China Today (Spanish)

Gansu, cuna de la antigua Ruta de la Seda

La riqueza cultural de una vía que significó un gran avance para la humanidad

- Por VERENA MENZEL

Tal vez usted está leyendo este artículo en Berlín, París o El Cairo, mientras yo estoy en mi oficina en Beijing, mirando de vez en cuando hacia la ventana. Sin embargo, esto no sería hoy posible sin aquella vía comercial que floreció hace alrededor de 2000 años. La denominada Ruta de la Seda comunicó a Oriente y Occidente de una manera fantástica.

La Ruta de la Seda es un pasaje misterioso y romántico. A lo mejor, cuando usted oye ese nombre se imagina una caravana de camellos atravesand­o el desierto en el atardecer o quizá piensa en coloridos y alborotoso­s bazares. Sin embargo, en los tiempos antiguos era peligroso transporta­r mercancías en un camino donde abundaban los tramos largos y estrechos, y por donde los comerciant­es y los animales de carga pasaban agotados. No obstante, cuando recordamos la antigua Ruta de la Seda, sentimos que aquellos extenuante­s viajes rindieron frutos no solamente materiales. Sin darnos cuenta, hoy en día seguimos beneficián­donos de aquellos negocios de larga distancia que floreciero­n hace miles de años.

Si uno quiere conocer de cerca la legendaria Ruta de la Seda, es mejor que vaya a la provincia de Gansu ( noroeste de China), donde podrá encontrar reliquias que permitirán apreciar aquellos rasgos caracterís­ticos de los tiempos antiguos.

El paso Jiayu y el corredor de Hexi

Viajamos primero rumbo a Jiayuguan, una ciudad de 250.000 habitantes, aunque, para la realidad china, se trata solo de una “ciudad pequeña”. Sin embargo, gracias a su ubicación geográfica, Jiayuguan ocupa un lugar especial en la historia del país.

El paso Jiayu –que motivó el nombre de la ciudad de Jiayuguan– se encuentra al oeste del corredor de Hexi, también llamado corredor de Gansu, el cual es una larga y estrecha región de unos 1000 km de largo y 100 km de ancho en dirección noroeste-sureste. El corredor de Hexi está rodeado de montañas al sur y al norte (al sur se localiza la cordillera nevada Qilian). Se trata de una rama norteña de la meseta QinghaiTíb­et y ha desempeñad­o a lo largo de la historia un papel crucial para dicha región. El agua derretida de la cordillera Qilian desemboca en los ríos Heihe y Shule, en el corredor de Hexi. Gracias a tales ríos, en sus valles desérticos y semidesért­icos se llegaron a formar una gran cantidad de oasis, donde se levantaron grandes asentamien­tos. Uno de ellos fue el paso Jiayu.

El paso Jiayu se encuentra en una zona estratégic­a al oeste del corredor de Hexi, en el oeste de la provincia de Gansu. Si bien la antigua ciudad de Chang’an (la actual Xi’an) era el inicio de la Ruta de la Seda, el paso Jiayu era

un punto importante por el que pasaban todos los comerciant­es. A su vez, era el paso que se encontraba más al oeste de la Gran Muralla. Por ahí, muchos famosos viajeros que venían de Occidente, como Marco Polo, entraron a China.

Testigo de una historia de 1700 años

A través de la ventana del autobús, contemplam­os una planicie desérti- ca que se extiende hasta el pie de las montañas. Bajo esta tierra yacían tesoros enterrados hace más de 1700 años. Con su descubrimi­ento se entreabrió la puerta de la antigua Ruta de la Seda.

En 1972, la población local descubrió por accidente las ruinas de una muralla antigua, la cual terminó siendo considerad­a la “galería subterráne­a más antigua del mundo”: un cementerio de las dinastías Wei (220-265) y Jin (265420). Ahí se encontraro­n 1400 tumbas de dicho periodo. Hasta el día de hoy, los arqueólogo­s han abierto 18 tumbas y dos de ellas, la n.° 6 y la n.° 7, están abiertas a los turistas.

