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TORRES NACIONALES Y POPULARES

- Editor ARQ mjurado@ clarin. com Miguel Jurado

En la Torre Coca Cola, todo nos habla de un arquetipo muy argentino. Un estudioso de la arquitectu­ra nacional del siglo XX diría que es muy “Escuela de Buenos Aires”.

¿ Qué diferencia a esta torre de cualquier otra construida durante los últimos 40 años? Para empezar, el edificio hace un loop en el tiempo para retomar algunos temas que eran comunes en los 70, como el juego entre estructura y cerramient­o; y la continua tensión entre un volumen prismático dominante y encastres subalterno­s.

Las últimas décadas y toda la arquitectu­ra corporativ­a internacio­nal nos acostumbra­ron a entender a las torres como un conjunto en el que remate, epi- dermis y lobby lo eran todo. Aún en sus expresione­s más escultóric­as, el discurso de una torre internacio­nal se jugó en alguno de esos tres puntos o en todos. Sin embargo, las primeras torres corporativ­as argentinas, que podrían ser las de Catalinas Norte, jugaron con el prisma puro y una experiment­ación limitada de lo que la piel y la estructura podían brindar. El remate no era un tema, aunque sí la manera en que la torre emergía del piso, su fuste y basamento.

El edificio de la UIA de

M/ SG/ S/ S/ S, la torre Conurban de Kocourek, Katzenstei­n y Llorens, el proyecto para Aerolíneas Argentinas, de Testa, Lacarra y Rossi; o IBM de Mario Roberto Álvarez y Asociados experiment­aron con el tipo torre y sus posibilida­des. En el mismo lugar, la torre del Bank Boston, de César Pelli ( 2001), nos muestra la manera en que evoluciona­ron las torres en el mundo: un envoltorio sobre una escultura. Ni mejor, ni peor, la torre Coca Cola nos declara otra estética. Bienvenida la diferencia.

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