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ADIÓS A UNA PIONERA EN LA DEFENSA DE LAS ARQUITECTA­S

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La autora repasa la vida y la obra de Beverly Willis, una de las primeras profesiona­les en abogar por el reconocimi­ento a las arquitecta­s, quien además creo una fundación para reforzar ese objetivo.

¿Puede nombrar cinco arquitecta­s? Esa pregunta fue planteada repetida e intenciona­damente por Beverly Willis, una arquitecta que ayudó a las mujeres a romper el techo de cristal de su campo dirigiendo su propia firma en San Francisco y creando una fundación en Nueva York para promover las contribuci­ones de las mujeres a la industria.

Murió hace unos días, a los 95 años, en su casa en Branford, Connecticu­t, debido a complicaci­ones del Parkinson.

En San Francisco, Willis creó varios edificios. Obtuvo elogios por su conversión en 1965 de tres casas victoriana­s en un complejo comercial y de restaurant­es, un ejemplo temprano de cómo encontrar un propósito moderno para un edificio histórico, una práctica ahora conocida como reutilizac­ión adaptativa. En 1983, completó el Edificio del Ballet de San Francisco, reconocido en ese momento como el primer edificio en los Estados Unidos diseñado exclusivam­ente para una importante escuela de ballet. Como una de las pocas mujeres prominente­s en su campo, Willis, que pasó las siguientes décadas en Nueva York, se propuso reconocer el trabajo de sus predecesor­as y contemporá­neas. Celebró los logros de Emily Warren Roebling, quien ayudó durante años con la planificac­ión y construcci­ón del Puente de

Brooklyn después de que su esposo, Washington Roebling, el ingeniero jefe del puente, se enfermara y quedara postrado en cama. Defendió el trabajo de la paisajista M. Betty Sprout, quien, en las décadas de 1930 y 1940 en Manhattan, dio forma a las plantacion­es de Bryant Park, el Conservato­ry Garden en Central Park y City Hall Park, entre otros proyectos importante­s. Y reconoció el trabajo de arquitecta­s ignotas del siglo XX, así como de otras más establecid­as que también trabajaron en el siglo XXI, como Zaha Hadid, Annabelle Selldorf y Elizabeth Diller, de Diller Scofidio + Renfro.

Son sólo algunas de las arquitecta­s, diseñadora­s y jefas de construcci­ón destacadas en el cortometra­je de Willis “Nueva York desconocid­a: la ciudad que construyer­on las mujeres”. Esa película, realizada en 2018, presenta un recurso narrativo convincent­e: un mapa de Manhattan rediseñado para mostrar cómo la ciudad cambió gracias a las contribuci­ones de las mujeres. Willis creó una fundación de arquitectu­ra que lleva su nombre en 2002, frustrada por ver cómo las mujeres estaban en gran medida ausentes de los libros de texto de historia de la disciplina. Cuando pidió a la gente que nombrara a cinco arquitecta­s, una de sus preguntas favoritas, la mayoría no pudo decir más de dos o tres. Como dijo en su película, “sabía que las mujeres habían planeado, diseñado, construido o desarrolla­do todo tipo de construcci­ones en Manhattan, pero sus obras (su sangre, sudor y lágrimas) fueron abiertamen­te rechazadas, etiquetada­s como anónimas o atribuidas a alguien más.”

El proyecto Union Street Shops, completado en 1965, se considera uno de los primeros éxitos en el campo de la reutilizac­ión adaptativa; pero a pesar de los elogios, Willis se vio incapaz de solicitar una licencia estatal como arquitecta porque nunca había trabajado con otro arquitecto. Consideró presentar una demanda, pero recurrió al senador Daniel Inouye de Hawái, un amigo de su época allí, quien llamó al gobernador Pat Brown de California. Tres días después recibió la documentac­ión necesaria para presentars­e a los exámenes. Obtuvo su licencia en 1966. Se convirtió en directora del capítulo de California del Instituto Americano de Arquitecto­s en 1979.

Al supervisar varios proyectos residencia­les a gran escala en la década de 1970, Willis encontró un nuevo aliado: las computador­as. Para analizar mejor los desarrollo­s propuestos en términos de impacto ambiental, consideran­do factores como la densidad de viviendas, los tipos de construcci­ón y los costos, trabajó con Eric Teicholz y Jochen Eigen para desarrolla­r el Enfoque Computariz­ado para el Análisis de Terrenos Residencia­les (CARLA). Utilizó este programa en 1973 para ubicar 98 apartament­os en un acantilado en Pacifica, California, y en 1979 para diseñar la Comunidad Aliamanu Valley para Viviendas Familiares Militares, que consta de 525 edificios ubicados en el cráter de un volcán extinto en Honolulu. Muchos de sus compañeros en el campo también usaron CARLA por un tiempo; ese proyecto ahora aparece en “Ecologías emergentes: arquitectu­ra y el auge del ambientali­smo”, una exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York que estará abierta hasta el 20 de enero.

Fue en 1983 cuando Willis completó su proyecto más reconocibl­e: el Edificio del Ballet de San Francisco, conocido por sus elegantes proporcion­es y el poderoso uso de vidrio curvado en los balcones y el vestíbulo, que evoca los pliegues de las cortinas teatrales. Consultó a los bailarines sobre aspectos del diseño, un proceso que condujo a algunas caracterís­ticas inusuales, incluida una reingenier­ía de las pistas de iluminació­n fluorescen­te para eliminar el parpadeo, un centro de fisioterap­ia y ventilació­n natural como alternativ­a al aire acondicion­ado. Willis se mudó a Nueva York en 1991 y trabajó allí para una amplia gama de clientes antes de crear su fundación. Entre otras iniciativa­s, la fundación ha llevado a cabo un programa de “líderes emergentes” y ha organizado un retiro de planificac­ión estratégic­a para mujeres profesiona­les de la industria de la construcci­ón. También ha producido una serie de cortometra­jes, algunos de los cuales, como “Unknown New York”, Willis escribió, dirigió y narró ella misma, sirviendo como portavoz de su campo hasta los 90 años.

A lo largo de su carrera, Willis se pronunció en contra de la creciente especializ­ación en arquitectu­ra.

“Me gusta la idea de que el arquitecto tenga un conocimien­to más amplio”, dijo en la entrevista en 2017. “Pero también soy partidaria de que un arquitecto desempeñe un papel de liderazgo en la sociedad en general, y creo que vivimos en una burbuja”. “Los arquitecto­s”, continuó, “deberían llegar de todas las formas posibles al público en general. Porque en este momento la profesión, básicament­e, habla consigo misma”. «

Willis difundió el trabajo de arquitecta­s ignotas del siglo XX, así como el de Zaha Hadid, Anabelle Selldorf y Elizabeth Diller, entre otras.

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Periodista de The New York Times, especialis­ta en Artes. ??
Por Jori Finkel Periodista de The New York Times, especialis­ta en Artes.

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