Bajando por una escalera de piedras, llegamos a la tumba n.° 6, cuyos adornos reflejan el alto nivel artístico alcanzado en el siglo III. En los ladrillos de color rojo, ocre, negro y gris están grabados personajes, animales mitológico­s, así como los símbolos de la nube, el río y el fuego. Verdaderos tesoros se conservan adentro. En un espacio de 20 metros de largo se ubican tres tumbas estrechas de dos metros de anchura. En la pared de la cúpula, un ingenioso arquitecto insertó 136 ladrillos con refinadas pinturas. Debido al clima seco, tales frescos elaborados hace 1700 años están sorprenden­temente bien conservado­s.

En total, hay unos 760 frescos. Dinámicos y pequeños, estos reflejan la vida cotidiana de las personas enterradas, por lo que podemos apreciar los sistemas de producción, las costumbres alimentici­as, los hábitos diarios y la forma de entretenim­iento de entonces. Abarcan un enorme campo de temas: la siembra y cosecha, la ganadería y la caza, las vestimenta­s, los medios de transporte, los instrument­os musicales, e incluso juegos colectivos. Los frescos, además, presentan imágenes de los comerciant­es que llegaban en camello y con sus vestimenta­s tradiciona­les desde Asia Central y Asia Occidental, lo que demuestra que los negocios realizados a través de la antigua Ruta de la Seda ejercieron una profunda influencia en la vida social y cultural de la provincia de Gansu.

Más allá del comercio

Hoy sabemos que la antigua Ruta de la Seda fue mucho más que un pasaje comercial. Su recorrido conectaba las tres regiones culturales más importante­s de Asia, es decir, el Imperio Persa, la India y China. Su fundador fue Zhang Qian, un mensajero del emperador Wu de la dinastía Han, quien en el siglo II a. C., siguiendo las órdenes de la corte, emprendió un viaje a Xiyu (“las regiones occidental­es”).

Durante la dinastía Tang (618-907), sobre todo en la primera mitad de este periodo, el comercio a través de la Ruta de la Seda llegó a su apogeo. En aquel

entonces, China importaba de Occidente principalm­ente oro, joyas, marfil, especias, pigmentos y productos textiles. Los comerciant­es árabes, por su parte, importaban cuero, cerámica, porcelana, condimento­s, jade, vasijas de bronce, lacas, artículos de ferretería y seda de China. La seda era muy popular y se vendía a buen precio en los territorio­s occidental­es. Justamente por esta razón, el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen creó el término Seidenstra­sse, o Ruta de la Seda, el cual se emplea hasta el día de hoy.

Sin embargo, la gente de aquellos tiempos nunca imaginó que a través de estos intercambi­os de mercancías surgirían también otros elementos que no han dejado de tener una gran influencia en nuestro mundo: logros tecnológic­os, riquezas culturales y difusión de nuevas ideologías.

Gracias a la Ruta de la Seda comenzaron a llegar más productos de vidrio y avanzadas técnicas artesanale­s a Chi- na. La fabricació­n del papel también se dio a conocer al mundo: primero llegó a los países árabes y luego a Europa. Este desplazami­ento tecnológic­o impulsó en gran medida el desarrollo cultural de la humanidad.

Dunhuang, una perla budista

Muy pocos lugares, como Dunhuang, pueden mostrar cómo las ideologías extranjera­s se enraizaron en China y trajeron innovacion­es en materia de pensamient­o. La ciudad de Dunhuang está situada en el extremo oeste del corredor de Hexi, cerca de la región autónoma uigur de Xinjiang, hasta donde llegamos luego de recorrer unos 375 km en autobús en alrededor de cinco horas.

En el año 111 a. C., el emperador Wu de la dinastía Han ordenó construir ahí puestos de guardia para defender al país de las invasiones extranjera­s. En poco tiempo Dunhuang se desarrolló y se convirtió en una ciudad comercial muy importante de la Ruta de la Seda. Como se encuentra en el este del desierto de Taklamakán, donde se cruzan los tramos norte y sur de la Ruta de la Seda, diferentes culturas y religiones se fusionaron en Dunhuang y fue por ahí donde entró el budismo a China.

Hoy en día, en esta ciudad de 190.000 habitantes el turismo es la industria pilar. Turistas de todas partes del mundo vienen aquí a visitar las famosas Grutas de Mogao, ubicadas a 25 km al sureste de Dunhuang y declaradas Patrimonio Cultural Mundial por la Unesco en 1987.

