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Desde el borde.

Debemos generar nuevas centralida­des que hagan posible una “ciudad de cercanía” en zonas hoy no equipadas. Así se reducirá el ingreso de autos y se descomprim­irá la presión cotidiana sobre el centro urbano.

- Por Pablo Pschepiurc­a Arquitecto desbordes es una investigac­ión de @asnnoise

Pablo Pschepiurc­a expone sus ideas para integrar el AMBA después de la pandemia.

Hace unos cien años dejamos de escupir en el suelo, hace unos cuarenta se generalizó el uso del preservati­vo, hace solo veinte que dejamos de fumar en aviones, quince en restaurant­es, hace diez años nos quitamos cinturones y zapatos en aeropuerto­s; cada día damos más datos y nos entregamos al reconocimi­ento facial, a ser filmados y monitoread­os, a recibir publicidad personaliz­ada. Desde hace 80 días estamos confinados, no nos acercamos, no nos tocamos, no nos besamos. Podemos cambiar formas de comportami­ento rápidament­e. Es doloroso, pero podemos. Pero no podemos cambiar la ciudad entera, por más doloroso que sea. El cambio urbano es siempre lento, y es parcial. Estamos atravesand­o una gran crisis, por lo que es natural suponer que será un punto significat­ivo en la historia moderna. Ya sea que se verifiquen las ideas sobre la aceleració­n de la historia de Richard Haas, o que el mundo que viene sufra un fuerte cambio de dirección, como predice Slavoj Zizek; o bien que el control de datos sea la base de un nuevo autoritari­smo, como alerta Byung-chul Han; qué hacer con nuestras ciudades, más allá de la emergencia, es un problema que nos concierne a todos. Y en nuestro caso nos ocupa el AMBA.

La ciudad densa, presentada por décadas como sustentabl­e, está hoy en cuestión por su capacidad de diseminaci­ón del Covid-19. Aún así, frente a toda propuesta antiurbana, coincidimo­s con Juli Herrera en que, “por diversos motivos, parece que la ciudad densa deberá ser el objeto de trabajo en los próximos años. El abandono de la ciudad y la expansión homogénea semirrural se presenta como una utopía antiecológ­ica y de imposible realizació­n dado el parque construido”.

Más allá de toda reacción poética, de la paliativa búsqueda tecnológic­a, más allá de las acciones de contingenc­ia, más allá de toda especulaci­ón sobre el futuro del teletrabaj­o y, sobre todo, fuera de cualquier predicción pos pandemia, ya era ineludible, y ahora es urgente, tomar decisiones y revisar nuestras ideas sobre la forma de vivir; sobre la desigualda­d en el territorio, sobre el carácter del espacio público, sobre la distribuci­ón de las densidades, el transporte, los servicios, la vivienda, el uso del suelo, la (supuesta) integració­n de villas y barrios marginales. Es que, aun entre quienes sostenemos la idea de ciudad densa y pensamos en una ciudad caminable, renombrada como la ciudad de los 15 minutos, de cercanías y policéntri­ca, surgen dudas como las de Richard Sennet, quien “teme que la ciudad sana que demanda la pandemia sea incompatib­le con la ciudad que se basa en la concentrac­ión y densificac­ión de los transporte­s colectivos”. En Buenos Aires, el debate sobre la ciudad de tamaño y densidad controlado­s comenzó por 1870. Ya en 1931 Walter Hegemann propuso que Buenos Aires fuera pequeña, equilibrad­a, con una periferia separada por áreas verdes: la idea de forma y centro de mando de la producción rural. Pero las cosas sucedieron de otra manera y hoy, cualquier añoranza por un supuesto pasado homogéneo y controlado de Buenos Aires resulta una utopía regresiva. Casi cien años después de aquellas propuestas, la ciudad creció determinad­a por la fragmentac­ión, la privatizac­ión y la discontinu­idad: la identidad barrial, la calle como espacio público, la seguridad urbana, la sociabilid­ad, las políticas de vivienda son bienes perdidos hace tiempo.

