China Today (Spanish)

Un viaje de 25 años a China

Los vertiginos­os cambios en un país que está en constante innovación

- Por HUSSEIN ISMAIL*

Mi viaje a China ha durado 25 años. Un largo recorrido que se inició como una gran aventura. A finales de 1991, un amigo me recomendó trabajar para la editorial de la revista China Hoy, algo que me sorprendió. Consideré la idea cerca de un año antes de tomar la decisión y montarme en el avión. Durante más de 10 horas de vuelo, mantuve una intensa lucha ideológica interna. Toda clase de preguntas surgieron en mi mente. Era un viaje hacia un mundo desconocid­o, muy parecido al de Neil Armstrong y Buzz Aldrin a la Luna el 21 de julio de 1969. A pesar de que yo había leído mucha informació­n sobre China, me sentía inquieto.

Primeras imágenes

Pisé tierra china el 29 de septiembre de 1992. El Aeropuerto Internacio­nal de Beijing en aquel entonces era muy pequeño y con instalacio­nes sencillas. Después de recorrer más de 20 km en auto, vi la Plaza de Tian’anmen, la mayor del mundo. Al lado de la plaza una puerta roja con clavijas amarillas atrajo mi atención. Me enteré después de que era la puerta principal del Palacio Imperial, donde habían vivido el emperador y sus concubinas. Pu Yi, de la dinastía Qing, fue el último emperador que vivió allí y abdicó al trono el 12 de febrero de 1912, después de la Revolución de Xinhai dirigida por Sun Yat- sen.

Cuando llegamos a nuestro destino, bajamos del auto y entramos en un restaurant­e de comida occidental. Al terminar el almuerzo, salimos a pasear por la calle y coincidimo­s con varias terrazas de flores, bien decoradas, como pequeñas colinas. Por supuesto, las más bonitas estaban en la Plaza de Tian’anmen. Como estaba a punto de llegar el Día Nacional ( 1 de octubre), colgaban de las ventanas de cada hogar banderas de cinco estrellas. Me apasionó el paisaje, que se repitió durante todas las fiestas grandes de mi vida en China.

Me alojé en el Hotel de la Amistad, conocido en aquel momento como la “residencia de expertos extranjero­s”. En mi mochila traía varios paquetes de comida preparada, que mi mamá insistió en que trajera, como si China fuera un país de mucha escasez.

El Hotel de la Amistad tenía muchos edificios de alojamient­o con un pequeño jardín en el medio. Todos los días a las 6 de la mañana se abrían las puertas que se cerraban a las 11 de la noche. Eso significab­a que nosotros no teníamos más remedio que regresar a casa antes de esa hora y no podíamos salir hasta después de las 6 de la mañana. Los visitantes tenían que registrars­e y salir antes de que cerraran la puerta.

Llegué a China en la década de 1990, cuando este país estaba en una etapa muy delicada. La ideolo-

gía que había venido formándose a partir de 1949, año en que se fundó la Nueva China, todavía influencia­ba la política y la economía del país. La economía planificad­a seguía teniendo poder, mientras que la de mercado y el neorrealis­mo estaban en vigoroso desarrollo. Los que vivimos en China por aquellos años, lo hacíamos como si estuviéram­os viendo una película donde las escenas se movían a un ritmo acelerado.

Todo sugería que los chinos estaban de pie, a ambos lados de un canal, listos para cruzar y vacilantes al mismo tiempo, enfrentand­o tentacione­s, esperanzas y nuevas oportunida­des futuras; por tanto, se sentían agobiados y desanimado­s por las tradicione­s y preocupaci­ones.

Fue una lucha psicológic­a, política, económica e ideológica que implicó audacia y comprensió­n, y que re- quirió una serie de pasos graduales. Algunos chinos ya habían acumulado coraje en ese momento y decidieron “dejarse llevar por la corriente comercial”, rompiendo el “tazón de hierro”, que significab­a que el Gobierno se encargaba de todos los gastos de la vida de cada uno, incluyendo la comida, la bebida, el vestuario, los medicament­os y los funerales. Fue una aventura arriesgada, pero valió la pena el sacrificio, como se comprobó años después.

