“TENGO LA FAMILIA QUE SIEMPRE SOÑE”
MARIANA DE MELO Y SUS HIJAS
El sol penetra por los enormes ventanales que rodean la casona que habita Mariana de Melo (38), junto a su marido José Fortunato y sus dos pequeñas hijas.
El típico olor a bebé, es la muestra cabal de que hay un recién nacido y los juguetes de peluche desparramados por cada rincón, confirman que hay más niños.
Desde una habitación cercana se escucha “¡Mamaaá!” con voz chillona y Mariana salta y corriendo se acerca al lugar. Ahí están Lupe (2) jugando con sus muñecos y la pequeña Zoe, de 4 meses, que se resiste a dormir la siesta en brazos de su padre, porque quiere seguir observando a su hermana.
Mariana se ríe y no se queja, a pesar de que el llamado de la niña es recurrente. “Estoy muy feliz. Tengo dos hijas maravillosas y la familia increíble que siempre soñé. Ser mamá es lo más lindo de la vida”, comienza el relato la actriz. La vida de De Melo parece extraída de una ficción: una infancia dura en el Norte del país, donde muchas veces el hambre acechaba. Varios hermanos y la soledad como gran protagonista. Tuvo que salir a trabajar desde pequeña para colaborar en la casa y sus diferentes trabajos como empleada doméstica ayudaron en parte a paliar el ruido del estómago que pedía aunque fuera “algo de comida”. Cuando fue mayor de edad se vino a probar suerte a “la gran ciudad” y fueron muchas las veces que se le cerraron puertas. Las burlas, el desprecio y la humillación, fueron moneda constante y ella, sin bajar los brazos, siguió intentando hacerse un lugar en la escena nacional. Se ganó el cariño de la gente por su humildad y quienes compartieron escenas con ella, aseguran que es una gran mujer. Cuando estaba encaminada profesionalmente un gravísimo accidente la dejó al borde de la muerte. Fue en Pehuajó hace más de 10 años, cuando el auto en el que viajaba chocó en plena ruta. El chofer murió en el momento y ella tuvo que ser trasladada en avión sanitario con varias fracturas, traumatismos y derrame cerebral. “Fueron tres años de intervenciones y demás tratamientos para recuperarme y
aquí estoy”, cuenta. Y sin pausa continúa: “Me aferré a Dios en esos momentos porque ahí me di cuenta que existía. Lo tuve conmigo, me dio la mano, lo vi y fue él quien bajó a mi cuerpo y hasta me dijo `Mariana tenés que estar acá´ y por eso no me llevó”. La bella mujer relata que desde siempre su mayor anhelo fue formar una familia y que tal vez ese camino sinuoso que tuvo que recorrer la trajo hasta el presente. “Estaba mal, tomaba muchas pastillas para dormir porque después del accidente no encontraba mi eje. Y ahí apareció mi angel José, que es lo que soñé toda mi vida”, dice. Mima a sus pequeñas y retomar su relato: “Es una bendición y estoy orgullosa del marido y padre que es. Me encantaría tener muchos hijos, aunque la edad ya no me acompaña, así es que intentaremos llegar a los 3 ó 4”.
“Los embarazos fueron difíciles. Perdí más de 7 antes de tener a Lupe. Mi médico, el doctor Neuspiller, me decía que tenía que tranquilizarme. El fue siempre una gran contención profesional y humana y tenía razón. Una vez que me pude relajar, las cosas se modificaron. Con Lupe tuve que hacer mucho reposo y fue un embarazo complicado. Con Zoe fue todo mejor, aunque tuvo que nacer antes de tiempo porque no se estaba alimentando ni creciendo bien. Eso fue otra odisea porque tuvo que quedar internada hasta tener un buen peso”, confiesa Mariana.
Con su sonrisa dibujada en el rostro, muestra cabal de su gran felicidad, cuenta que se levanta a media mañana y después del desayuno compartido, juega con las niñas. Más tarde salen a pasear y luego retoman el juego. “Mi tiempo es el de ellas. No tengo niñera ni quiero tenerla. Me gusta ser ama de casa y no me falta nada. Tengo lo que siempre soñé. Celebro cada Día de la Madre porque es una fecha muy especial para mí. Nada me importa más en la vida que estar en mi casa. Lo disfruto totalmente y por ahora mi carrera está en una pausa. Tal vez cuando las nenas sean más grandes, retome pero no tengo necesidad de hacerlo y mi marido me apoya en todo”. Y sin perder su gran sonrisa concluye: “No me quejo de todo lo que sufrí. Es el camino que tuve que transitar para llegar a este presente tan maravilloso. Estoy segura que Dios tenía ésto preparado para mí”.