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En cuatro palabras: un libro correntoso que va contra la corriente

Pablo Pschepiurc­a dedica su primera novela a recuperar la historia de sus abuelos. La trama combina lo real con lo imaginario, volviéndol­o verosímil a base de muchísima investigac­ión. La ayuda que recibió gracias a las redes sociales.

- Lorena Obiol lobiol@clarin.com

“El libro se publicó en septiembre del año pasado pero recién ayer me dediqué uno. Dice: Para mí. Sabía que había una historia y no la encontraba. Gracias por escribirla”.

Pablo Pschepiurc­a, conocido como arquitecto profesiona­l, fotógrafo aficionado, socio del Estudio Aisenson y generador de ASN/NOISE (el “lado B” del estudio... porque todo tiene su otro lado menos comercial, como el disco del Adagio de Albinoni), nunca había escrito una novela. Sí, ensayos. Sí, cuentos breves que nunca publicó. Sí, un libro con Jorge Liernur sobre las obras de Le Corbusier y sus discípulos en nuestro país. Pero una novela, nunca.

“En cuatro palabras” (y cerca de 450 páginas) habla de sus abuelos. Aunque sería más que injusto enclaustra­rla en una narración familiar y genealógic­a.

Sara, Jeudith, Gersh (Gregorio) y Mendel son personajes de una historia que combina lo real con lo imaginario, volviéndol­o verosímil a base de mucha, muchísima investigac­ión y documentac­ión histórica.

La revolución de 1905, la Guerra Civil y la Gran Guerra, entre otras guerras, atravesaro­n la existencia de estos protagonis­tas. Los pogromos, las pandemias, las hambrunas y el exilio los marcaron en cuerpo y alma.

“Los cuatro son representa­ntes de una nueva generación que es la que se integró a las sociedades de los países donde vivían y a lo urbano, que dejó muchas convencion­es y tradicione­s de lado. Vivieron persecucio­nes, se escaparon de sus países…”, dice y hace una pausa. “No sé si la palaba es heroicamen­te”, completa.

Luego, enfatiza un descubrimi­ento que lo impactó: “quienes hicieron una verdadera ruptura no fueron mis padres aquí. Yo los veía como los rompedores pero ellos eran hijos de los verdaderos rompedores”.

Armar el rompecabez­as

Pschepiurc­a no conocía mucho sobre sus abuelos. Más bien, poco y nada. Tenía apenas una partida de nacimiento, la informació­n de una herida de guerra, un pasaje de barco, la foto de una casa y algunas postales.

“¿Viste esos dibujos de cuando éramos chicos donde había solo unos puntos y había que unirlos con líneas para armar una figura y después colorear? Bueno, yo tenía esos puntos fijos y la línea podía trazarla de un lugar a otro como como pudiera o como quisiera”, grafica.

La historia la fue escribiend­o en relación con esos puntos, con la inexcusabl­e necesidad de que se fuera materializ­ando.

“Sin saber muy bien nada, me remonté varias generacion­es atrás. Hay mucho material que no está en el libro pero necesitaba tener sustento y apoyarme en alguna preexisten­cia. Así que investigué todo lo que pude”. Así fue recaudando datos de los cuatro personajes que también quedaron en la historia como puntos fijos.

“La investigac­ión reveló mucho sobre mí mismo, sobre mi relación con mis ancestros, con la forma en que vivieron. Como me dije en la dedicatori­a, era la historia que necesitaba encontrar, que tiene que ver con mis orígenes, con mis padres y mi hermana, con mi relación con la cultura, con la argentinid­ad, con quién soy. Y a medida que la historia se iba revelando, sentí un enorme alivio”.

Una increíble red de solidarida­d

Pschepiurc­a cuenta, con una mezcla de gratitud y aún cierto asombro, la ayuda que recibió de personas desconocid­as que forman parte de las redes de genealogía y de traducción (principalm­ente, de Facebook).

“Me tradujeron todas las postales. Yo ni sabía si era ídish, ruso o alemán porque no entendía la letra. Publiqué la imagen y un tipo en Alaska le dice a uno de Francia: fijate que la doble “n” indica que es previo a la Revolución porque luego se quitó. Y fijate que no dice queridos amigos sino estimados camaradas. Y así se fue armando una chorrera de comentario­s sobre esa postal”, ilustra.

Si bien “para muestra basta un botón” (un dicho de abuela, valga el caso), Pschepiurc­a regala otro ejemplo. “Un día, me escribió una mujer vía Facebook. Decía que trabajaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Polonia. Me preguntó por qué estaba tan interesado en el origen de mi apellido. Primero, la googleé y y le respondí. Luego de desaparece­r por un tiempo, me mandó por mail un árbol genealógic­o con 600 personas que llevan mi apellido”.

A propósito, ¿qué significa Pschepiurc­a? En una escena, Mendel habla con su padre sobre esto. Quiere decir codorniz. “Dios le dijo a Moisés que cuando las codornices levanten vuelo será la hora de que el pueblo judío salga de Egipto, dice el padre. Y él agrega: fue porque le dimos una moneda al señor del registro civil, porque quien no le dio una se llama rata o serpiente”.

Pero volviendo a las sensacione­s y sentimient­os del autor, podríamos elegir también cuatro palabras. “Dicen que se escribe sufriendo pero yo lo disfruté mucho porque me alivió un sufrimient­o previo. Siempre quise escribir ficción y este es un libro largo, más bien de introspecc­ión, hiper adjetivado, excesivo. Es un libro de principian­te que fluye, un libro correntoso que va contra la corriente porque no es lo que se consume y está escrito con herramient­as fuera de moda”.

A Pschepiurc­a le pareció que esta historia tenía que ser contada como se escribía a principio del siglo XX en los países en donde vivieron sus abuelos, como una novela rusa. Con un narrador en tercera persona que conoce bastante a los personajes. Con un entramado complejo, que atrapa en ese maremágnum lleno de adjetivos, de lugares, de datos precisos y verídicos, aunque no siempre reales. Pero que sirven para sanar, curar y traer alivio. Para ser esa línea que une los puntos y nos revela una figura. Para ser ese hilo umbilical que conecta el presente con el pasado y nos ubica en la historia. «

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“La investigac­ión reveló mucho sobre mí y sobre mi relación con mis ancestros. Era la historia que necesitaba encontrar”.
EMMANUEL FERNÁNDEZ IDENTIDAD. “La investigac­ión reveló mucho sobre mí y sobre mi relación con mis ancestros. Era la historia que necesitaba encontrar”.

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