UNIDAD Y DIVERSIDAD EN LA ESCUELA DE LA PLATA
Una muestra sobre los primeros premios en concursos ganados por arquitectos de la FAU-UNLP lleva a reflexionar acerca de los rasgos comunes de los profesionales formados en esa facultad.
La muestra “Premios y obras”, que tuvo lugar en la Sociedad Central de Arquitectos, reúne 37 primeros premios en concursos de proyectos, obtenidos en los últimos 10 años por graduados y docentes –de al menos tres generaciones- de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata. Este raconto nos remite a continuidades -y rupturas- en un proceso de construcción disciplinar que tuvo a la FAU como foco de irradiación de una praxis proyectual con características propias, lo cual nos interpela respecto de la posibilidad de hablar de La Escuela de La Plata.
Aunque setenta años después de fundada la “Nueva Capital” (de la provincia de Buenos Aires) la creación de la Carrera de Arquitectura en la ciudad de La Plata no podía ser ajena a las tradiciones locales respecto a una visión de la Arquitectura y la Ciudad; como tampoco al contexto disciplinar internacional.
Si el Cincuentenario de la ciudad (1932) marcó el punto de mayor cercanía al proyecto urbano arquitectónico fundacional, la década de 1930 se inicia con una obra emblemática de la renovación tipológica, lingüística y técnica de la Arquitectura: las Tribunas del Hipódromo de La Plata proyectadas por los platenses Ricardo Gabrici y Tito Ciocchini, quienes obtuvieron el Primer premio del concurso realizado en 1931.
En esos años, distintos registros de “Arquitectura Moderna” contribuyeron a forjar una imagen de urbe del siglo XX. Quienes desde el proyecto pensaban en participar de esa transformación tenían por entonces dos opciones formativas: estudiar ingeniería o arquitectura. Ambos caminos los harían actores de un nuevo escenario.
Tal es el caso de los hermanos Vilar, Antonio Ubaldo (ingeniero, 1887/1966) y Carlos (arquitecto, 1891/1986) nacidos en La Plata, donde realizaron sus primeras obras en la década de 1920, junto al ingeneiro Juan Urrutia, también platense. Luego de ganar con Carlos el Primer premio del Concurso para la Casa Matriz del Banco Popular Argentino (1925) y ya enrolado en “las sanas tendencias de la arquitectura contemporánea”, Antonio proyectaría para La Plata la sede del Automóvil Club Argentino, en el marco de un plan implementado junto a YPF entre 1936 y 1943. En esos años y al margen de obras proyectadas por visitantes ilustres (Sánchez, Lagos y de la Torre, Pico Estrada, Armesto y Casado Sastre, Douillet y Joselevich, entre otros) arquitectos –como Oscar Ruótolo- e ingenieros locales –como Francisco Belvedere y Enrique Boudet- transitaban desde un mesurado academicismo a una ascética modernidad. Estas obras concitaron la atención de distintas investigaciones que, en los años ochenta, interesadas en sus búsquedas tipológicas y formales, comenzaban a construir una genealogía de la Arquitectura Moderna en La Plata.
La idea de habitar en una “ciudad planificada” cuyos principales edificios públicos fueron objeto de un concurso internacional de proyectos, instaló tempranamente un interés por la Arquitectura y el Urbanismo que a mediados del siglo XX recibiría otros incentivos.
En 1952, cuando finalizaba la construcción de una obra proyectada por Le Corbusier, el Departamento de Arquitectura y Urbanismo dependiente de la entonces Facultad de Ciencias Fisicomatemáticas de la UNLP iniciaba sus actividades. Sus aulas distaban 500 metros de la casa del Dr. Curutchet. A mitad de ese camino de peregrinación disciplinar se encontraba la obra en construcción del desatadamente moderno Comedor Universitario, que años más tarde invertiría la tesis corbusierana, provocando la simbiosis Arquitectura Moderna y revolución.
