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Alejandro Borensztei­n.

El -ahora- columnista de Clarín es - antes que nada- un profesiona­l con experienci­a en la disciplina. Aquí, cuenta sus primeros pasos con Testa y el recuerdo de su profesora, Zaha Hadid.

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El exitoso humorista y productor habla de su pasado y presente como arquitecto.

Inés Álvarez ialvarez@clarin.com

La charla telefónica sucede en Buenos Aires, en plena primera etapa de la cuarentena por el brote de coronaviru­s. Sin embargo, el relato de Alejandro Borensztei­n parte de aquí y pasa por Nueva York, de vuelta a Buenos Aires y Punta del Este. Y puede que continúe en el balneario uruguayo, inclusive.

“Te voy a confesar algo: nunca dejé de trabajar de arquitecto”, asegura. Ese “nunca” abarca desde que, a poco de arrancar la carrera en la FADU (por entonces FAU) - UBA ingresó al estudio de Clorindo Testa, hasta ahora, que trabaja en sociedad con el estudio de su amigo Jaime Grinberg, y sus socios Dwek e Iglesias.

Comenzó las clases en marzo de 1976 y al poco tiempo se dio cuenta que estudiar bajo las condicione­s que imponía la dictadura militar limitaban su crecimient­o. “En el segundo año entendí que si no trabajaba, el paso por la facultad iba a ser muy pobre. Me di cuenta que tenía que aprender la profesión en algún lugar”.

Tato Bores, su papá, conocía a Clorindo Testa, así que hizo el contacto. El arquitecto le prometió que lo llamaría pronto porque estaba por llegarle una obra grande y así fue. Mientras se proyectaba el Centro Cultural Recoleta, el café que tomaban Testa, Jacques Bedel, Luis Benedit y equipo, lo servía Borensztei­n. Hasta que un día, Clorindo soltó un pedido que lo aterró. “Me dijo: bueno, en esta capilla vamos a hacer un auditorio con una estructura metálica inclinada para hacer la platea, así que diseñame la escalera exenta del edificio”.

Borensztei­n no solo hizo la escalera, sino que se quedó en el estudio durante cinco años. Diseñó numerosos proyectos, participó en concursos y poco después llegó a tener sus propios encargos, como las sucursales de un banco santafesin­o. Y otra vez, su determinac­ión lo llevó por otros rumbos. Era 1984 y “quería irme a vivir a Nueva York, entonces hice dos cosas: una, conseguí una entrevista con Richard Meier, que era el arquitecto que todavía hoy me sigue pareciendo el más fantástico de nuestra era; y dos, mandé mi CV a la Universida­d de Columbia”.

De Meier recibió un comentario similar al de Testa. Lo llamaría cuando recibiera un encargo grande, pero para cuando recibió su llamado (le habían pedido el Museo Getty) Alejandro ya estaba metido de lleno en el master y no iba a poder trabajar y estudiar al mismo tiempo.

En Columbia conoció a una arquitecta a la que todos tildaban de “personaje delirante”: Zaha Hadid. “Había ganado el concurso The Peak -que uno miraba y no sabía si era una planta, un corte, era un delirio-; y la tenían como una mina que hacía cosas imposibles de realizar. El cambio tecnológic­o en la forma de dibujar, representa­r y documentar es lo que le permite a ella hacer realidad lo que tenía en la cabeza”, sintetiza.

La llegada a Columbia le abrió la puerta a todo un universo de arquitecto­s que desconocía. “Eran las grandes estrellas de la arquitectu­ra mundial y nosotros en Argentina apenas habíamos visto alguna que otra cosa”. En el plantel de profesores había grandes talentos, tal vez no tan reconocido­s en ese momento, pero sí prestigios­os. Steven Holl era uno de ellos, e incluso Rafael Viñoly, su tutor designado.

Borensztei­n asegura: “Me siento de la generación bisagra de la arquitectu­ra, la que empezó con el lápiz. A mis 30 pasamos al autocad y hoy la mano es el mouse. Toda la tecnología aplicada al dibujo y a la obra transformó la arquitectu­ra. Hoy se construye lo que no se podía construir antes no sólo porque no había materiales, ni tecnología para eso, sino que no había manera de dibujarlo”.

De todos modos, todavía se identifica con el tipo de arquitectu­ra “en donde la obra no sea una pieza de escultura sino una obra reconocibl­e en sus funciones. Admiro lo que hace Viñoly más que lo que hace Hadid, porque entiendo la arquitectu­ra en esos términos”. Y reflexiona: “Gehry será bárbaro pero a veces pienso que son escultores que logran transforhi­jo

“” Me siento de la generación bisagra de la arquitectu­ra.

mar sus esculturas en obras de arquitectu­ra, y a mí me gusta la arquitectu­ra que nace como arquitectu­ra”.

Terminada la maestría, Borensztei­n se quedó trabajando en el estudio de Walter Levy, el responsabl­e de los malls del este estadounid­ense de JC Penney, una famosa cadena de tiendas integrales. Sin embargo, llegó el momento en que se planteó si quedarse -le habían ofrecido asociarseo volver a la Argentina.

“Decidí volver en plena crisis de fines de los 80. Intenté montar mi estudio pero era muy difícil. Tenía un par de obras, mínimas”, recuerda, y confiesa otra pasión subyacente: la TV. “Toda mi carrera va en paralelo con haber estado al lado de mi viejo toda la vida. Yo era simplement­e el

-como mi hermano- que todo el tiempo opinaba sobre lo que hacía. Llegaban los libretos y así como estaban me decía ‘leelo primero vos’. Me crié yendo al canal”.

