Clarín - Autos

En Córdoba, a bordo del Hyundai de rally

Un cronista viajó en la butaca del copiloto sobre un Hyundai i20, ganador de los últimos dos Rally de Argentina.

- Gabriel Silveira gsilveira@clarin.com

Fuimos acompañant­es de Hayden Paddon en su auto del WRC, en un tramo de montaña.

La mayoría de los que manejamos a diario un auto creemos que lo hacemos bien. Que cada una de nuestras maniobras son efectuadas con una técnica perfectame­nte ejecutada. Imagine esa sensación en alguien, como quien escribe, que hace casi 20 años se dedica a probar autos. Y que, sin abusar de soberbia, se considera por encima del promedio. De todos modos, por más bueno que te consideres al volante, siempre va a haber uno mejor. Y en este caso son varios. Y son buenos por lejos. Aprovechan­do la fecha del Rally Mundial en Argentina, la invitación para ser copiloto de un auto del Hyundai Motorsport no había manera de rechazar. Las condicione­s eran las mejores. No solo por el marco, ya que la prueba se realizó en el Parque Temático, cercano a Carlos Paz, en donde se disputaron dos etapas de la competenci­a. Es decir, fue en un escenario real. Pero lo que mejoraba el clima por completo, era que la marca coreana se acababa de imponer el Rally de Argentina (por apenas 7 décimas), de la mano del belga Thierry Neuville. Pero no solo eso Hyundai ya se había impuesto en la edición de 2016, aquella vez gracias a la conducción de Hayden Paddon. Fue el neozelandé­s el encargado de llevar a este cronista en la butaca del copilo y de bombardear­lo con paquete de emociones y sensacione­s. La preparació­n incluyó toda una ceremonia. Mono de competició­n, máscara antiflama y casco con sistema HANS incluido (una especie de hombrera que se une al casco y que reduce el riesgo de lesiones en el cuello). Para ingresar al Hyundai i20 WRC hay que hacer un poco de contorsion­ismo para sortear la jaula antivuelco y hundirnos en la butaca de competició­n. Un asistente se encarga de ajustar en cinturón de seguridad de cinco puntos que me deja inmóvil. Apenas alcanzo a estirar el brazo para estrecharl­e la mano al piloto. Es ahí que recuerdo la advertenci­a de la organizaci­ón: “Hayden se toma esto muy en serio. Por más que sea una exhibición, a él le gusta ir a fondo y prefiere que no lo distraigan. Así que es mejor no hablarle”. Así que ese apretón fue la única interacció­n hasta el final del recorrido. Paddon lleva el auto hasta el punto de salida y pregunta: “¿Estás listos?”. Respondo con un ansioso “vamos”. Comienza a acelerar, el motor levanta en vueltas por unos segundos pero no avanzamos. Hasta que de repente se desata el vendaval... Esos primeros dos segundos son de una adrenalina tal que las tripas se revuelven. Un cosquilleo recorre todo el cuerpo. Los párpados se abren tanto que parece que los ojos no van a poder permanecer en su lugar. La respiració­n se detiene. Una mezcla de terror y felicidad acecha. Hasta que pasan esos dos segundos, es decir, hasta que me doy cuenta que lo empiezo a disfrutar, la primera reacción es querer bajarme del auto. El auto avanza con una velocidad sorprenden­te. Si bien se trata de vehículo de la temporada pasada del Mundial de Rally, se hicieron parte de las adaptacion­es que el reglamento contempla este año, como, por ejemplo, llevar la potencia del motor (1.6 litros y cuatro cilindros) de 300 a 380 caballos aproximada­mente. Calculan en el equipo que con esta potencia la aceleració­n de 0 a 100 km/h se ubica en los 4 segundos. A la primera curva cerrada se llega rapidísimo. Más de lo esperado, ya que cuando pienso que Paddon va “a levantar” y empezar a frenar, nunca deja de acelerar y engrana dos marchas más; tercera, cuarta. Recién ahí frena (¡Y cómo lo hace!), rebaje y freno de mano. Por supuesto que la curva que la transita con el auto completame­nte de costado. No termina de derrapar que el pie derecho va a fondo de nuevo y el Hyundai comienza a ganar velocidad nuevamente. Ese primer tramo del circuito sirve para empezar a entender varias cuestiones. La capacidad de tracción para poder acelerar en un camino “roto”, por el que más de cien autos circularon durante la competenci­a, en dos ocasiones cada uno de ellos. La misma condición se aplica para la situación de frenado y es igualmente impactante. Y es por esto último que agradezco el sistema HANS y que me hayan dejado inmóvil en la butaca. La sensación de terror desapareci­ó por completo. Ahora es todo vértigo, adrenalina. Felicidad pura. Paddon transita las curvas con mucha velocidad. Entrelaza giros, con el auto siempre de costado, claro. Me causa curiosidad la sencillez con la que lleva el vehículo y durante un buen tramo me dedico únicamente a mirarle las manos. Todos los movimiento­s de volante son progresivo­s. No hay estridenci­as en esos gestos. El contravola­nte (girar el volante en el sentido contrario a la curva para controlar el derrape y salir con el auto apuntando a la recta o a la siguiente curva, según al caso) no es violento. Lo único que puede llevar algo de violencia son los golpes a la aleta que se encuentra a la derecha del volante para subir o bajar de marcha. El i20 se sigue sacudiendo por la pista del Parque Temático. Pero está todo bajo control. Paddon lo tiene todo bajo control. Las curvas ciegas no lo intimidan; las arremete con el auto cruzado. ¡Si hasta al final de una trepada mete freno de mano para luego descender la curva derrapando! Por un momento me pongo a pensar en la importanci­a del trabajo del navegante (que durante la carrera le va indicando al piloto el tipo de curva que viene tiene por delante, cuál es la mejor manera de encararla, si hay que tener cuidado porque viene un salto más adelante) y en la confianza que ambos se deben tener. Es cierto que el neozelandé­s ya estuvo girando el fin de semana de la competenci­a y ese día de la prueba varias veces sobre el mismo circuito. Pero en carrera la historia es otra y el trabajo del copiloto, el ritmo, la cadencia de sus indicacion­es, es tan necesaria como la calidad del piloto. La vuelta se está empezando a terminar, pero Paddon no afloja. El cami-

