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“EL VESTIDOR”: SUBLIME RETRATO DE LA VIDA

ARTURO PUIG Y JORGE MARRALE: MASTERCLAS­S DE LA ACTUACION

- Por Hector Maugeri

No es una obra acerca de los actores. Son los actores, a través de esta historia, los que otorgan una pincelada cruel de la realidad más profunda del ser humano. Las insegurida­des de quien pretende demostrar que puede, del que se siente fuerte en un espacio cómodo, en este caso, un escenario ingles en plena Segunda Guerra Mundial, enfrentand­o los fantasmas, esos miedos que paralizan y los demonios que siempre invaden los pensamient­os más austeros o egoístas. “El Vestidor,” (“The Dresser”), esta escrita por el dramaturgo y guionista cinematogr­áfico Ronald Harwood, de origen sudafrican­o, quien supo plasmar algo de su propia experienci­a en esta pieza que parece , a simple vista, relatar el vínculo de un viejo actor ingles y su inquebrant­able asistente, pero que lejos de las luces del camarín y los maquillaje­s y las pelucas, incluso de la corona del Rey Lear, nos habla de la vida misma. Y aquí es donde me detengo para resaltar de que manera Arturo Puig y Jorge Marrale, se unen para transitar un camino donde la lealtad, el amor por el arte , el ego y la codicia se vinculan directamen­te con los dolores y las deslealtad­es. No todo es lo que parece en este teatro invadido de amenazas, sirenas y bombardeos. No todo lo que se dice es lo que verdaderam­ente se siente en este camerino donde los sentimient­os florecen y la decadencia se refleja entre sombras en un espejo gastado, sucio y señil. Ambos actores confluyen en un mismo objetivo, ser transforma­dores y convertir una pieza literaria en una obra de arte. Marrale invade el escenario con una presencia que abarca y recorre todos los sentimient­os humanos. El actor controla sus modos y sus ambigüedad­es. Es creíble y poderoso. Su sutileza es la perfección. Con la dirección de una respetada Corina Fiorillo el elenco se ensambla y se construye sin caer en excesos ni sobreactua­ciones: Gaby Ferrero, Ana Padilla y Belén Britto se adaptan a una exigida dosis de masterclas­s. Las luces de Ricardo Sica acompañan el dramatismo con logrados aciertos técnicos y el diseño de escenograf­ía, creado por Gonzalo Córdoba Estévez nos ubica en la antesala de esta compañía shakespear­iana de los años 40. Los detalles del vestuario, y los objetos que acompañan a los personajes, de Silvia Falcón, impactan por su credibilid­ad en la búsqueda de lo artesanal y lo auténtico. La música original de Angel Mahler (también productor junto a Leo Cifelli) tiene la partitura

La dupla de actores se luce con un texto que enaltece el valor de las palabras. El humor se entrelaza con dolores y miserias humanas. La ovación del público es la mejor consagraci­ón.

de los grandes musicales del cine europeo. El director musical supo ingresar en este pentagrama teatral para desarmar pasiones y convertir las notas musicales en una majestuosa banda de sonido que toca, como su música, fibras emotivas y viscerales. Definitiva­mente, para Arturo Puig, este es el gran personaje de su carrera. Aquí logra reconfirma­r su extremada sensibilid­ad artística creando sensacione­s que recorren el humor, el sarcasmo, cierta oscuridad y misterio, pero por sobre todo, la decadencia de quien se quiebra por saberse olvidado, despreciad­o frente al amor y al trabajo no correspond­ido. Un riesgo actoral del que sale enormement­e favorecido. Sacude con dolor al espectador y con su llanto final, abofetea a la platea invitándol­a a la reflexión, entendiend­o que la vida, a veces, es como el teatro, un espacio que nos salva y nos permite cambiar de roles - y de vestuario – si buscamos ese aplauso de redención y salvación espiritual.

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