CUANDO HAYA PASADO LA TORMENTA
El autor reflexiona sobre las prioridades de las ciudades después de la cuarentena. La política urbana, la gestión de los servicios y la dependencia de las inversiones para disminuir la vulnerabilidad social.
Ha sido evidente hasta ahora la falta de cooperación entre los distintos distritos de la ciudad metropolitana. La gestión estaba basada en la competencia y el éxito, en los votos. Pareciera que en estas circunstancias aparecen otras posibilidades de acciones coordinadas frente a un enemigo común.
Para la ciudad, este es un momento de reflexión, como después de una tormenta, para descubrir las prioridades del futuro de una estructura urbana que contenga una población resiliente. Las preguntas que surgen son, cómo articular mecanismos desde la política urbana y la gestión de los servicios, para enfocar la nueva realidad, y cuál es la dependencia de las inversiones para disminuir la vulnerabilidad social y los riesgos. Hoy la posibilidad de alcanzar un estado de mayor equidad universal parece ser muy baja por eso hay que repensar las relaciones entre el gobierno y la sociedad.
Tenemos historia, los episodios de cólera que sucedieron en Buenos Aires desde 1865 sólo se solucionaron, algunos años después, con políticas higienistas y con la construcción de las primeras conducciones de saneamiento y agua segura. La ciudad burguesa se construyó con grandes capitales invertidos en infraestructura. Generación de energía junto a los puertos, ferrocarriles para el transporte de materias, redes de agua potable y saneamiento y conducción de drenaje. Todas estas inversiones transformaron los servicios ecosistémicos en servicios ambientales para una ciudad en desarrollo con demandas crecientes.
Durante toda la mitad del siglo XX se creyó en la solución que podía dar la ciencia y la técnica para los servicios de la estructura urbana y si bien son ciertos los avances logrados, el problema fue que las inversiones no pudieron ser sostenidas en el tiempo por la decadencia económica. La industrialización que atrajo población rural a la ciudad generó mayores problemas de inequidad por falta de acceso a los servicios, nunca resueltos hasta la actualidad. Esta situación nos encuentra con una evolución de la automatización y en una crisis sanitaria que prometen aún mayor pérdida de puestos de trabajo y por lo tanto un agravamiento de la vulnerabilidad.
El objetivo de alcanzar un sistema urbano y social equitativo pareciera cada vez más distante. Para esto se deberían promover sistemas de universalización de servicios, para evitar que la población de menores recursos pierda más aún, con los efectos del cambio climático y ahora con las condiciones epidemiológicas que sufrimos. El sistema urbano es un artefacto artificial que requiere subsidios para su funcionamiento y que de otro modo entra en colapso. En esta situación las poblaciones en pérdida son las que tienen menos integración y sufren mayor pobreza.
Hoy, el desafío es cómo brindar servicios con una inversión distribuida para alcanzar a los sectores que tienen problemas de habitabilidad y pobreza. Frente a las contingencias, ya sean climáticas, económicas o sanitarias, todos los problemas se agudizan. La vivienda y el agua como derecho humano es ya, en nuestra ciudad, una formulación con poco contenido y vacía. La propuesta de riesgo social, vulnerabilidad social y “universalismo básico” (Lo Vuolo Rubén - CEPAL 2014) muestra algunas alternativas instrumentadas desde la economía con mecanismos de redistribución por vía impositiva y de seguros.
Sin embargo, la organización urbana presenta características más vinculadas a la evolución tipológica que sigue requiriendo inversión de largo plazo y no sólo políticas redistributivas.
Frente a la contingencia epidemiológica, la cuarentena muestra una estrategia de corto plazo inteligente y mantiene a la población en sus casas para paliar una epidemia frente a la que se carecen de recursos. El acatamiento a las directivas a su vez parece generar un cambio en la conducta social.
La clave es seguir dando pasos para contener y brindar nuevas alternativas a la población que habita en una estructura metropolitana que creció sin planificación y con grandes desequilibrios. Esto obliga a adaptar la ciudad a los nuevos tiempos, con mayor equidad en los servicios, más resiliencia y solidaridad.
Esta búsqueda sin embargo es contraria a la estrategia del riesgo y desafíos a la naturaleza y por la que el sistema económico premia. Eliminación de humedales, construcción de barreras protectoras y de desintegración, presión sobre los espacios verdes y sobre la costa son juegos de azar que tal vez tengamos que castigar más que aplaudir. Si no somos capaces de integrar la ciudad, brindar los mismos servicios ambientales a toda la población y los recursos crecientes para acceder a la educación, nuestro destino será el de otras ciudades americanas que dejaron de soportar la brecha y se movilizaron para que se les facilite el acceso a los servicios básicos.
Hoy, el pensamiento de la planificación a largo plazo es para cambiar el rumbo. Hay que mostrar un horizonte para continuar con la promoción del encuentro social y la solidaridad que entrevemos como posible. Los servicios ambientales fueron la base fundacional de la ciudad en la política de principio del siglo XX. Hoy deben ser valorizados y repensados para afrontar las contingencias en este nuevo período, en una ciudad extendida, que sufre pobreza, inundaciones, olas de calor y ahora una tremenda epidemia.
Tal vez tengamos que volver a la simplicidad del barrio con calles en las que se podía jugar, a la escuela que daba todo para que podamos acceder a niveles mayores de conocimiento, a la solidaridad vecinal. No es un sueño de vuelta al pasado, es una reflexión de un futuro solidario, cuando las pérdidas por la salud son graves en el mundo y hay quien pide un acto sacrificial a la gente mayor en pos del mercado.
Las preguntas del inicio no están contestadas pero, su formulación vale para que, en la agitación del recomienzo de la actividad, pongamos rumbo a las soluciones con planes que promuevan una formulación conjunta y pasemos de la competencia a la cooperación y los servicios que se prestan en la ciudad conduzcan a la mayor equidad social.«
Tal vez tengamos que volver a la simplicidad del barrio con calles en las que se podía jugar, a la escuela que daba todo, a la solidaridad vecinal.