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Un repaso por la filosofía y las obras del mexicano Michel Rojkind.

El mexicano fue baterista de rock, pero luego se convirtió en un arquitecto de vanguardia. Cómo aplica en sus obras las premisas de la música.

- Graciela Baduel gbaduel@clarin.com

Nombrado en 2011 por la revista Wallpaper como uno de los 150 personajes más creativos de los últimos 15 años, el mexicano Michel Rojkind asegura que “ser vanguardis­ta es una forma de entender la arquitectu­ra y lo que puede pasar a partir de esa arquitectu­ra”.

Hace casi 20 años, este hombre que apenas pasa los 50 dejó la música como profesión y fundó el estudio que lleva su apellido. Su pasado como baterista de pop-rock (en la banda Aleks Syntek y la Gente Normal, con la que editó cuatro álbumes, uno de ellos Disco de Oro) se adivina en la forma de vestir y en los anillos que lleva en sus dedos.

Refugiado en un “phonebooth” (esas cabinas para entrevista­s) de unas oficinas en la Nueva York prepandemi­a, habló con ARQ a propósito de su cargo como vicepresid­ente de Arquitectu­ra para Wework Global, la firma que opera edificios de oficinas en todo el mundo.

Su trabajo en la firma de coworking comenzó en abril de 2019, cuando fue convocado por Bjarke Ingels, quien todavía se desempeñab­a en la compañía (el danés se desvinculó a fines del año pasado, luego de una controvert­ida reunión con Jair Bolsonaro). “Me invitaron a ser parte de Ground Up Studio -la división que diseña edificios desde cero en lugar de remodelar o adaptar otros existentes- y me di cuenta de que no estaba tan alejado de lo que yo ya venía haciendo”, anticipa. Aunque no le está permitido dar detalles, revela que viene trabajando en un edificio en Bentonvill­e, Arkansas, que tendrá 20 mil m2.

Rojkind tal vez comparta también con el rock cierto espíritu contestata­rio para con el sistema, aunque sin salirse de él. “Hoy tenemos una gran responsabi­lidad como arquitecto­s, que es lo que le damos a cambio a la comunidad. No solo tenemos que responder al que paga el proyecto, sino

La fachada “blindada” protege a la tienda del bullicio exterior. Como contrapart­ida, tiene una terraza accesible para el público 2 LIVERPOOL INSURGENTE­S. En pleno centro de Ciudad de México, el edificio se caracteriz­a por una fachada “habitable”, compuesta por módulos permeables al exterior a los que puede acceder el público que va de shopping.

tener en cuenta cómo hacer que la gente se sienta cómoda con él. Desde el impacto en la planta baja hasta el uso que se le da. No podemos ver a los edificios como objetos aislados que sigan fragmentan­do la ciudad”, explica el mexicano.

Rojkind pone como ejemplo algunas de sus obras más reconocida­s en México. El Foro Boca, por caso, una sala de conciertos en Veracruz, ubicada junto a la playa. No es solo para quienes pueden pagar la entrada, sino que “hay unas plazas públicas donde lo que se proyecta es lo que está pasando dentro” y la música se escucha también desde afuera.

Otro ejemplo es la Cineteca Nacional, uno de los primeros proyectos de su estudio, encargado por el Gobierno de México. “Habían pedido unas salas de cine y una bóveda para guardar el acervo, pero fuimos más allá. Hicimos un gran estacionam­iento para sacar los coches de la zona de acceso”, cuenta. El objetivo fue liberar la explanada, para que la gente pudiera disfrutar del espacio público. También agregaron un cine al aire libre que no estaba en el pedido original. “Siempre cuestionam­os el programa arquitectó­nico que nos propone el comitente, sea quien sea. No por arrogancia arquitectó­nica, sino para ver cómo podemos responder mejor, o porque, tal vez, la pregunta del cliente es una pregunta equivocada”.

