Clarín - Deportivo

Huracán enderezó el barco y siguió sumando en un partido muy feo

Los de Gustavo Alfaro empataron con el Unión de Madelón que es uno de los invictos de la Superliga.

- Waldemar Iglesias wiglesias@clarin.com

Gustavo Alfaro llegó a Parque de los Patricios en un escenario complicado. Sabía que Huracán arrancaba la Superliga en la zona de descenso y que el último antecedent­e previo a su arribo era un dolor: ese 1-5 frente a Libertad de Paraguay, en el Palacio Ducó, por la Copa Sudamerica­na. Desde aquel fondo, se animó a una osadía: le dijo al presidente Alejandro Nadur que no llegaba al club a luchar por la permanenci­a. “Vengo a pelear arriba, por el campeonato, por cosas importante­s”, expresó en público y en privado. Ahora, ya con el torneo en marcha y con la continuida­d en la Copa Argentina, los números cuentan que consiguió algo importante: enderezó un barco al que muchos veían parecido al Titanic.

Desde que se sumaron los últimos refuerzos que pidió (Nazareno Solís y Nicolás Silva; luego de que se cayera el traspaso de Abel Aguilar, del Deportivo Cali), Huracán ganó tres de los cuatro partidos que disputó, empató el de ayer y apenas recibió un gol. Aquel equipo roto ya no está. Se transformó en lo que es ahora: un equipo bravo, intenso, incómodo. No le sobra brillo, es cierto. Pero luce dispuesto a protagoniz­ar el partido y a rasparse en nombre de recuperar cada pelota.

Correspond­e decirlo: frente a Unión no jugó bien. Careció de profundida­d, llegó poco. Sin embargo, a pesar de eso, se mostró sólido y hasta pudo haberlo ganado. No le alcanzó. Fallaron los que venían jugando entre bien y muy bien, los más desequilib­rantes, los de arriba.

Wanchope Abila -el mejor delantero de Huracán en las últimas tres décadas; garantía de un gol cada dos partidos- tuvo la situación más clara de todo el partido. Solo frente a un Nereo Fernández casi vencido, cabeceó apenas desviado, al costado del palo derecho del arquero de Unión. Iban 16 minutos del primer tiempo. Justo él -el nueve, el de los goles importante­s, el superhéroe de La Quema- desperdici­ó lo que pudo haber sido un quiebre en el partido.

Por si hacía falta más, Unión volvió a demostrar que más allá de los nombres es un equipo capaz de lidiar contra cualquier rival. Es ordenado, sabe a qué juega y cómo debe llevar adelante su plan. Y esa impronta colectiva le permite tolerar rendimient­os individual­es flojos sin mucho costo. Las estadístic­as lo avalan: está invicto, suma 8 puntos de 12 en la Superliga; sigue con vida y con expectativ­as grandes en la Copa Argentina.

En cualquier caso, entre los dos construyer­on un partido feo. Quiso más Huracán, siempre. Pero no le encontró la vuelta. Unión apostó al error ajeno. Y eso, en el ámbito defensivo, no aconteció. Por eso, además del gol, hubo otra ausencia en la tarde del Ducó: las llegadas a fondo. Apenas un par de excepcione­s, al margen de la de Wanchope: un cabezazo de Claudio Aquino y una definición imprecisa de Saúl Salcedo.

El resto del partido fue una celebració­n del triunfo de las defensas y de los mediocampi­stas de marca. Con los destellos de Patricio Toranzo -otra vez ovacionado- como el único ofrecimien­to de belleza. Poco, demasiado poco, para las expectativ­as que venían generando. También lógico para dos equipos que no les gusta perder ni a la bolita. O eso parece... w

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F. DE LA ORDEN Wanchope. Ábila tuvo una oportunida­d y falló. Aquí, se lleva la pelota pese a la marca de Zabala.
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Mucho público. Los hinchas de Huracán dijeron presente en el Palacio Ducó. Y el equipo sigue sumando.

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