Stephens y un cuento de hadas
Sloane Stephens le puso el “final feliz” a su mágico cuento de hadas en Flushing Meadows. La estadounidense, dueña de una historia de sufrimientos físicos y personales, levantó el trofeo tras una final sin equivalencias, en la que aplastó a una disminuida Madison Keys -lució un vendaje a la altura del cuádriceps de su pierna derecha- por 6-3 y 6-0, en apenas una hora y un minuto de juego.
Lo mejor, sin duda, se registró una vez que terminó el partido con la emoción de Stephens, el abrazo de Keys ( había llorado incluso durante el encuentro), la charla entre las amigas ya sentadas una al lado de la otra, la broma de Keys cuando amagó con “quitarle” el cheque de 3.700.000 dólares destinado a la campeona y la sorpresa enorme de Stephens por esa suma que nunca imaginó ganar cuando estuvo 11 meses fuera del circuito y a principio de agosto había caído al 957° lugar del ranking por culpa de una operación en un tobillo.
Fue la primera final entre estadounidenses en el milenio sin la participación de una de las hermanas Williams y hubo espacio para Stephens, la cuarta tenista en la era Abierta que gana un Grand Slam sin estar preclasificada (está 83ª en el ranking y desde mañana quedará 17ª). La misma que tras obtener su primer Grand Slam con sólo 6 errores no forzados pensó en John Stephens, un ex jugador de la NFL que fue su padre biológico y a quien conoció recién a los 13, y en Sheldon Smith, su padre adoptivo, quien fue el que la impulsó en el tenis. Ambos, ya fallecidos, fueron su inspiración más intensa.