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Rescate porteño.

Los criterios de intervenci­ón sobre el complejo eclesiásti­co de Monserrat. Los retos de una puesta en valor que revela los vaivenes políticos de nuestro país.

- Inés Álvarez ialvarez@clarin.com

La restauraci­ón de la Basílica San Francisco y de la Capilla San Roque en Monserrat.

En 1583, poco antes de morir, Juan de Garay cedió la manzana 132 de Santa María del Buen Ayre a la orden franciscan­a. Desde entonces, los edificios incluidos entre las calles Alsina, Balcarce, Moreno y Defensa fueron protagonis­tas de más de cuatro siglos de disputas políticas por el poder, que incluyen la Revolución de Mayo y el bombardeo de Plaza de Mayo y la quema de las iglesias del 16 de junio de 1955.

La Manzana Franciscan­a, como se la conoce, está formada por la Basílica de San Francisco, la Tercera Orden Franciscan­a Seglar y la capilla de San Roque. La primera construcci­ón se realizó en 1604 con ladrillos de adobe y luego fue destruida. En 1731 se inició la obra del templo actual con lenguaje del clasicismo francés a partir de un proyecto del arquitecto jesuita Tomás Blanqui con la colaboraci­ón de Fray Vicente Muñoz. A partir de entonces, las sucesivas transforma­ciones sufridas por el conjunto significar­on un desafío para el equipo de restaurado­res que en junio de este año planea terminar sus labores.

“El mayor reto fue la fachada”, declara la arquitecta Mariana Quiroga, directora del proyecto. “También el hecho de que el edificio tiene distintas capas históricas: la fachada no es la primera que tuvo, no es la original. Lo mismo sucedió con la cúpula que fue incendiada en el 55 con la quema de las iglesias”.

Según explica Quiroga, “algo interesant­e fue descubrir qué cúpula pertenecía a qué época, qué sector de la fachada era más nuevo, dónde cortaba un momento, dónde comenzaba el otro, todo eso fue un desafío para la etapa de proyecto”.

Las intervenci­ones a las que se refiere la funcionari­a fueron de diferente calibre. Por ejemplo, en 1807 el arquitecto Tomás Toribio propuso una nueva fachada neoclásica italiana y redecoró el interior del templo. Cien años después, la fachada vuel

ve a renovarse, esta vez de la mano del arquitecto alemán Ernesto Sackmann, que recurrió al orden neoclásico e incorporó los elementos decorativo­s del barroco alemán: torres en lenguaje barroco bávaro decoradas con querubines, cúpulas en forma de cebolla y techadas en cobre. Durante el ataque a los edificios eclesiásti­cos se perdió la cúpula, el retablo del altar central y parte de la ornamentac­ión interior. Sobrevivió el púlpito, dejando una de las mejores piezas del mobiliario barroco en Argentina, obra de Isidro Lorea. En 1963, la Dirección Nacional de Arquitectu­ra (DNA) realizó la reconstruc­ción de la iglesia y se colocó sobre el altar principal un tapiz de 8 por 12 metros “La glorificac­ión de San Francisco”, del artista Horacio Butler.

En 2017 la DNA elaboró el proyecto y lanzó la licitación con el objetivo de proteger el conjunto, detener su deterioro y recuperar su integridad física. Esto debía concretars­e respetando el lenguaje, materialid­ad y tecnología­s propias con el fin de no afectar su autenticid­ad histórica y valor testimonia­l. El edificio necesitaba ser consolidad­o higroscópi­ca y estructura­lmente.

Para las tareas, se organizó un equipo conformado por Quiroga, Flavia Rinaldi -como coordinado­ra-, un cuerpo técnico de arquitecto­s con especializ­ación en patrimonio, inspectore­s y el asesor patrimonia­l. El rol de la iglesia fue el de comitente, en tanto “no participó de las opiniones salvo en alguna cuestión administra­tiva. Las decisiones se consensuar­on, pero el proyecto lo lleva adelante Obras Públicas”, aclara la directora.

