EMOCIONAR Y CONTAR HISTORIAS
Jonny Gallardo, curador de la III Bienal Internacional de Diseño de Córdoba y docente universitario -además de muy buen croquisero-, afirma en La 0.3 (pág. 12) que el diseño “nunca debería considerarse un valor agregado o un barniz estético para embellecer un producto ya concebido”. Por el contrario, lo fundamenta como “un factor intrínseco y vital del producto” que debe estar presente desde el inicio de la idea. Gallardo avanza sobre otro aspecto igualmente interesante. Escribe: “Cada producto cuenta una historia, desde su concepción hasta su uso diario. El diseño emerge como el narrador silencioso de esa historia”. Conecta con un propósito que trasciende la mera funcionalidad.
Una reflexión sobre el diseño de producto que bien vale para el diseño arquitectónico. La intervención que realizó Mauricio Rocha en el Museo Anahuacalli emana una sensibilidad bienvenida (pág. 18). Propone una conexión tan fuerte con el sitio natural que narra una historia propia que emociona, antes incluso de conocer “la oficial”.
La que cuenta que Diego Rivera reunió una impresionante colección de figuras prehispánicas a lo largo de su vida. En 1941 emprendió la construcción de lo que definió como “una obra artística habitable” buscando una continuidad entre el arte moderno y la estética precolombina. Con la idea de dejar un legado al pueblo de México, Rivera imaginó el Anahuacalli como una Ciudad de las Artes en los terrenos de piedra volcánica en las afueras de Ciudad de México que había adquirido, junto con Frida Kahlo, con la finalidad de construir allí una granja.
El paisaje de aire desértico formado por capas de lava colonizadas por la vegetación se amalgama con la arquitectura del Anahuacalli concebido por Rivera (con la colaboración de su hija Ruth y Juan O’gorman) como un receptáculo sagrado en conexión con el inframundo. Mauricio Rocha trabaja el basamento de los nuevos edificios de manera de minimizar su impacto y crea un subsuelo habitable en la irregularidad de las rocas.
La convivencia entre lo nuevo y la preexistencia es armoniosa. Todos los pabellones tienen el mismo nivel de piso y cubierta - solo se destaca con una mayor altura al edificio principal, ahora restaurado- y se conectan a través de pasarelas, patios y terrazas. Así, el Anahuacalli se transforma en un gran espacio público que logra, como quería Rocha, ser un elemento vinculador y no un agresor. «