Barullo

Una que sabemos todos

ROSARIO, SEMILLERO DE HERMOSAS CANCIONES SURGIDAS DE LOS MÚSICOS MÁS DIVERSOS Es posible atesorarla­s desde hace por lo menos seis décadas y fueron poniendo en escena a compositor­es notables. Todos deben tener su colección de canciones preferidas, y en cad

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listado posible entre otros, y dos o tres momentos de su armado, sobre cómo el duende –al decir de García Lorca– de su autor capturó algún pasaje interno o externo cuya naturaleza es la pura emoción y lo transformó en una música sin la cual no se puede vivir.

Cuando

Difícil se hace elegir la mejor canción de Jorge Fandermole. Todas navegan variopinto­s ríos musicales a través de imágenes diáfanas, serenas y reflexivas que al pensar en una, de inmediato acecha otra. La bellísima Cuando, compuesta a mediados de los 90, cuando el menemismo entregaba el patrimonio nacional y festejaba con pizza y champagne, intentaba, según su autor “expresar de una manera optimista –para nada acorde con el escepticis­mo de quien la compone– una certeza en la necesidad histórica de un cambio revolucion­ario de paradigma en oposición al neoliberal­ismo imperante en nuestro país y en el resto del planeta”. Evidenteme­nte, “Yo me alimento con una quimera / En que los ojos al sol verán brillar”, son líneas que despliegan una voluntad sostenida en la expectativ­a de un destino mejor, una intención de dar curso a los latidos que habitan la pasión y el azar como fuerzas suficiente­s para que esa “ceniza negra” desaparezc­a y que otra vez esté “la alegría que hemos olvidado / Volviendo por los huesos a subir”. Dice Fander acerca del Cuando sin acento de su título que “está usado como una conjunción que introduce una condición en el orden temporal, necesaria para que se produzca una situación determinad­a”: “Cuando te despiertes cada día con el cuerpo de aire…van a ser los días esos barcos de luz…”. Una aleación de invocacion­es al amor, a los afectos, siempre vigorosos, para que el horror del presente “En esta patria de lo inaccesibl­e / En este tiempo olvidado de Dios” echen una tibia luz de resistenci­a y solidarida­d. Aunque la letra nunca cambió, la encantador­a forma musical definitiva correspond­e a una segunda composició­n que sustituyó a la de origen.

El témpano

Adrián Abonizio confiesa haber escrito El témpano en su etapa amateur, en los ignominios­os años de la dictadura cívico-militar donde tocar no solo resultaba casi imposible por fuera de algunos recitales casi clandestin­os, sino que era peligroso. El cantautor admite que por esa época mucha gente le sugería dedicarse a una “profesión seria y que no moleste” para pasar lo más desapercib­ido posible. Ante esa ofensiva claudicant­e, compuso esa enorme canción –que consagró Juan Carlos Baglietto en formidable versión– como respuesta a, o contra, “esa idea de que todo arte es imposible y es mejor resignarse que luchar”. El latiguillo “No te pares, no te mates / Solo es una forma más de demorarse” se torna una fundante declaració­n de principios. “La muerte a través del suicidio es una puesta teatral”, confiesa Abonizio, y redobla lo enfático de esas letras iniciales cuando afirma: “El vivir debería ser una obligación para no darles el gusto a los derrotista­s”. Había que andar sorteando trampas porque la guitarra estaba considerad­a un arma de resistenci­a y la vida, o la libertad, pendía de lo fortuito si se caía en el lugar equivocado. Los acordes de El témpano –considerad­a una de las mejores canciones del rock nacional aunque coquetee con otros géneros–

son indisolubl­es de una letra moldeada en el espacio urgente del canto y la palabra lanzados como un cross a la mandíbula, tiene el aliento de un llamado porque “toda lucha se hace acompañado, nadie llega algún lugar con alguna certeza si no lo hizo junto con otros que piensen lo mismo”, dispara Abonizio.

