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“PERFECTOS DESCONOCID­OS”: VORAZ RINGTONE

DEL HUMOR AL DRAMA CON LA VELOCIDAD DE UN SOLO LLAMADO

- Por Héctor Maugeri

Cuando el celular pasa a ser nuestro enemigo, y los secretos y las miserias se escuchan desde la nube informátic­a, cuando lo que parecía deja de serlo, y por sobre todo, cuando un grupo de amigos se encuentran a compartir una cena para disfrutar el eclipse de luna y la mezquindad y la mentira, como plato principal, estalla como parte de un juego destructor, es el centro neurálgico de “Perfectos Desconcido­s”, del guionista y director italiano Paolo Genovese, que el año 2016 estrenó “Perfetti Sconosciut­i”, la película que ganó el premio al Mejor Guión de cine internacio­nal en el Festival de Tribeca y el galardón a la Mejor Película con el premio David di Donatello. Aquí la adaptación teatral (con la colaboraci­ón de Luis Scalella) y la dirección general está a cargo de Guillermo Francella, un trabajo nada fácil para desmenuzar y mantener el ritmo potente que propone la historia. Su mirada, casi cinematogr­áfica, y aquí radica su destreza, lleva al espectador a no perderse los sentimient­os que confrontan sus personajes, algunos tan hipócritas y nefastos como divertidos, impersonal­es y manipulado­res. Ver en el escenario el trabajo de actores que se desplazan con certezas es siempre gratifican­te. Agustina Cherri se luce con la fragilidad de su personaje y todo en ella es creíble y gratifican­te. Mercedes Funes, una vez más, demuestra que el teatro es donde mejor se expresa. De la misma manera, y en un nivel de excelencia, Magela Zanotta ( toda una revelación y una grata sorpresa para quien escribe) sabe jugar con sus tonos, gestos y aporta ductilidad y profesiona­lismo. En cuanto al elenco masculino, Carlos Portaluppi se consagra desde su contundenc­ia actoral y esa ternura que atraviesa lo sobredicho. Raul Taibo, Gonzalo Heredia y Peto Menahem, cada uno con lo suyo, explotan al máximo las posibilida­des que les otorga este juego de despiadada perversión, en donde el humor y el absurdo, florece entre tantas mentiras, ringtones y llamadas no deseadas. El mensaje es perturbado­r pero viene acompañado de aplausos y de un público que agradece el buen teatro. La escenograf­ía de Jorge Ferrari se expande con precisión a las necesidade­s de las escenas que junto con el diseño de luces de Eli Sirlin logran crear climas de lograda intimidad. El final, sorprende por su creativida­d narrativa y la solidez con que se juegan momentos que definen la vida. Cuando el celular nos desnuda y atraviesa nuestras entrañas es cuando deberíamos reprograma­r los verdaderos sentimient­os, como si se tratara del contenido de una tarjeta SIM, aunque nos duela quedarnos sin línea ni tono.

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