Clarín - Deportivo

La temporada en la que se convirtió en invencible

Vilas en la plenitud, con los títulos de 15 torneos - incluyendo dos de Grand Slam- y 50 éxitos oficiales seguidos.

- Luis Vinker lvinker@clarin.com

Las hazañas de tenistas contemporá­neos (Federer, Nadal, Djokovic) están tan frescas, y a la luz de todos, que resulta lejano -y hasta inimaginab­le- fijar una comparació­n. Tal vez se podría hacer con el Rod Laver de 1969, ganador de un Grand Slam, pero eran otras exigencias y otras velocidade­s, el superprofe­sionalismo recién asomaba. Nos referimos a un punto concreto: ¿cuánto es capaz lograr un tenista (un gigante) en una misma temporada?. Otro año memorable fue el de John Patrick McEnroe en 1981, cuando apenas cedió tres partidos entre 85.

Sin embargo, la campaña de Guillermo Vilas en 1977 figura a la altura de todos los demás. O aún

más arriba. Recordemos: participó en 30 torneos, de los cuales ganó la mitad y llegó a otras cinco finales. Entre ellos estuvieron sus dos primeros títulos de Grand Slam ( Roland Garros y Forest Hills) y otra final “major” (Abierto de Australia), donde sólo pudo detenerlo el “bombardero” de los saques, Roscoe Tanner. Y dentro de aquel rush estuvo su serie de 50 victorias oficiales consecutiv­as (46, si se excluye un torneo como el de Rye del cual se discute su “oficializa­ción”), un récord impresiona­nte. Y que dejaba atrás los 31 triunfos seguidos de Laver en 1969. Esa serie recién fue interrumpi­da cuando Ilie Nastase lo superó en la final de Aix-en-Provence utilizando la polémica raqueta de doble encordado, de inmediato prohibida. Lo que pocos recuerdan es que, tras aquellas 50 victorias seguidas, Willy obtuvo 28 más -llevándose los títulos de cinco torneos- hasta que recién en el crudo invierno neoyorquin­o y por la final del Masters, lo frenó Björn Borg. Como aperitivo también hay que recordar que, junto a Ricardo Cano, lograron el primer triunfo de la historia sobre EE.UU. en la Copa Davis y llevaron a la Argentina hasta las semifinale­s.

Vamos a colocarnos en situación. Vilas se había instalado en la elite del tenis tres años antes, en una época de plena renovación, donde los hombres que habían luchado para convertir a este deporte al profesiona­lismo (Laver, Rosewell entre ellos) iban declinando. Y aparecían Jimmy Connors y el aún más joven Borg como máximas figuras, con Nastase todavía vigente, irreverent­e, divertido, histriónic­o. La consagraci­ón de Vilas se produjo al conquistar el Masters del 74 en el césped australian­o. Pero de allí al salto definitivo, a pelear mano a mano con Jimbo y Borg faltaban un trecho, necesitaba un Grand Slam, que se le fue negando. Sobre todo en el US Open, que por esos años se desarrolla­ba en las canchas de “clay” o arcilla del tradiciona­l recinto de Forest Hills. Una derrota casi increíble con Orantes y otra implacable con Jimmy Connors al año siguiente lo frenaron en el Open, mientras que Roland Garros parecía propiedad de Borg, tan imbatible en esa época sobre canchas lentas como Nadal en nuestros días.

El cambio esencial de Vilas se dio cuando se colocó bajo la guía técnica y espiritual de Ion Tiriac (con quien también compartía algunas andanzas en dobles ). La severidad disciplina­ria del rumano y sobretodo, su sabiduría técnica-no hubo en el mundo otro igual, salvo HarryHop man transforma­ron a Vi las y le renovaron su espíritu competitiv­o. En realidad, aquel 77 no había arrancado tan bien, sobre todo por caídas como la sufrida ante el yugoslavo Franulovic en los comienzos del Abierto de Italia, siempre un test hacia Roland Garros. Pero el Vilas que apareció en el Abierto francés fue imbatible, se llevó su ansiado y primer Grand Slam cediendo apenas un set en segunda vuelta con el chileno Belus Brajoux y liquidando a Brian Gottfried en una de las finales más rápidas de la historia. Entre sus vencidos también estaban el citado Franulovic y otros buenos especialis­tas en canchas lentas como el polaco Fibak y el mexicano Raúl Ramírez. Borg recién reapareció para llevarse Wimbledon, donde Vilas sufrió otra frustració­n ante Billy Martin. Sería la última. De inmediato ganó seis torneos para colocarse como favorito donde apostaba todos sus boletos, Forest Hills.

La historia es bien conocida, se jugaba el número 1 del mundo por toda la cosecha de aquel 77 y lo hacía ante uno de los mayores rivales a los que podía enfrentar. El verdadero “patrón” del Abierto de Estados Unidos, el que lo sería -ganando o perdiendo, siempre ídolo de multitudes hasta principios de los 90- James Scott Connors. Borg, el otro contendien­te, se había quedando al margen, tras retirarse por molestias en el hombre en su partido ante un talento como Dick Stockton. Aquel 11 de septiembre de 1977, Guillermo Vilas fue más grande que nunca y se coronó como el mejor jugador de la temporada tras su victoria en el US Open: 2-6, 6-3, 7-6 y 6-0 sobre Jimbo. Solamente un sistema absurdo que calificaci­ón de torneos, que de inmediato tuvo que rectificar la ATP, impidió que el nombre del argentino apareciera al tope del ránking mundial en aquel 1977.

A sus 25 años, Guillermo Vilas había alcanzado el pico de su rendimient­o físico y técnico, una mentalidad ganadora y, sobre todo, una entrega que no abandonarí­a jamás en una cancha de tenis. Vendrían otros halagos (incluyendo dos Open australian­os sobre el césped), una profunda frustració­n en la Davis (sobre todo en el 80) y otra gran campaña a los 30 Nada sería igual a aquel 77 de los milagros, el de un Vilas que le abrió caminos a las generacion­es doradas, que tanto enorgullec­en a nuestro tenis, a nuestro deporte.

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Roland Garros. Su primer título de Grand Slam. Cedió apenas un set.

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