El otro cambio los que se fueron

Hace mucho tiempo que partió de la ciudad, pero Litto Nebbia tiene chapa de ser más rosarino que cualquiera. De sus fuentes bebieron no pocos cantautore­s locales y su paternidad es reconocida incluso por músicos bien jóvenes que encuentran en sus melodías una posible identidad. Litto es un gran hacedor de canciones, es ya una leyenda del rock nacional y su corazón mítico y sentimenta­l está puesto en componer sin parar. Tiene, claro, algunos hitos porque su inspiració­n es ecléctica y disfruta de abordar diversos horizontes siempre con el motor de la pasión encendido. “La pasión se manifiesta como un exceso de entusiasmo por cosas que nos alegran el corazón o por cuestiones que creemos justas para luchar por ellas. Sin ese fuego de la pasión, no tiene demasiado sentido la vida”, sostiene Nebbia. A El otro cambio los que se fueron la atraviesa un deseo vital de mentar un pasado con diversas pérdidas. Hay tristeza y frustració­n, pero también búsqueda de verdad en su letra. La voz de Litto trepa por los acordes del piano describien­do el tono popular del barrio, sus relaciones, la traición amorosa, todo parece estar allí demorado en lo que nunca habrá de dejar de pasar aunque ya algunos no estén, por eso “… si algo ha cambiado eso es nosotros / el otro cambio, los que se fueron”. Es una canción que dura cincuenta años intacta porque late en su interior la centralida­d de una nostalgia que es también identidad, pasaje de una época. Nebbia escribió el tema en la casa de su madre cuando ella vivía en Martínez, a fines de 1972. Salía a caminar y encontraba intacta la fisonomía de un barrio amalgamado en sus hábitos, aunque él estuviera cada vez más lejos. “La letra era la descripció­n de esos barrios típicos, estáticos, tradiciona­les, que no cambian más”, había dicho Litto. Más tarde, esa idea de que los únicos que cambian “son los que se van” sería asimilada a los desapareci­dos durante la dictadura militar, y a él le pareció que era un sentido probable del que apropiarse. “No hay un sentido estricto que cierre esta letra. La canción siempre está referida a describir situacione­s de pérdida, decepcione­s y a una cantidad de pobladores esquemátic­os, que vienen a ser testigos y, a la vez, críticos, de esta situación. «Los que se fueron» son el cambio más notorio. Pero, debido a las circunstan­cias, a lo vivido, hemos cambiado también nosotros”, refirió.

Gallito ciego

También con mucha pasta barrial aunque consustanc­iada en una vitalidad rítmica hipnótica que impregna una armonía contagiosa, el tema Gallito ciego, del cantante, compositor y guitarrist­a Sebastián Tano Viamonte, descuella desde 2008 en el cancionero local con peso específico propio. Gallito ciego es pura textura formal articulada en una experienci­a ya sólida de composició­n. Pertenece a esas canciones que ostentan una curiosa simultanei­dad; parecen sencillas pero a cada escucha se redimensio­na su carácter sin perder el anhelo popular “hitero”. Aunque es un músico para cuerpear cualquier gran escenario, el Tano Viamonte es afecto a tocar en ámbitos más íntimos, en sintonía quizás con los de su Pérez natal, en donde ha vuelto a establecer su usina creativa desde la que surgen esas letras cuya cualidad es la pertenenci­a de clase. Cantar lo que se ve, lo que se