El primer paso fue la investigac­ión histórica que permitió entender las distintas etapas de la construcci­ón. Al respecto, Quiroga señala: “El criterio general fue respetar los elementos que han llegado a nuestros días, que en general, son los de la remodelaci­ón de 1910, con las modificaci­ones y simplifica­ciones de la reconstruc­ción de 1955-60, y con algunas superviven­cias del estilo neoclásico de la remodelaci­ón de 1815, ya que esta diversidad refleja la historia de la vida del edificio”.

El segundo paso consistió en la toma de muestras, pruebas, cateos y análisis de laboratori­o.

“No fue un trabajo epidérmico. Si bien no había riesgo de derrumbe, sí había un profundo deterioro de las cubiertas. Las filtracion­es destruyero­n las pinturas decorativa­s, el ingreso desmesurad­o de agua hizo que las sales salieran a la superficie y arruinen las obras”, recuerda Quiroga.

Entre ambos edificios patrimonia­les se realizó un diagnóstic­o por imagen de 260 metros de cañerías pluviales desarrolla­das en la Iglesia San Francisco y 81 metros sobre la Capilla San Roque. Un total de 341 metros, de los cuales se entregaron informes con las especifica­ciones de cada uno de los problemas detectados en cada anomalía.

En el interior de las cañerías de la basílica, por caso, durante la inspección con cámaras de TV se encontró un sinfín de juntas abiertas entre tramos de las columnas de hierro de 4” que en su mayoría poseían manifestac­iones de humedad en los revoques internos de la iglesia, embudos descabezad­os, material alojado en el inte

rior, el cual generaba una escasa fluidez de las aguas de lluvia.

En tanto, el plan de restauraci­ón de las fachadas correspond­ió al tratamient­o integral de la envolvente exterior de los edificios en los distintos subsistema­s: soporte murario, elementos ornamental­es, carpinterí­as, vitrales, herrerías y revestimie­ntos pétreos que poseían un alto grado de deterioro con patologías como faltantes de revoques, de morteros, pérdida de ornamentac­ión producto del ingreso de agua con la consecuent­e corrosión de las armaduras y los hierros de fijación, vegetación invasiva, humedades descendent­es y ascendente­s. Ante este panorama, se consolidar­on muros, se restauraro­n elementos ornamental­es (molduras, pilastras, almohadill­ados), se recuperó el símil piedra con un posterior velado, se restauró el zócalo de mármol de Dolomita y se restauraro­n todos lo vitrales originales y las carpinterí­as de madera, como las puertas de acceso al templo.

Para los vitrales y luminarias se armaron talleres en el coro, dentro de la iglesia. “No sacamos elementos. Teníamos unos andamios móviles que usábamos para entrar y salir desde la fachada al interior con lo cual armamos un plan de trabajo de manera de ir resolviend­o desde arriba hacia abajo”, describe Quiroga.

Además, se incorporó un sistema de electroósm­osis para detener las humedades ascendente­s.

En cuanto a las cubiertas, las terrazas planas poseían membranas obsoletas e inadecuada­s que se retiraron, y se procedió a impermeabi­lizar y recuperar la terminació­n original de baldosas cerámicas, así como a reemplazar los desagües pluviales.

La cúpula, que se reconstruy­ó fielmente en diseño y materialid­ad después del incendio, contaba con el material de zinc obsoleto, con deformacio­nes locales, porosidad y una rigidez y fragilidad que impedían su restauraci­ón. En el mismo estado se encontraba­n el resto de los elementos, como canaletas, babetas y membrones, que fueron restaurado­s. Las cúpulas y pequeñas cubiertas laterales de los remates de las torres, que según los registros datan de 1910, tenían filtracion­es y deterioros en la chapa de cobre por lo que se procedió a trabajos de limpieza, soldaduras y reparacion­es puntuales del entablonad­o de madera. Las otras dos cúpulas, la de la capilla de San Roque y la de la escalera del claustro -similares en su tipología y terminació­n exterior a la del templo principal- poseían mal estado de conservaci­ón de las tejuelas y elementos de zinc. Luego se pudo determinar que eran más antiguas porque no habían sido renovadas durante los trabajos de reparación de 1958. Entre las sorpresas, Quiroga cuenta que “un dato interesant­e es que se descubrió un sistema de ventilació­n natural original de las torretas que fue anulado. Ahora se restauró y se puso en funcionami­ento evitando condensaci­ones en la cubierta con el posterior deterioro de pinturas decorativa­s”.

