Círculos blancos que aluden a lo onírico en un ciclo infinito
La muestra de Laura Orcoyen conjuga diseño, arte y performances. Llena de guiños a la astrología, la naturaleza y los mundos sutiles.
Transmutar. Trascender. Transformar. Transicionar… Todas palabras que refieren a O, la muestra que gestó (y vaya si gestó en exactos nueve meses) la interiorista Laura Orcoyen para el fin y el principio de algo que aún no sabe.
Recibe a ARQ en ese espacio de trabajo que dejará pronto, y confiesa que no le gusta la palabra cierre. “Es el fin de una forma y el principio de otra nueva. Siento que es una mutación y lo que me encuentre del otro lado será sorpresa”, adelanta.
Esta gestación fue distinta de las anteriores. Fue con su marido Pablo Sánchez Elía, con sus hijos Florencia, Justo y Marcial, con su socio Ricardo Oliver, con su equipo de trabajo, con artistas y diseñadores que convocó especialmente y con performers.
“Con Ricardo entramos en muchas capas en las que no habíamos entrado antes cuando yo hacía una colección. Por eso le di carácter de muestra y ni siquiera será algo permanente. Hoy está, pero se va”, define.
O es un círculo lleno de muchas formas circulares. Una cama redonda, una mesa con un centro giratorio muy Lazy Susan, un tanque australiano, un bar, un sofá custodiado por abejas guardianas, un horno y siguen las formas mientras flotamos y recorremos lo que son (o pueden ser) los espacios de una casa.
Todo es blanco absoluto y todo tiene frases del filósofo coreano Byungchul Han. “Los textos son extractos de sus libros. Pasé cuatro años leyéndolo. También estudié astrología y hay mucha data de la química y la biología que trajo Justo con su alquimia. También hay un juego entre lo real y lo virtual, que tiene una forma onírica en cierto punto. Porque la materialidad no es la que yo suelo usar habitualmente”.
Sentada a la mesa del comedor, en un ambiente que representa el mundo de las bacterias y alude a lo cósmico, Laura explica la analogía entre los reinos de la naturaleza, los espacios interiores y los mundos invisibles.
“Todo gira”, dice mientras se mueve en la silla que rota sobre su eje. “Antes estaba más anclada a la Tierra, ahora todo es redondo: el principio que llega al fin, el fin que vuelve al principio y se come la cola. También está representado en cada isla. Quise despegarme un poco del piso, creando este mundo flotante”.
Las partes de un todo circular
De un lado y del otro de la alfombra ubicada en el pasillo central, diseñada por Paula de Elia, están esas islas circulares apenas levantadas del piso. “Todo tiene una materialidad muy campestre: la chapa remite a los silos, tan familiar para mí en mis viajes de chica a la Patagonia”, describe Orcoyen.
La chapa acanalada comparte protagonismo junto al Corian y la tapicería. Todo, excepto las obras de arte, las instalaciones y la indumentaria, fue resuelto con esos tres elementos.
Si se recorre desde la entrada, la muestra comienza en el Pabellón O con las maquetas para habitar las nuevas pieles, diseñadas por Esmeralda Escasany (cinco atuendos para transitar en los reinos de O) y las rocas de Martina Quesada, autora también de la proyección sobre el agua del tanque-bañadera-piscina.
Sigue el mundo de los sueños, con un dormitorio y su baño. “Todo, sacado de la escala y de la forma tradicional de una cama cuadrada aplastada contra una pared”, explica la diseñadora. Allí, entre las algas de Elba Bairon y las gotas de lluvia de Leo Batistelli que cuelgan sobre la cama, se
En lugar de leones que muerden, a la entrada de una casa, ahora hay abejas que pican. En este espacio, la performance activa algo oracular y comunitario. Por eso están los 12 signos del zodíaco (en 12 almohadones del Sofá O) que nos incluyen a todos”, traduce Orcoyen.
El mundo que falta en esta vuelta infinita, ubicado adelante y a la derecha si hay que guiarse por una planta real, incluye una barra, un bar, los hongos de Bairon y el Cajón O. “La despedida no diluye la presencia de lo que ha sido… Expira a destiempo en lugar de morir”, son las citas del filósofo grabadas en el ataúd blanco.
“El cajón es el símbolo del cambio, de la transmutación. Creo que tenemos una idea muy oscura y distante de la muerte. Me gusta esto de ir haciéndome más amiga y también creo que cuando uno le da fin a un proyecto, también es una pequeña muerte. Es una forma de practicar la muerte viva y lo puse para dar un poco de esperanza le puse luz y sonido”, desovilla.
Sobre el féretro hay papeles y lapiceras para dejar mensajes en ese lugar sagrado donde a escasos centímetros, el laboratorio de elixires de su hijo Justo ofrece un trago de absenta.
“Estoy muy feliz de haber parido esta idea que estaba presionando hace varios años, pero no era con la cabeza sino con todo el cuerpo”, concluye la creadora de Laura O.