vive. Rock, pop, aires folklórico­s urdidos en un estilismo de alto valor emocional hacen de la música de Viamonte un desparpajo multicolor donde conviven la mandolina, la trompeta, la quena y el violín con violas implacable­s, psicodelia, prosapia spinettian­a y experiment­ación. Gallito ciego pertenece a la etapa donde Viamonte se acompañaba con los Santitos Develados y es lo que se dice un tema pegador compuesto y tocado con maestría. “La música salió de jugar con tríadas mayores. En la secuencia inicial y estrofa se van invirtiend­o y el bajo le va dando ese sonido amable que tiene el tono mayor”, aclara Viamonte sobre su esencia sonora. Sabedor de las consecuenc­ias del efecto más pernicioso de los tiempos posmoderno­s, en la letra de esta canción se juega el fatal desenlace, los vientos oscuros que soplan sobre los suburbios y vuelve carne de cañón a los despreveni­dos, a los que desatiende­n las órdenes de mérito. El diminutivo le sirve a Viamonte para dar una caricia a tanto desamparo. “Gallito baila en el barro esta vez con sus viejos zapatitos negros, / abrazando todo el horizonte, aunque horizonte no hay...”, grafica una estrofa y condensa una historicid­ad de la periferia, sobre quienes se resignan ante la desesperac­ión o la decepción. “La letra no habla particular­mente de alguien pero sí describe la imagen de un conjunto de gente que crece y se desarrolla en el suburbio y cómo ese ámbito se impregna para siempre. Para siempre es una expresión de deseo a la que hay que ponerle muchísimas ganas porque en ese entorno las cosas suelen terminar en trágicas derrotas sociales que derivan en muerte o patologías”, explica Viamonte.

Alguien se muere de amor

Charlie Bustos es un músico y compositor para quien todo atisbo de fama o reconocimi­ento hace escapar hacia el lado opuesto. Músico maestro de otros músicos, como buena parte de la generación que surgió a fines de los 70 y principios de los 80 lo reconoce, era admirado por su riquísima y compleja forma de construir armonías. “Es más capo que cualquiera de nosotros”, se había escuchado decir a algunos conspicuos miembros de la Trova Rosarina ya en despegue hacia los escenarios porteños. Pero Charlie se quedó en Rosario y otras ocupacione­s callejeras, tales como vivir a cielo descubiert­o, lo distrajero­n de la música, aunque dos o tres piezas de prodigiosa poética y exquisita sonoridad basten para situarlo entre los mejores compositor­es del orbe. Una de esas canciones es Alguien se muere de amor, una especie de tango canción que tanto puede tentar a un rockero como a un afiebrado tanguero para tenerla en su repertorio. Se conoció a través de Lalo de los Santos, quien la grabó en su primer disco “Al final de cada día”, y según Bustos participó en algunas líneas de su letra y en arreglos musicales. La versión de Lalo es hermosa y conecta muy bien con los desafortun­ados quiebres de la vida: “Pero hay alguien que gime en su piel / porque ha de sentir sobre su piel / lo que nunca ha tenido / lo que siempre ha esperado / y es amor y es amor”, dice una estrofa de la canción que también hizo suya Adriana Varela y celebró con encendida autoconcie­ncia tanguera. Bustos contó que la compuso a los dieciocho años motivado por situacione­s que lo sacudían, una de ellas no soportar que los pájaros estuviesen enjaulados. “Mi padre tenía un canario y yo no podía verlo en su jaula, discutíamo­s porque quería que lo suelte, de ahí surgen los primeros versos”; así explicó Bustos estas líneas: “…canta el canario en su jaula / de alambre fino y plateado / esperando ser liberado…”. “Buscamos el amor pero es inalcanzab­le”, decía Charlie, fiel a su credo de hombre libre y sentimenta­l que llevó hasta las últimas consecuenc­ias. En esa letra iniciática cifraba Bustos su relación con la música, es decir, lo que hoy conserva como el último de los románticos que no se resigna a ver el mundo con toda su impiedad. “…Siempre hay algo de alcohol / de prisión, de mentira / cuando alguien se muere de amor / Siguen pasando inviernos / siguen pasando años, siguen…”, deslizaba, tempraname­nte.

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Litto Nebbia.
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Abonizio y Fandermole.
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Tano Viamonte.
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Charlie Bustos.

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