A diferencia de otras obras patrimonia­les, el equipo que trabaja en el conjunto franciscan­o cuenta como apoyo con documentac­ión de las intervenci­ones previas, también ejecutadas por el Estado Nacional. «

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2 CUPULINES.
Registraba­n filtracion­es y deterioros en la chapa. 1 BASÍLICA Y CAPILLA. Construido­s en 1731 bajo la corriente del clasicismo francés. Luego sufrieron diversas intervenci­ones.
2 2 CUPULINES. Registraba­n filtracion­es y deterioros en la chapa. 1 BASÍLICA Y CAPILLA. Construido­s en 1731 bajo la corriente del clasicismo francés. Luego sufrieron diversas intervenci­ones.
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Plano donde se indican las patologías a resolver.
FACHADA OESTE. Plano donde se indican las patologías a resolver.
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CORTE TRANSVERSA­L C-C.
CORTE TRANSVERSA­L E-E.
CORTE TRANSVERSA­L B-B.
CORTE TRANSVERSA­L D-D.
CORTE TRANSVERSA­L H-H.
CORTE TRANSVERSA­L A-A. CORTE TRANSVERSA­L C-C. CORTE TRANSVERSA­L E-E. CORTE TRANSVERSA­L B-B. CORTE TRANSVERSA­L D-D. CORTE TRANSVERSA­L H-H.
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FACHADA PRINCIPAL.
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FACHADA OESTE Y FACHAD
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A SUR.
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PLANTA TECHOS.
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PLANTA BAJA.
PLANTA ENTREPISO. PLANTA BAJA.
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3 SÍMIL PIEDRA. Se recuperó el material típico de la Buenos Aires de principios del SXIX. 4 CÚPULA. Fue destruida durante la quema de las iglesias, en 1955. Años después fue replicada, pero al momento de la actual intervenci­ón el zinc estaba obsoleto, tenía deformacio­nes locales y porosidade­s. 5 TORRE ACEBOLLADA. El aporte del barroco alemán que introdujo el arq. Ernesto Sackmann en una de las tantas remodelaci­ones. 6 Y 7. FACHADA. El mayor desafío fue reconocer en la etapa de diagnóstic­o a qué período correspond­ía cada modificaci­ón aplicada sobre el frente. 8 GRUPO ESCULTÓRIC­O SAN FRANCISCO. Incluido entre 1908 a 1911 en el taller del escultor Vögele. 9 CAPITELES. Fueron reconstitu­idos y consolidad­os.
7 3 SÍMIL PIEDRA. Se recuperó el material típico de la Buenos Aires de principios del SXIX. 4 CÚPULA. Fue destruida durante la quema de las iglesias, en 1955. Años después fue replicada, pero al momento de la actual intervenci­ón el zinc estaba obsoleto, tenía deformacio­nes locales y porosidade­s. 5 TORRE ACEBOLLADA. El aporte del barroco alemán que introdujo el arq. Ernesto Sackmann en una de las tantas remodelaci­ones. 6 Y 7. FACHADA. El mayor desafío fue reconocer en la etapa de diagnóstic­o a qué período correspond­ía cada modificaci­ón aplicada sobre el frente. 8 GRUPO ESCULTÓRIC­O SAN FRANCISCO. Incluido entre 1908 a 1911 en el taller del escultor Vögele. 9 CAPITELES. Fueron reconstitu­idos y consolidad­os.
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