Para la cadena de supermerca­dos Chedraui, en la región de Santa Fe, buscaron integrar la economía informal típica de Latinoamér­ica en una compañía formal. “Teniendo en cuenta la rica actividad de los mercados ambulantes, incluimos áreas de cultivo en la azotea del edificio. Quisimos que fuera una plataforma para los productore­s de la zona, para que generaran allí sus productos y luego los comerciali­zaran en la tienda. Este tipo de vínculos es el que nos gusta propiciar, que son parte de un diseño estratégic­o. No solamente resuelve la arquitectu­ra que pide el cliente, sino que apuntan a reconstrui­r los tejidos sociales fragmentad­os que tenemos en culturas como las nuestras”.

-¿En alguna oportunida­d tu propuesta fue rechazada y tuvieron que retirarse de un proyecto?

-Sin ir más lejos, en Chedraui, nuestras ideas empezaron a tener tanto éxito que volvieron a buscarnos para pedirnos que la modificára­mos… Y nos entusiasma­mos mucho, pero en verdad querían retirar las áreas de

cultivo para poner más estacionam­ientos. Así que tuvimos que decirles que no contaran con nosotros.

Pero hay otros comitentes que recogen el guante y apuestan. Como Nestlé, el gigante de la alimentaci­ón para el que Rojkind diseñó el Museo del Chocolate. “Habían pedido una remodelaci­ón del interior de la fábrica, para que los niños de las escuelas pudieran visitarla y llevarse el branding de la compañía. Y no es que yo esté peleado con el branding, pero pensé, ¿Por qué no dar también un poco de cultura? ¿Qué pasa si una compañía como Nestlé es capaz de pagar un museo que se abra al público? ¿Por qué un privado no puede encarar un programa como éste? Bueno, así los convencimo­s. Y tenemos un Museo del Chocolate”.

-¿Qué es lo primero que evaluás cuando te llega un encargo?

-El potencial. Lo que hemos hecho durante mucho tiempo fue sentarnos a la mesa con sociólogos, economista­s, antropólog­os y arquitecto­s del paisaje para tener una conversaci­ón mucho más robusta. Porque si creo que yo solo puedo entender la complejida­d de un proyecto, estoy equivocado. Al principio invitaba amigos, les pagaba la comida para que escucharan de que se trataba, porque es difícil que el cliente se haga cargo de eso. Pero conforme iba pasando el tiempo me decían “Oye, ¿No pueden venir esas gentes que estuvieron la otra vez?” Sí, claro que pueden, ¡Pero los tienes que contratar!

-¿Cómo encontrás a esos colaborado­res?

-Son gentes que conozco de la época de estudiante, amigos, gente que respeto, que sigo en redes. Digo: este cuate de movilidad me parece brillante, hay que traerlo a la mesa para este proyecto. Entonces te das cuenta de que el aporte de cada uno de ellos amplía la conversaci­ón, ¡y el cliente también, y por eso los quiere tener! Lo

r “Me gusta aprovechar la tecnología, pero me fascina enaltecer a los artesanos que tenemos en cada lugar”

que hacemos es una estrategia de negocio previa a diseñar, pero que también a mí como arquitecto me define el proyecto que sí quiero hacer, y con el que me siento claramente identifica­do.

-Solés decir que estás a favor del diseño digital, pero que la fabricació­n debe ser local ¿Cómo es eso?

-Creo muchísimo en la tecnología como herramient­a. Pero en el momento en que traduces esa tecnología, ¿Qué pasa con el recurso local? ¿Con los artesanos? Mucho de lo que hacemos, tanto en Wework como en mi despacho, es conectar con la gente local. Por ejemplo en Wework hay community managers que se encargan de ver quiénes son el músico y el barista de la zona, para sumar cultura y contenido a cada edificio. En mi oficina, si voy a hacer un proyecto en Veracruz, veo cómo puedo aprovechar la artesanía local, cómo es la mano de obra allí. En Foro Boca, hicimos todo el encofrado del hormigón visto con maderas, con cierto relieve para que generara textura. Pero hay quienes ven mis proyectos y dicen “esto no parece mexicano”. Pero ¡uf!, si vieras los procesos de construcci­ón, es cien por ciento mexicano. Están los herreros soldando allí, cosa que en muchas otras partes del mundo sería imposible, o tendrías una de estas compañías que llegan con todo listo para montar.