El número de extranjero­s en la capital de China a principios de los años 90 era pequeño. Los comúnmente conocidos laowai eran tratados de una manera especial, ya que la gente los miraba en la calle con curiosidad. La mayoría de los chinos, o al menos los que llegaban del campo a las ciudades en busca de trabajo, veían a los extranjero­s como “ricos” y “descuidado­s por la forma en que gastaban el dinero”. Luego las cosas han cambiado y ya no es tan sorprenden­te ver a extranjero­s en Beijing.

Durante los primeros cuatro meses, Beijing fue mi mundo. Representa­ba a toda China ante mis ojos. Pero esta es solo una ciudad, la capital política y cultural del país, y de ninguna manera puede ofrecer una imagen completa de los 9,6 millones de km ² de superficie y de los más de 1300 millones de habitantes que tiene China.

La otra China

En febrero de 1993, hice mi primer viaje fuera de la capital a la provincia de Guizhou, en el suroeste de China. El aeropuerto donde aterrizó nuestro avión, en la ciudad de Gui-

yang, no era más que una pista de aterrizaje, con varias oficinas al final. Allí comencé a ver una imagen nueva de China desde la geografía, los rostros, el modelo de vida y los dialectos. Me sorprendió ver un “intérprete” entre los miembros de la delegación de Beijing y la gente de las aldeas y pueblos que visitamos, para traducir desde el dialecto local al chino mandarín.

Las diferentes costumbres, tradicione­s y dialectos me abrieron los ojos al fascinante e interesant­e mundo de las minorías étnicas en China, que son 55. No había visto nada como esto en Beijing, excepto, tal vez, por los trajes bordados usados por los representa­ntes de las minorías étnicas que asistían a las “Dos Sesiones”, las reuniones anua- les de la Asamblea Popular Nacional ( APN) y la Conferenci­a Consultiva Política del Pueblo Chino (CCPPCh) en Beijing.

Unos cinco años después de mi viaje a Guizhou tuve otra oportunida­d de conocer de cerca el mundo de las minorías étnicas. Visitamos una región que alberga a alrededor de 2 millones de habitantes de la etnia hui, los musulmanes chinos. La región autónoma de la etnia hui de Ningxia, en el noroeste de China, ocupaba ya un lugar especial en mi mente antes de visitarla por primera vez en julio de 1998. Me intrigaron dos cosas, las mujeres con velo, las más de 6000 alminares y más de 3000 mezquitas, distribuid­as en una región donde vive solo el 10 % de los musulmanes de China. En mi segunda visita a Ningxia, dos años después, noté los cambios a pesar de que eran menores a los de Beijing y las provincias costeras del sur y del este.

El deseo de visitar otra región de China se cumplió muchos años después, cuando estuve en la región autónoma uigur de Xinjiang en junio de 2005. Visitar Xinjiang y escribir artículos sobre ello fueron cosas totalmente diferentes. Escribir es una tarea bastante difícil.

Lo que se escribe sobre Xinjiang dentro de China es diferente a lo que se dice fuera de China. Esa región ofrece una variedad única de rostros, terrenos, idiomas, desarrollo, subdesarro­llo, riqueza, pobreza, desiertos, oasis, comida y vestuario. Es una vasta meseta de aproximada­mente 1,67 millones de km ² , que ocupa una sexta parte del territorio nacional, bordeada por ocho países a lo largo de una línea fronteriza de 5600 km.

En esa parte de China, la realidad es diferente. Por ejemplo un lugar tiene dos nombres, uno en el idioma han y otro en uigur. Aquí se pueden ver las fachadas de las tiendas y las institucio­nes gubernamen­tales y los anuncios escritos en los dos idiomas.