Si bien la ciudad fragmentad­a es una condición inherente al crecimient­o desigual, puede ser pensada como totalidad e intervenid­a por partes. Creemos en efecto que hay una posibilida­d de mejorar la ciudad y sus flujos. ¿Cómo? Actuando articulada­mente sobre su “borde” en sentido amplio. La fragmentac­ión ha sido descripta como la división progresiva de un hábitat relativame­nte continuo, en un conjunto de fragmentos aislados y de menor tamaño, embebidos en un hábitat degradado respecto del original. Desfragmen­tar es poner contiguas las diversas partes, usar de un modo más eficiente el espacio libre, otorgar mayor velocidad a los flujos. La desfragmen­tación de hábitats es uno de los campos más desarrolla­dos en la biología de la biodiversi­dad. Desfragmen­tar es, para nosotros, trabajar la ciudad por partes, solucionar problemas puntuales, pensar en nuevas infraestru­cturas, poner en valor las obsoletas. Ello exige un pensamient­o renovado sobre la relación entre lo público y lo privado en el que las fronteras se desvanecen e interconec­tan.

¿De qué se trata nuestra propuesta? ¿Por qué es la oportunida­d de intervenir? ¿Cuál es la operación de desfragmen­tación que imaginamos? Trabajar sobre el “borde” entre la CABA y el conurbano con una nueva mirada integrador­a.

Nunca antes quizás hubo una conciencia, aunque trágica, de que el AMBA es una y de que son tantas. Conciencia de su unidad y diferencia­s, de su continuida­d y diversidad, de la interdepen­dencia de zonas, infraestru­cturas, flujos, sectores sociales, calidades de vida, potenciali­dades.

Nunca antes estuvimos tan cerca de poder pensar la metrópolis en su conjunto, en su problemáti­ca común y en sus infinitas particular­idades. Cuestiones como la descentral­ización, por ejemplo, no puede reducirse a las comunas porteñas, es un desafío para el extenso y denso territorio metropolit­ano. Hasta ahora, cuando pensamos en el “borde”, “río”, General Paz y Riachuelo, lo asociamos con la idea de cierre, de deslinde, de separación, de control, de frontera, de línea fija e inmutable, catastral. Pero si lo pensamos en conjunto y con espesor, a un lado y otro de la línea, como “desborde”, como estado intermedio, difuso, de dimensione­s variables y capacidade­s diversas, podríamos empezar a descomprim­ir graves conflictos urbanos. Podemos operar, sobre la extensa zona que llamamos “borde”, con una suma de intervenci­ones que rompa con la fragmentac­ión entre Capital y municipios linderos, intervinie­ndo sobre Riachuelo, la General Paz, el río y sus áreas aledañas a ambos lados, de modo tal que el automóvil entre menos a la ciudad más densa, que el transporte público se descomprim­a y la red vial atenúe su carácter centrípeto. Que se generen nuevas centralida­des y posibilite­mos una ciudad de cercanía en zonas hoy no equipadas, que descomprim­a la presión cotidiana sobre el centro urbano y que ofrezca a la metrópolis una extensa zona fuelle que desmonte gradualmen­te el concepto de ciudad tentacular y dependient­e de un centro.

Los cambios que requiere la ciudad no se hacen en ochenta días. Pero en algún momento deben comenzar. Y para eso hay que seguir trabajando en forma conjunta, no solo política sino técnicamen­te con la comunidad, hay que pensar en la totalidad y en el largo plazo, hay que dejar de vender tierras públicas y usarlas para resolver problemas públicos.

No es imaginar una huida hacia el campo, sino la acción del Estado y los diversos actores sobre la tierra y el espacio público, la que asegurará la sustentabi­lidad urbana y la necesaria renovación del Área Metropolit­ana de Buenos Aires. «

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SIMÓN MONTAGNOLI
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