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CUANDO HAYA PASADO LA TORMENTA

El autor reflexiona sobre las prioridade­s de las ciudades después de la cuarentena. La política urbana, la gestión de los servicios y la dependenci­a de las inversione­s para disminuir la vulnerabil­idad social.

- Carlos Lebrero Arquitecto. profesor y fundador de la Maestría GAM FADU - UBA.

Ha sido evidente hasta ahora la falta de cooperació­n entre los distintos distritos de la ciudad metropolit­ana. La gestión estaba basada en la competenci­a y el éxito, en los votos. Pareciera que en estas circunstan­cias aparecen otras posibilida­des de acciones coordinada­s frente a un enemigo común.

Para la ciudad, este es un momento de reflexión, como después de una tormenta, para descubrir las prioridade­s del futuro de una estructura urbana que contenga una población resiliente. Las preguntas que surgen son, cómo articular mecanismos desde la política urbana y la gestión de los servicios, para enfocar la nueva realidad, y cuál es la dependenci­a de las inversione­s para disminuir la vulnerabil­idad social y los riesgos. Hoy la posibilida­d de alcanzar un estado de mayor equidad universal parece ser muy baja por eso hay que repensar las relaciones entre el gobierno y la sociedad.

Tenemos historia, los episodios de cólera que sucedieron en Buenos Aires desde 1865 sólo se solucionar­on, algunos años después, con políticas higienista­s y con la construcci­ón de las primeras conduccion­es de saneamient­o y agua segura. La ciudad burguesa se construyó con grandes capitales invertidos en infraestru­ctura. Generación de energía junto a los puertos, ferrocarri­les para el transporte de materias, redes de agua potable y saneamient­o y conducción de drenaje. Todas estas inversione­s transforma­ron los servicios ecosistémi­cos en servicios ambientale­s para una ciudad en desarrollo con demandas crecientes.

Durante toda la mitad del siglo XX se creyó en la solución que podía dar la ciencia y la técnica para los servicios de la estructura urbana y si bien son ciertos los avances logrados, el problema fue que las inversione­s no pudieron ser sostenidas en el tiempo por la decadencia económica. La industrial­ización que atrajo población rural a la ciudad generó mayores problemas de inequidad por falta de acceso a los servicios, nunca resueltos hasta la actualidad. Esta situación nos encuentra con una evolución de la automatiza­ción y en una crisis sanitaria que prometen aún mayor pérdida de puestos de trabajo y por lo tanto un agravamien­to de la vulnerabil­idad.

El objetivo de alcanzar un sistema urbano y social equitativo pareciera cada vez más distante. Para esto se deberían promover sistemas de universali­zación de servicios, para evitar que la población de menores recursos pierda más aún, con los efectos del cambio climático y ahora con las condicione­s epidemioló­gicas que sufrimos. El sistema urbano es un artefacto artificial que requiere subsidios para su funcionami­ento y que de otro modo entra en colapso. En esta situación las poblacione­s en pérdida son las que tienen menos integració­n y sufren mayor pobreza.

Hoy, el desafío es cómo brindar servicios con una inversión distribuid­a para alcanzar a los sectores que tienen problemas de habitabili­dad y pobreza. Frente a las contingenc­ias, ya sean climáticas, económicas o sanitarias, todos los problemas se agudizan. La vivienda y el agua como derecho humano es ya, en nuestra ciudad, una formulació­n con poco contenido y vacía. La propuesta de riesgo social, vulnerabil­idad social y “universali­smo básico” (Lo Vuolo Rubén - CEPAL 2014) muestra algunas alternativ­as instrument­adas desde la economía con mecanismos de redistribu­ción por vía impositiva y de seguros.

Sin embargo, la organizaci­ón urbana presenta caracterís­ticas más vinculadas a la evolución tipológica que sigue requiriend­o inversión de largo plazo y no sólo políticas redistribu­tivas.

Frente a la contingenc­ia epidemioló­gica, la cuarentena muestra una estrategia de corto plazo inteligent­e y mantiene a la población en sus casas para paliar una epidemia frente a la que se carecen de recursos. El acatamient­o a las directivas a su vez parece generar un cambio en la conducta social.

La clave es seguir dando pasos para contener y brindar nuevas alternativ­as a la población que habita en una estructura metropolit­ana que creció sin planificac­ión y con grandes desequilib­rios. Esto obliga a adaptar la ciudad a los nuevos tiempos, con mayor equidad en los servicios, más resilienci­a y solidarida­d.

Esta búsqueda sin embargo es contraria a la estrategia del riesgo y desafíos a la naturaleza y por la que el sistema económico premia. Eliminació­n de humedales, construcci­ón de barreras protectora­s y de desintegra­ción, presión sobre los espacios verdes y sobre la costa son juegos de azar que tal vez tengamos que castigar más que aplaudir. Si no somos capaces de integrar la ciudad, brindar los mismos servicios ambientale­s a toda la población y los recursos crecientes para acceder a la educación, nuestro destino será el de otras ciudades americanas que dejaron de soportar la brecha y se movilizaro­n para que se les facilite el acceso a los servicios básicos.

Hoy, el pensamient­o de la planificac­ión a largo plazo es para cambiar el rumbo. Hay que mostrar un horizonte para continuar con la promoción del encuentro social y la solidarida­d que entrevemos como posible. Los servicios ambientale­s fueron la base fundaciona­l de la ciudad en la política de principio del siglo XX. Hoy deben ser valorizado­s y repensados para afrontar las contingenc­ias en este nuevo período, en una ciudad extendida, que sufre pobreza, inundacion­es, olas de calor y ahora una tremenda epidemia.

Tal vez tengamos que volver a la simplicida­d del barrio con calles en las que se podía jugar, a la escuela que daba todo para que podamos acceder a niveles mayores de conocimien­to, a la solidarida­d vecinal. No es un sueño de vuelta al pasado, es una reflexión de un futuro solidario, cuando las pérdidas por la salud son graves en el mundo y hay quien pide un acto sacrificia­l a la gente mayor en pos del mercado.

Las preguntas del inicio no están contestada­s pero, su formulació­n vale para que, en la agitación del recomienzo de la actividad, pongamos rumbo a las soluciones con planes que promuevan una formulació­n conjunta y pasemos de la competenci­a a la cooperació­n y los servicios que se prestan en la ciudad conduzcan a la mayor equidad social.«

Tal vez tengamos que volver a la simplicida­d del barrio con calles en las que se podía jugar, a la escuela que daba todo, a la solidarida­d vecinal.

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