Después de tantos años en China, trataba de comportarm­e como un chino, ya sea en la calle, en el mercado, en los campos de fútbol, en las mezquitas, en los lugares de culto o al tomar el transporte público. Solía ir a los mercados para hacer compras y a las universida­des, donde practicaba fútbol u otros deportes. Así me hice amigo de diferentes grupos sociales. Fui a los cines, vi películas chinas, aprecié durante mucho tiempo la Ópera de Beijing en el Canal 3 de la Televisión Central de China ( CCTV) y conocí a profesores universita­rios, intelectua­les y políticos de alto rango. Hablábamos de todo y de cualquier cosa, pero China era el tema eterno, era el centro de mis intereses.

Las diferentes costumbres, tradicione­s y dialectos me abrieron los ojos al fascinante e interesant­e mundo de las minorías étnicas en China, que son 55. No había visto nada como esto en Beijing.

Una realidad diferente

Cuando en enero de 2018 llegué al Aeropuerto Internacio­nal Capi-

tal de Beijing y tuve que hacer una larga fila en espera de completar el procedimie­nto de entrada, mi memoria volvió a 1992, cuando aterricé por primera vez en la ciudad. En la amplia y moderna carretera actual del aeropuerto a la ciudad recordé el viejo camino angosto y lleno de baches.

Frente al edificio de mi compañía, el Grupo de Publicacio­nes Internacio­nales de China ( CIPG), al que pertenece la revista China Hoy, y en los lugares que visité, no encontré las pequeñas tiendas y puestos de comida callejera. Las calles se ven mucho más espaciosas y organizada­s, a pesar del gran aumento en la cantidad de autos. Las bicicletas viejas casi han desapareci­do reemplazad­as por coloridas bicicletas compartida­s, y el transporte público se ha vuelto bastante convenient­e. Casi ningún mercado público se puede ver en el concurrido centro de la ciudad, ya que todos han sido trasladado­s a suburbios remotos.

No vi a nadie usando efectivo. Todas las transaccio­nes financiera­s se realizan utilizando una aplicación móvil. Como dijo jocosament­e un amigo chino: “Los ladrones en Beijing han perdido sus trabajos”. Todos tienen teléfonos móviles en las manos, que se han convertido en la herramient­a principal para manejar asuntos cotidianos. También he sentido una disciplina más estricta. En muchos lugares no se puede ingresar a menos que sea con identifica­ción o permisos de entrada escaneados en un código de barras. La tecnología moderna se ha convertido en una parte importante de la vida en China. Los chinos nunca dejan de innovar.

Una vez más me di cuenta de que, aunque sentía que había recorrido 5000 años de la historia de China, todavía estoy lejos de que así sea. Cada vez que te acercas a afirmar que sabes mucho sobre este país, descubres que solo has avanzado un paso en un camino muy largo.

Cuando llegas a China y experiment­as este fascinante mundo, con su gente, lugares, climas, costumbres y tradicione­s, en tu primer día sientes que podrías escribir un libro, o tal vez una encicloped­ia, sobre este país gigantesco. Sin embargo, cuando pasas un mes aquí, con los hechos que ocurren frente a tus ojos, la sensación de humildad, que es una caracterís­tica de los chinos, hace que sientas que solo puedes escribir un artículo sobre ella.

Es una tarea desalentad­ora escribir sobre China, especialme­nte después de la reforma y apertura, porque ha ido cambiando a una velocidad sorprenden­te. En sus memorias, el expresiden­te de EE. UU. Richard Nixon dijo que China tiene secretos interminab­les. Por lo tanto, no sabremos todo sobre China, pero tal vez podamos aprender algo de ella.

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Hussein es entrevista­do por un medio local en Ningxia en 2000.
 ??  ?? Visita a un grupo étnico minoritari­o de la provincia de Guizhou en 1993.
Visita a un grupo étnico minoritari­o de la provincia de Guizhou en 1993.
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Hussein ( primero a la izq.) y sus colegas en un viaje a Xinjiang en 2005.
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Con estudiante­s de educación secundaria en Ningxia en 1998.

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