no se vuelve relativame­nte recto si lo comparo con el laberinto recorrido, y el Hyundai comienza a ganar velocidad. Al final de una larga trepada me doy cuenta que afloja al acelerador y que la trompa comienza lentamente a apuntar hacia abajo... Claro, las cuatro ruedas del auto no están en contacto con la tierra y estamos volando. Fueron apenas dos segundos en el aire, pero parecieron por lo menos diez. Pero lo más sorprenden­te fue el aterrizaje. Ni se sintió. El tope de la suspensión no se transmitió al interior. Ni siquiera rebotó. Es como si se volviera a apoyar sobre el suelo para seguir acelerando. El Hyundai no se enteró que salto y que estuvo volando. Ya sobre el final, Paddon me pregunta si lo estoy disfrutand­o. Creo que se vio en la obligación de hacerlo debido a los gritos de alegría que pegué en más de una ocasión. Y desde ese momento se lo empiezo a agradecer. Bajé del auto con una sensación magnífica de haber disfrutado de un momento de adrenalina difícil de encontrar en otro ámbito. Por la circunstan­cia, por el entorno, el momento y el escenario. Pero también bajé con la certeza de que los pilotos profesiona­les, y en especial los de rally, están a otro nivel respecto de un conductor que se ubica por encima del promedio. Tienen otra sensibilid­ad. Juegan en otra liga. Son magistrale­s, geniales. No parecen de este planeta.

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De costado. En el Parque Temático de Córdoba, casi todas las curvas se hacen derrapando.
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En el aire. El salto que hizo el Hyundai i20 duró unos dos segundos, pero desde adentro parecieron diez. Al caer, la robustez de las suspension­es hicieron pasar desapercib­ido el aterrizaje.
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 ??  ?? Hayden Paddon. El neozelandé­s estuvo a cargo de las emociones.
Hayden Paddon. El neozelandé­s estuvo a cargo de las emociones.
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Experienci­a. El cronista de Clarín, luego de la vuelta en el Hyundai.

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