Todos ganan cuando el básquetbol divierte y da espectáculo
EL JUEGO DE LAS ESTRELLAS En Boedo, las figuras de la Liga y de la Selección ofrecieron un show de volcadas y jugadas para la ovación del público.
Si el básquetbol es un deporte que ofrece espectáculo cuando la competitividad es extrema, también brinda show cuando los jugadores cambian el chip y apuestan a la diversión. Pasó anoche en la 29ª edición del Juego de las Estrellas, que terminó con un anecdótico 92-83 del Equipo Blanco sobre el Azul, con Facundo Campazzo como el “más valioso”.
Hay un breve show de tango, símbolo del porteño barrio de Boedo. Hay show de luces, música bien alta y muchos regalos por los que la gente enloquece y se anima a participar. Hay risas cuando en la explicación de cada juego las mascotas no pueden anotar. Vale ponerse de su lado: con esas garras peludas, bastante hacen.
Aparecen las verdaderas figuras para la presentación de los que participarán del circuito de habilidades. Campazzo le declara la guerra a Lucas Victoriano de una pintura a la otra, haciéndole incluso el gesto de corte de cuello mientras las luces están bien bajitas. Ambos se divierten y es Victoriano quien cumple una promesa hecha de antemano: meter el primer tiro desde la mitad de la cancha. Pero Facu, que empieza horriblemente el circuito, termina metiendo el mismo lanzamiento para llevarse el premio junto a Chuni Merlo y Natacha Pérez. Victoriano, a un costado, se tira al piso sin poder creerlo, pero matándose de la risa.
El público no se queda afuera de la diversión cuando Eduardo Dominé, en el concurso de triples, busca una sexta pelota que no hay en el canasto: ya tiró las cinco, pero está tan metido que no se da cuenta. Y aquella mentalidad queda certificada sobre el parquet, porque junto a Lucio Redivo, y a pesar de los nervios que admite el nuevo jugador de Bilbao de la Liga ACB española, el campeón del concurso en las ediciones 2003 y 2004 se lleva el galardón.
Las tribunas del Polideportivo Roberto Pando lucen prácticamente llenas. En la presentación, además de las esperables ovaciones para los jugadores de la Selección, hay mimos para el bebé de Nicolás Romano, que entra en brazos de papá y se lleva caricias de Máximo Fjellerup, y para Sergio Hernández, acompañado de su asistente, el Místico Piccato.
Después del salto inicial, aunque las defensas no son ni por asomo algo a tener en cuenta, ambos equipos se divierten con varios tiros sencillos errados. Cada uno puede hacer lo que se le da la gana, casi, y está bien que así sea: para eso están acá. Acuña se anima al triple, Aguirre arriesga con pases de lujo y Fjellerup mete un par de volcadas con ganas de llevarse el MVP. Y casi como si estuviera guionado, el cuarto inicial termina con un triple de Romano desde detrás de media cancha.
Campazzo, eléctrico, se le pega a Redivo, que no duda en soltar un “¡Uy, la p... madre!” entre risas. Garino, mientras tanto, suma volcadas estilo NBA, pero es el base cordobés el que hace gala de su poder de salto para hacer lo propio.
El show del entretiempo, con el torneo de volcadas, es todo lo que podía esperarse. Lo gana Carlos Buemo, con producciones de alto vuelo, como una volcada a ciegas y otra sobre una mesa con Campazzo y Laprovíttola, contra un digno Eric Flor.
El resto del partido no deparará demasiadas emociones, salvo las intervenciones siempre jocosas del base de Real Madrid, tejido para momentos como éste. Recién en los últimos minutos se prestan a los alley oops y ese tipo de jugadas de show. El público, igual, se va feliz y pipón de básquetbol del bueno.