Clarín - Deportivo

Sentir el ruido de la pelota y ver a los que pagan por ser parte del tenis

- Mariano Ryan, env. especial

La posibilida­d de ver la final masculina de Roland Garros fuera del ámbito de la tribuna de prensa era tentadora. Entonces sólo hubo que cambiar la credencial por una muñequera de color celeste con la inscripció­n “Nadal vs. Wawrinka”.

Fue el pasaporte a un mundo diferente.

Allí, a un costado del palco oficial, en la cabecera, lo más impactante es que el partido se ve y se escucha de otro modo. Porque cuanto más cerca se está de la cancha, más percep- ción existe de la velocidad que toma la pelota y porque cuanto más cerca de los protagonis­tas uno se ubique, mejor se sentirá el ruido de la pelota al impactar contra las cuerdas de la raqueta. Pero, además, mirar el partido más importante del torneo desde esa posición implica también observar la enorme cantidad de personas que no van a “ver” tenis sino que van a

“ser parte” del tenis. Ese es un show. Y pagan por pertenecer. La mayoría.

Pese a que la cercanía de la posición de Clarín es con el banco de Stan Wawrinka, casi todos parecen estar del lado de Rafael Nadal en el estadio con la búsqueda obstinada de la historia. El “Rafa, Rafa” se escucha desde el primer minuto y tapa el “Wa-wrin-ka, Wa-wrin-ka”

(es verdad, no hay la más mínima originalid­ad en el tenis). En la fila de adelante dos señoras de rasgos asiáticos están embanderad­as con los colores españoles. A su lado, un señor calvo está más pendiente de mirar a todos y ser mirado por todos que del propio partido. Más allá, la joven de piel transparen­te se levanta una y otra vez de su asiento para protegerse del sol. Un poco más arriba, un sesentón transpira como si estuviera en el sauna pero de ninguna manera se quitará el saco y la corbata que casi no lo dejan respirar. Hay gentes del mundo en este sector. Y casi no hay españoles. Y menos, suizos. Roland Garros es una galería por la que pasan más de 450 mil personas al año y sólo unas 15 mil pueden ingresar a ese Philippe Chatrier que no late ni tiembla. Pero que suelta emociones al por mayor.

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