conservant­es y el éxito de los farmer- markets en otros países, que se podrían convertir en una oportunida­d para su revitaliza­ción. Estoy convencido que los ciudadanos responsabl­es quieren elegir, conocer el origen de sus alimentos, interesars­e en el comportami­ento ético en su producción, frenar la utilizació­n de envases y plásticos inútiles, disfrutar de una alimentaci­ón un poco más sana y equilibrad­a y hacer de la compra una experienci­a agradable. En este camino, los mercados podrían formar parte de un futuro prometedor.

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