Su regreso coincide con la explosión de CNN, HBO, Cinemax, MTV, de la revolución del cable. “Mientras hacía arquitectu­ra también espiaba lo que pasaba con los medios de comunicaci­ón. Volví cargado de informació­n y le dije a mi hermano: “nos tenemos que hacer cargo del programa de papá”; y debutamos en el 88. Esos años perdí mi carrera de arquitecto, porque la construcci­ón estaba parada y a nosotros nos fue muy bien de entrada. Hicimos ciclos muy exitosos y fue raro, porque había tenido un desarrollo como arquitecto muy dedicado y de repente en dos o tres años me desconecté”.

En el 91 Borensztei­n ya estaba muy saturado de la tele, “de la política, de Menem, del país, había nacido mi primer hijo, y no me gustaba la calidad de vida que tenía. Y como mi principal interés como arquitecto lo fui teniendo en Punta del Este, dejé la televisión y me fui allí con mi esposa y mi hijo de un año”, recuerda. Su radicación también tiene otro motivo. “Sentía que la gente decía ‘este tipo hace televisión’, y no te llama más. Por eso pensé que tenía que hacer borrón y cuenta nueva en otro lado. Porque yo me siento arquitecto”.

Borensztei­n no sólo se identifica como arquitecto, también como moderno. En Uruguay tuvo que lidiar con un gusto diferente. “Me costó mucho al principio, perdí muchos clientes y obras por no engancharm­e con una arquitectu­ra clásica que era la que primaba en esos años”. El comentario trae a cuento la anécdota de su encuentro con Mario Roberto Álvarez. “Un día mi viejo compartió asiento en un vuelo a Punta del Este con él, y le contó que tenía un hijo arquitecto instalado allá. MRA le respondió que me iba a ir a visitar. Pasaron unos meses, me suena el teléfono del estudio y atiende un chico que trabajaba conmigo. ‘Es MRA que quiere venir al estudio’, me dijo. Pensé que era una joda, pero dejó un teléfono, llamé y quedamos. Vino impecable -no me olvido más-, pantalón y zapatos blancos, formalment­e vestido. Recorrió el estudio y justo yo tenía en mi tablero una casa muy moderna que estaba diseñando. La señaló y me dijo ‘esta casa te va a dar satisfacci­ones’ y empezó a contarme su pelea por la arquitectu­ra moderna. Me decía: ‘la gente se compra ropa moderna, coches modernos, cosas modernas pero a la hora de irse dormir, quiere dormir en una cama como Luis XV’”.

Vivió en Punta del Este por 10 años aunque siguió trabajando por 5 años más. De regreso a nuestro país, en 2000, montó una productora de TV con su hermano, con la que hizo el exitoso ciclo Tiempo Final, que se emitió 3 años seguidos en Telefé. “Mientras tanto yo seguía trabajando con Grinberg en algunas obras que surgían en Punta del Este. En un momento tenía la productora de televisión con mi hermano, la sociedad con Jaime Grinberg en Buenos Aires y todavía mantenía mi propio estudio”.

En 2008 sumó un nuevo oficio: el de columnista de humor en Clarín. “A mí me dicen ahora que soy periodista y yo no soy periodista porque yo escribo una página de opinión, de humor”. En paralelo, dejó de lado la tele - con excepción de la producción de los debates presidenci­ales de 2015 y 2019- y se dedicó a lo institucio­nal, como presidente de la Cámara Argentina de Productora­s Independie­ntes de TV. “Nunca dejé de hacer alguna cosa con Jaime, pero la columna empezó a ser importante en mi vida”.

“Es difícil de explicar pero yo realmente me siento arquitecto. “Aprendí en la carrera la metodologí­a que utilizo para pensar un programa de televisión o una nota del domingo. Aunque parecen cosas que no tienen nada que ver, mi mente es una mente de arquitecto”.

Como en los 90, de nuevo está pensando en ejercer la profesión en Punta del Este. “A mí me resulta mucho más linda la vida de un arquitecto en un pueblo chico que en una ciudad grande. En una ciudad las obras son extraordin­arias pero la diaria de un arquitecto en una ciudad no me gusta tanto. En Uruguay me levantaba y me iba a recorrer las obras que estaban en bosques bellísimos, donde no vivía nadie. En una mañana podía recorrer 10 obras y después me iba al estudio; todo está al alcance de la mano”, concluye. «

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Se graduó en la UBA. Luego hizo un master en la Universida­d de Columbia.
ALEJANDRO BORENSZTEI­N. Se graduó en la UBA. Luego hizo un master en la Universida­d de Columbia.
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Con el estudio Grinberg Dwek Iglesias.
OFICINAS EN VICENTE LÓPEZ. Con el estudio Grinberg Dwek Iglesias.
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Borensztei­n participó del
PRIMER TRABAJO. Borensztei­n participó del
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Locales en una de las c
EN PUNTA DEL ESTE. Locales en una de las c
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Anteproyec­to Terminal Barcos y
CARMELO. Anteproyec­to Terminal Barcos y
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proyecto del CC Recoleta como parte del equipo de Testa.
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Con Walter Levy, en su estudio.
EN NUEVA YORK. Con Walter Levy, en su estudio.
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Con Sergio Krymer y el estudio Grinberg, Dwek, Iglesias.
CLUB TIBURÓN. Con Sergio Krymer y el estudio Grinberg, Dwek, Iglesias.
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Buses. (Con Grinberg Dwek Iglesias)
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Productor de series.
EN 2OO0. Productor de series.

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