Sin duda, la Carrera de Arquitectura de La Plata nació moderna; a ello contribuyó no sólo la primera camada de profesores, encabezada por quien tuvo activa participación en su creación y fuera el primer jefe del departamento, arquitecto Jorge Servetti Reeves; sino también por quien lo sucediera tras el golpe de Estado de 1955: Hilario Zalba.
Ambos compartían además sus preocupaciones por la teoría de la arquitectura y el urbanismo. Pero Zalba fue quien introdujo el “método” que instaba a los estudiantes a “leer” los planos, generando una fascinación por las plantas y los cortes como trasmisores del programa que se mantiene hasta hoy. Quizá esto también explique el corbusieranismo de los platenses, que se expresa en la fidelidad a las planimetrías del maestro, antes que en el gusto por la impronta formal que caracterizó su obra de la segunda posguerra.
El plantel docente estaba integrado por locales y visitantes, entre quienes se destacaban Vivanco, Castagna, Crivelli, Casares, Buschiazzo, González Gandolfi, Almeida Curth, Billourou y Kleinert; este último designado jefe del departamento en 1960 y responsable de convertirlo en facultad.
A este nuevo proyecto se sumarían fervientes partícipes (y ganadores) de concursos: Eithel Traine (fallecido en 1972), Mario Soto, Osvaldo Bidinost, Jorge Chute, Tulio Fornari y Marcos Winograd, entre otros. Ellos -junto a Tito Ramírez y Jorge Togneri- introducirían en los talleres un manifiesto discurso ideológico y asumirían un progresivo compromiso político que los llevaría al ostracismo o al exilio.
En ese ambiente atravesado por la pasión política, la hegemonía del rol social de la arquitectura y la experimentación proyectual, los concursos representaron un espacio de indagación, discusión y producción que incluían y a la vez trascendían a la facultad. Esto a punto tal de convertir a los estudios en un espa
La idea de habitar en una “ciudad planificada” instaló tempranamente un interés por la Arquitectura y el Urbanismo.
cio de formación no sólo paralelo sino alternativo, particularmente en los años de la última dictadura. Asimismo, las oficinas técnicas del Estado -en especial el entonces Ministerio de Obras Públicas- y la primigenia Sociedad de Arquitectos de La Plata constituyeron ámbitos de debate y generación de ideas y prácticas que nutrían el corpus disciplinar. Si bien la arquitectura de sistemas era hegemónica en la producción argentina desde finales de los ‘60, otras corrientes más plásticas, matéricas y sensibles tuvieron arraigo y continuidad en la FAU, asociadas tanto a Daniel Almeida Curth como a Vicente Krause, quienes reconocían a Rodolfo Castagna y a Alfredo Casares como referentes.
La recuperación de la democracia devolvió a la FAU la posibilidad de incluir a diversos actores que como docentes o estudiantes habían participado de su construcción en las décadas anteriores. Ese ambiente -no exento de tensiones- favoreció una urdimbre intergeneracional que sostiene hasta hoy posicionamientos comunes subyacentes a los proyectos; generalmente y desde fuera- identificados con la Línea dura de una nueva modernidad.
Si lleváramos a 40 años la retrospectiva de “Premios y Obras”, se inauguraría con el Teatro Argentino (Bares, García, Germani, Rubio, Sbarra, Ucar); si nos remitiéramos a 25, con el Estadio Único (Ferreira), ambos construidos en La Plata. Hacia atrás y desde la creación de la FAU, en 1963, la lista de numerosos ganadores de concursos constituye una historia aparte… Parafraseando a Carles Martí y Xavier Monteys, podríamos preguntarnos si es posible referirse a esta serie de arquitectos y arquitectas considerándolos como un grupo homogéneo y sin fisuras. Muchos rasgos particulares, ligados a su origen cultural, su compromiso político o su destino personal, les separan… En todo caso, apelemos a la premisa platónica hecha suya por el Team X (antes que la Unión Europea) “Unidad en la diversidad” para confirmar la existencia de la Escuela de La Plata. «