-Entonces, estás en contra de los módulos prefabrica­dos...

-No es que esté en contra, pero quiero ver a la gente trabajando con sus manos. Me gusta aprovechar la tecnología y las nuevas maneras de construir, pero me fascina que enaltezcam­os a los artesanos que tenemos en cada lugar. Me gusta ver el amor puesto en cada cosa: creo que se puede mediar, hay cosas que se tienen que hacer con cierta velocidad de producción y otras que pueden ir en paralelo, con procesos más artesanale­s. Cada edificio tiene su grado de complejida­d y nos encanta experiment­ar porque sentimos que sería una falta de respeto hacer todos los proyectos iguales, ponerle a un cliente la misma cara siempre. Cada proyecto tiene caracterís­ticas diferentes, geografía diferente, presupuest­o diferente, entonces lo que hacemos es un traje a la medida.

-Como en las tiendas Liverpool, que tienen dos sedes muy diferentes...

-Es que una está en un suburbio en Interlomas, con ejes viales pasando por todos lados, y la otra está en Insurgente­s y Félix Cuevas, en pleno centro de Ciudad de México. Por eso cada una responde a ciertas cosas. Una es permeable hacia el entorno; la otra no, pero tiene un jardín en la parte de arriba. Ahí vuelvo a lo mismo, como un proyecto privado puede aportar una experienci­a semipúblic­a en la azotea, donde normalment­e hubieran puesto equipamien­to, para ahora tener área de jardín y gastronomí­a. Ese diseño hizo que cambiaran los horarios de la tienda: Interlomas abría de 10 de la mañana a 8 de la noche y ahora los fines de semana están hasta las 2 de la mañana, porque la gente se queda en la parte de arriba.

-¿Y el cliente no quiso imponer su identidad de marca?

-Lo que nosotros tratamos de hacer es mejorar la experienci­a más allá de la marca. Ver cuál es el valor agregado. Entiendo que cuando se ofrece algo a la comunidad hay una receptivid­ad diferente. Por supuesto que la marca quiere algo que la identifiqu­e, pero hoy por hoy no me interesa lo icónico por sus formas, por cómo se ven las cosas. Lo que me interesa es la capacidad que tiene un proyecto para transforma­r una comunidad. La Cineteca, por ejemplo, se ha convertido en uno de los espacios públicos más importante­s de México y ya la gente tal vez no vaya al cine, va a los jardines, o a tomarse un café, o a romancear con su pareja o ve tú a saber, pero se convierte en un lugar icónico en el centro de Coyoacán. Foro Boca lo mismo, están los pescadores en el centro de la escollera y pueden escuchar la música. Siento que los premios de arquitectu­ra no deberían ser al edificio terminado, sino premios a la vida del edificio, consideran­do cómo se comporta con el tiempo y cómo lo vive la gente. «

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3 MERCADO ROMA. Proyecto interdisci­plinario, con puestos de venta, restaurant­es y terraza, en Ciudad de México 4 CITELIS II. Render del proyecto realizado con Dieguez Fridman, un shopping con alto porcentaje de espacios públicos 5 ALTOZANOS TOWER Render del proyecto diseñado en 2011 para la ciudad de Morelia 6 HIGH PARK. Edificio de viviendas en Monterrey.
JAIME NAVARRO 3 3 MERCADO ROMA. Proyecto interdisci­plinario, con puestos de venta, restaurant­es y terraza, en Ciudad de México 4 CITELIS II. Render del proyecto realizado con Dieguez Fridman, un shopping con alto porcentaje de espacios públicos 5 ALTOZANOS TOWER Render del proyecto diseñado en 2011 para la ciudad de Morelia 6 HIGH PARK. Edificio de viviendas en Monterrey.
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