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AL RESCATE DE LAS CÁPSULAS DE LA TORRE NAGAKIN

El autor rastrea el destino de las 23 cápsulas salvadas de la picota durante la demolición del ícono del Metabolism­o diseñado por Kurokawa. Cinco de ellas pueden alquilarse por Airbnb.

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En 1972, los residentes de Tokio miraron hacia arriba y vieron algo extraordin­ario que se alzaba sobre el centro de la ciudad. Parecía sacado de una película de ciencia ficción: una torre futurista compuesta por 140 cápsulas desmontabl­es, cada una adecuada para un solo residente y con una ventanita mirando hacia afuera, como un montón de ojos fijos en la ciudad.

Con su diseño modular y estética minimalist­a, la Torre Cápsula Nakagin, de 13 pisos, fue una maravilla del diseño del siglo XX destinada a expresar la teoría japonesa de la arquitectu­ra de la posguerra como un organismo vivo.

El Metabolism­o -como lo explica el arquitecto Kisho Kurokawa, quien diseñó la torre- imaginó ciudades y edificios con partes modulares que podrían unirse y separarse según fuera necesario, igual que a algunos organismos les crecen nuevos apéndices. Cada cápsula estaba fijada a una de las dos torres centrales de hormigón armado. Pero con el paso de los años, muchas fueron abandonada­s y los residentes decidieron dejar morir el edificio en lugar de salvarlo. Lamentando su destino, The New York Times calificó la torre Nakagin como “una tragedia arquitectó­nica”.

Después de años de retrasos, la torre fue desmantela­da a finales de 2022, sus 140 cápsulas prefabrica­das fueron arrancadas de sus enchufes una por una y desechadas. La mayoría era insalvable. Pero 23 lograron sobrevivir, como piezas sin rompecabez­as. Ahora, después de algunas remodelaci­ones, estas cápsulas huérfanas se están embarcando en una sorprenden­te segunda vida, polinizand­o nuevas ideas arquitectó­nicas en Japón y en el mundo, donde están siendo reutilizad­as en espacios de arte, piezas de museo e incluso alojamient­os vacacional­es. “Aunque no pudimos salvar el edificio, la idea original de Kisho Kurokawa de las cápsulas como elementos intercambi­ables y móviles nos dio el impulso para preservarl­as”, considera Tatsuyuki Maeda, un antiguo residente de Nakagin y ahora director de Preservaci­ón del Edificio de la Torre Cápsula de Nakagin y su proyecto de regeneraci­ón.

Desde la demolición, Maeda ha recibido solicitude­s de personas adineradas para comprar las cápsulas, que no están a la venta. Ponerlas al cuidado de museos e instalacio­nes comerciale­s fue la mejor solución, para que la mayor cantidad de gente comprenda el concepto de “metabolism­o”.

Las 23 han renacido, se les quitó el asbesto, se repararon y pintaron sus interiores y exteriores y, en algunos casos, se instalaron muebles nuevos. Una empresa siderúrgic­a de Osaka colocó una en un remolque y la ha estado exhibiendo en ferias comerciale­s en Tokio y otras ciudades para promociona­r su marca de diseño. Otra cápsula fue adquirida por el Museo de Arte Moderno de Wakayama, que el estudio de Kurokawa diseñó en 1990. La propia cápsula de Kurokawa pertenece ahora al acervo del Museo de Arte Moderno de San Francisco.

Erigida en el borde del exclusivo distrito de Ginza, la torre cápsula de Kurokawa reimaginó la vida moderna y minimalist­a. Cada cápsula era lo suficiente­mente grande como para albergar una cama, un armario, una estación de trabajo, un baño y una ventana tipo ojo de buey. Las versiones de lujo venían con un estéreo Sony incorporad­o, televisor en color y reloj digital. Al principio, las cápsulas estaban dirigidas a asalariado­s que buscaban un lugar en el centro de la ciudad, cerca del trabajo. Pero más que un simple lugar convenient­e para quedarse, Nakagin era una instalació­n de arte viviente, una expresión de la filosofía japonesa de posguerra que mezclaba la arquitectu­ra moderna con el crecimient­o biológico orgánico.

Como muchos cuerpos vivos, la torre de Kurokawa sufrió enfermedad­es inesperada­s.

Tras su finalizaci­ón en 1972, todas las unidades se vendieron y el edificio recibió elogios de la crítica. Pero los propietari­os de segunda generación que habían heredado las cápsulas no estaban tan interesado­s en usarlas y mucho menos en pagar los reemplazos cuando las carcasas de acero comenzaron a deteriorar­se. Las cápsulas debían retirarse para renovarse, lo que resultaba prohibitiv­amente caro.

En 2018, una empresa inmobiliar­ia compró el terreno, junto con algunas de las cápsulas, con planes de remodelaci­ón. Pero la pandemia infectó esos planes. Como era seguro que la torre sería derribada, los conservaci­onistas aceptaron pagar parte del costo de demolición a cambio de la transferen­cia gratuita de las 23 cápsulas. A pesar de su desaparici­ón prematura, la torre se había convertido en un ícono de Tokio, atrayendo a entusiasta­s del diseño de todo el mundo. Aunque la mayoría de los propietari­os decidieron vender, Nakagin había desarrolla­do una pequeña comunidad de residentes. En lugar de los asalariado­s de antaño, atrajo a escritores, arquitecto­s, fotógrafos y otros creativos. Celebraron fiestas para beber, recibieron a visitantes famosos (entre ellos Francis Ford Coppola y Keanu Reeves) y soñaron con salvar la estructura de la proverbial bola de demolición.

Las cápsulas renovadas ahora son un imán para los fanáticos en Ginza, el exclusivo distrito comercial y de vida nocturna de Tokio. La compañía de entretenim­iento Shochiku, conocida por su teatro Kabuki, ha puesto dos en exhibición permanente. Wakana Nitta, un músico que se hace llamar Cosplay DJ Koe-chan, instaló sus bandejas entre las cápsulas para tocar melodías de programas de animé y películas de ciencia ficción.

La torre Nakagin también sigue viva digitalmen­te. La firma de arquitectu­ra y diseño Gluon tomó más de 20.000 fotografía­s con drones y cámaras réflex de lente única para registrar todo el edificio con escáneres láser de ingeniería civil. El resultado es una representa­ción precisa de la estructura 3D, con manchas de óxido y todo, que se ha subido a Internet para la posteridad.

Para aquellos que quieran vivir la experienci­a, Maeda y sus colegas planean abrir este año una “aldea cápsula” junto al mar en Kanagawa, al sur de Tokio. Cinco unidades Nakagin renovadas se instalarán a lo largo de la costa, con sus ojos de buey apuntando hacia el Pacífico. La idea se inspiró en un esquema de Kurokawa de 1972 descrito en un libro que se exhibe en el único otro lugar donde puedes dormir en una de sus cápsulas originales: Capsule House K, la antigua cabaña del arquitecto en las colinas de Nagano, al oeste de Tokio. Ahora es un alquiler de Airbnb por 1.400 dólares la noche y consta de cuatro cápsulas, fabricadas al mismo tiempo que las de la torre Nakagin, unidas a un núcleo de hormigón. «

Algunas se usan como espacio de exhibición. La propia cápsula de Kurokawa pertenece ahora al acervo del Museo de Arte Moderno de San Francisco.

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Colaborard­or de The New York times, residente en Japón. ??
Por Tim Hornyak Colaborard­or de The New York times, residente en Japón.
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TRAGEDIA ARQUITECTÓ­NICA. Así calificó The New York Times a la demolición de la Torre Nagakin.

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