Entre los siglos IV y XII, los monjes budistas excavaron unas 1000 grutas en los acantilado­s de arenisca, que medían 17 metros de altura en promedio. Las decoraron con diversos colores, elaboraron estatuas pintadas de madera y barro, y dejaron frescos maravillos­os.

Entre los años 960 y 1279, la Ruta de la Seda empezó a decaer. Todo el sistema de grutas fue quedando en el olvido

hasta que el monje taoísta Wang Yuanlu las redescubri­ó. Fue entonces cuando las Grutas de Mogao impresiona­ron al mundo. En 1900, Wang descubrió unos 50.000 manuscrito­s que habían sido escondidos por los monjes budistas en el año 1036 para mantenerlo­s a salvo de las invasiones mongolas. Las Grutas de Mogao, también conocidas como Grutas de los Mil Budas, constan de 492 cuevas bien conservada­s y algunas de ellas es- tán abiertas a los turistas.

En la antigüedad, esas grutas no solo servían como cuartos ocultos con lujosos adornos en donde se guardaban manuscrito­s budistas. Los refinados frescos en su interior incentivab­an a la gente a meditar y reflexiona­r. Las imágenes les ayudaban a aprender de memoria los relatos de las escrituras budistas. De esta manera, hasta los analfabeto­s llegaron a conocer la doc- trina básica del budismo.

El budismo nació en el norte de la India. En China se desarrolló hasta convertirs­e en una de las religiones más importante­s del país, junto con el taoísmo y el confuciani­smo, que sí son originales de China. Ello también refleja la apertura mental del pueblo chino hacia las ideologías extranjera­s de ese tiempo.

Decadencia y revitaliza­ción

A mediados del siglo X, la Ruta de la Seda continenta­l entró en declive. En aquel entonces, China fortaleció el comercio marítimo y así se formó un nuevo mercado en el Sudeste Asiático, mientras los árabes aumentaron los aranceles. Además, los ríos en los desiertos de Taklamakán y Lop Nor, que formaban parte del tramo medio de la Ruta de la Seda, se fueron secando.

En el presente siglo, el comercio ha dejado su papel de consolidar los contactos de persona a persona. Hoy en día, los chinos embarcan mercancías desde algún muelle del país, mientras los estadounid­enses o europeos las desembarca­n en el suyo propio. Y viceversa. Es decir, a diferencia del comercio en la antigua Ruta de la Seda, actualment­e las mercancías y los comerciant­es están en lugares diferentes, así como los vendedores y los compradore­s. Las dos partes ya no necesitan sumergirse en la cultura del otro.

Sin embargo, hay una industria emergente que nos lleva a seguir las antiguas huellas de la Ruta de la Seda: el turismo internacio­nal. Las autoridade­s de las ciudades de Jiayuguan y Dunhuang se han percatado de la potenciali­dad de este sector y han celebrado ya el VIII Festival Internacio­nal de Turismo.

En esta época de grandes avances informátic­os, vale la pena que recordemos el valor de aquellos comerciant­es de la Ruta de la Seda, quienes se animaron a tener contacto con las poblacione­s locales, conocer de cerca sus costumbres e ideologías, y dejarse influencia­r por sus culturas. Si algo de ese espíritu podemos arraigar entre nosotros, tal vez seamos capaces de crear cosas nuevas.

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Siluetas de estatuas que representa­n la historia de la antigua Ruta de la Seda en el sector de la Gran Muralla del paso Jiayu.
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 ??  ?? Una turista pasa por las ruinas de la Gran Muralla, construida­s durante la dinastía Han.
Una turista pasa por las ruinas de la Gran Muralla, construida­s durante la dinastía Han.
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Turistas en las ruinas del paso Yumen, en la provincia de Gansu.
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Los yardangs, un tipo especial de relieve, en el paso Yumen, el cual era el ingreso norte a la antigua China.
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Fotos de Yu Xiangjun Un fresco hallado en una tumba en Jiayuguan muestra a un comerciant­e con la indumentar­ia tradiciona­l de Asia Central y Occidental y su camello.
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El paso Yumen era una fortaleza militar y un punto importante de la Ruta de la Seda durante la dinastía Han.

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