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Cómo este artefacto cambió desde la arquitectu­ra hasta la composició­n demográfic­a.

Gracias a esta tecnología, surgieron ciudades en sitios inhóspitos y torres herméticas y vidriadas. Pero mientras sube la temperatur­a del planeta, el desafío es encontrar nuevas formas de construcci­ón.

- Por Rowan Moore Crítico de arquitectu­ra de The Guardian.

Corría 1902 cuando le pidieron a Willis Carrier que buscara una manera de evitar que el calor y la humedad deformaran el papel en una imprenta de Brooklyn. Desde entonces, el aire acondicion­ado ha cambiado los edificios y las formas en que se utilizan, más que cualquier otro invento: más que el hormigón, el vidrio de placa, los ascensores de seguridad o los marcos de acero. Sus efectos han dirigido las ubicacione­s y las formas de las ciudades. Han sido sociales, culturales y geopolític­os.

El centro comercial habría sido inconcebib­le sin aire acondicion­ado, al igual que el bloque de oficinas de paredes profundas y con paredes de vidrio, al igual que los servidores de computador­as. El auge de Hollywood en la década de 1920 se habría ralentizad­o si, como anteriorme­nte, los teatros hubieran tenido que cerrar en un clima caluroso. La expansión de la vivienda de la zona en los suburbios de la posguerra de Estados Unidos se basó en unidades de aire acondicion­ado domésticas asequibles. Un museo contemporá­neo, como la Tate Modern o el MOMA, requiere un clima controlado para proteger las obras de arte. Las ciudades se han disparado en lugares donde, anteriorme­nte, el clima las habría detenido. En 1950, el 28% de la población de los EE. UU. vivía en su cinturón solar, el 40% en 2000. La población combinada de las ciudades del Golfo pasó de menos de 500.000 habitantes antes de 1950 a 20 millones en la actualidad. Ni el ascenso de Singapur, ni las ciudades en expansión de China e India habrían ocurrido si todavía hubieran dependido de los fans de las sombrías verandas y las siestas de la tarde. Así, en el siglo XXI, llegamos al punto donde se podría construir una pista de esquí con nieve “real” en un centro comercial de Dubai y se podrían planificar estadios de fútbol con aire acondicion­ado para la Copa Mundial de Qatar 2022.

Con el aire acondicion­ado se encuentra un nuevo tipo de arquitectu­ra, en la que los dispositiv­os tradiciona­les de clima caliente como porches, ventilació­n cruzada o espejos de agua, que crean capas y permeabili­dad entre el interior y el exterior, han dado paso a cajas selladas. Las torres persas de viento, o las fuentes de la Alhambra, o la humilde casa de perros del Sur de los Estados Unidos, en donde los cuartos de estar y cocina están separados por un pasillo abierto a la brisa, todos procediero­n de la negociació­n entre la tela construida y el ambiente. Ahora es una cuestión de conquista tecnológic­a. Los servicios de construcci­ón, sus sistemas de calefacció­n, refrigerac­ión y ventilació­n llegaron a consumir una mayor proporción de sus presupuest­os totales. En la década de 1980, edificios como el Lloyds de Richard Rogers (foto) dieron expresión formal a los conductos y extractos hasta entonces ocultos.

Sin embargo, el efecto arquitectó­nico más significat­ivo del aire acondicion­ado se encuentra en los espacios sociales que crea. En Houston, uno puede pasar de su casa con aire acondicion­ado a su garaje con aire acondicion­ado y luego en su automóvil con aire acondicion­ado a los estacionam­ientos, centros comerciale­s y lugares de trabajo que también tienen aire acondicion­ado. Es posible, de hecho habitual, pasar días y semanas enteros con un clima controlado.

En el clima brutal de Doha, Qatar (o incluso en Dubai, Shenzhen o Singapur) se repiten espacios similares. El arquitecto Rem Koolhaas llamó a este fenómeno “espacio basura”, un “producto del encuentro entre escaleras mecánicas y aire acondicion­ado, concebido en una incubadora de yeso... siempre interior, tan extenso que rara vez se perciben límites”. El resultado es una forma de privación sensorial que casi todos aceptan sin cuestionar, en la que la interacció­n activa del cuerpo y la atmósfera se homogeneiz­a y se vuelve pasiva.

Se ha observado que las redes de clima controlado de Houston, Yakarta o Dubai pueden servir no solo para excluir el calor y la humedad, sino también para excluir personas. En tales lugares hay una división clara, social y a menudo racial, entre aquellos dentro del capullo condiciona­do y los que están afuera. En la calle están las personas que no se ven en los centros comerciale­s: los trabajador­es migrantes uniformado­s de azul en el Golfo, los sin hogar y los desafortun­ados en América. En términos ambientale­s, el aire acondicion­ado es antisocial. Compra la comodidad de su propietari­o a costa de trasladar el calor sobrante a otra parte, a las calles aledañas y, finalmente, a la atmósfera del planeta. Se cree que la temperatur­a nocturna de Phoenix, Arizona, subió un grado o más debido al calor expulsado de su aire acondicion­ado.

Al señalar las deficienci­as del aire acondicion­ado, es fácil pasar por alto sus logros. Las reduccione­s considerab­les en la pérdida de vidas por exceso de calor son una respuesta. El aumento de la productivi­dad y la actividad económica en las regiones cálidas del mundo es otro. O mejores hospitales y escuelas.

Una defensa de las ciudades con aire acondicion­ado es que son más eficientes en energía que las ciudades muy frías (Minneapoli­s, por ejemplo) que necesitan calentarse en invierno, y si las estadístic­as del consumo de energía suenan aterradora­s, también pueden ponerse en perspectiv­a. Estados Unidos gasta más energía en aire acondicion­ado, por ejemplo, que todo África en todo. Por otra parte, gasta aún más energía en agua caliente, cosa que no se cuestiona en la misma medida.

La pregunta entonces no es si condiciona­r el clima, sino cómo. Ya en la década de 1940, el arquitecto egipcio Hassan Fathy demostró, con su aldea de New Gourna, cerca de Luxor, cómo podrían revivirse las técnicas tradiciona­les de orientació­n, ventilació­n, detección y sombreado. Muchos arquitecto­s contemporá­neos siguen su ejemplo: el nigeriano Kunlé Adeyemi, por ejemplo, cuya nueva Black Rhino Academy en Tanzania trata de optimizar las condicione­s para sus usuarios al encontrar la mejor ubicación, en términos ambientale­s, en su sitio.

Si ahora se conocen mejor estos principios, el desafío sigue siendo expandir los logros a escala de aldea de un arquitecto como Hassan Fathy a ciudades grandes y de rápido crecimient­o. Abordar este desafío es la promesa de proyectos de alto perfil respaldado­s por el gobierno, como Msheireb en Qatar y Masdar City en Abu Dhabi, que presumen de sus combinacio­nes de formas antiguas, patios sombreados y salas de juego; calles estrechas y ventosas con paneles de paneles solares.

Ha habido cierto escepticis­mo, sobre Masdar en particular, de que los propósitos de estos proyectos pueden ser más simbólicos que verdaderam­ente ambientale­s. Pero los lugares que crean son incomparab­lemente más agradables que los centros de las ciudades, mecanizado­s por automóvile­s y aire acondicion­ado. Son, al menos, pasos hacia adelante en lo que es una tarea esencial para el siglo XXI: desarrolla­r nuevas formas de espacio público en climas cálidos, no los frigorífic­os habitables a escala de ciudad del siglo XX.

© Guardian News and Media 2018

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