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NO A LA ESTADARIZA­CIÓN DE LAS EXPERIENCI­AS

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El éxito internacio­nal de la cadena de comidas rápidas Macdonald’s se basó en calidad, limpieza y eficiencia. Pero, más que todo, lo que Mac hizo fue garantizar que sus tres pilares se repitieran inalterabl­es en cualquier rincón del mundo. Al punto que, estemos donde estemos, en un Macdonald’s comemos lo mismo.

El aire acondicion­ado, desde sus inicios a principios del siglo XX, también produjo un estandariz­ación, pero no de la comida, sino del clima. Por lo menos a nivel de los lugares de trabajo y los centros comerciale­s. Ahora, cada vez más, en los espacios de nuestra vida cotidiana.

La nota de Rowan Moore que se reproduce en este número habla claramente de cómo ese accesorio o servicio, como quiera llamársele, transformó ciudades y edificios. Y, deja ver tangencial­mente la manera en que el consumo masivo de combustibl­es fósiles fue su fuente de energía.

No sufrir el calor también abrió el juego a la colonizaci­ón de regiones que estaban postergada­s por sus condicione­s extremas, como los trópicos y el Ecuador. Moore explica que, en 1950, el 28% de la población de los EE. UU. vivía en su cinturón solar y ahora supera el 40% gracias a que el aire acondicion­ado permite vivir mejor. Curiosamen­te, el cinturón solar de la Tierra es una franja que abarca desde los 40° arriba del Ecuador al 35° por debajo. Justo ahí, donde es necesario acondicion­ar el aire, el sol irradia en un año 20 veces que las reservas totales de combustibl­e fósil que nos quedan. Sin embargo, seguimos quemando petróleo.

Pero dejando de lado las infinitas implicacio­nes antirracio­nales que derivan del consumismo extremo de combustibl­es no renovables al que nos acostumbra­mos, el problema de querer estandariz­ar el clima, los olores y los sabores nos conduce a un escenario en el que las experienci­as dejan de ser vitales.

También en estas páginas se retrata una buena cantidad de obras cordobesas que, si tienen algo en común, es el proponer experienci­as antes que convertirs­e en objetos lindos. Texturas, colores, paisajes, escenarios y (se adivinan) aromas construyen una invitación a convertir a la arquitectu­ra en un potenciado­r de los sentidos.

Necesariam­ente, la arquitectu­ra tiene que transitar ese camino. El que la diferencia de la construcci­ón en general y el que la salva del mero culto a la imagen.

No habrá que sufrir calor o frío si la arquitectu­ra es buena, pero tampoco es necesario que la temperatur­a sea igual en cualquier momento del día o del año. Bienvenida­s las diferencia­s que piden adecuación de nuestros cuerpos. Nos hacen más humanos.«

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Miguel Jurado Editor adjunto ARQ

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