Clarín - Deportivo

A Los Pumas les salió poco y nada en un año que empieza a ser una pesadilla

Nueva Zelanda lo definió en el primer tiempo cuando el local no hizo nada de lo que había planificad­o.

- Mariano Ryan mryan@clarin.com

En los entrenamie­ntos de la semana previa al choque ante los All Blacks había una idea madre, un primer objetivo. El propósito buscado era seguir creciendo y, dejando atrás decididame­nte los dos partidos frente a Sudáfrica en los que se había jugado muy mal, ratificar en Vélez lo bueno que se había hecho en New Plymouth y en Canberra al menos durante una parte de ambos partidos. Después, para empezar a intentar ir por la hazaña de derrotar al campeón del mundo, además había que cumplir una serie de pautas: fortalecer­se en el scrum, mantener la disciplina, defender con coraje y orden y tener un primer tackle firme para frenar la violencia con la que acostumbra­n arrancar los ball carriers (portadores de la pelota) adversario­s , ser certeros en las pelotas aéreas y en la presión posterior a los kicks propios, gastar la energía en una zona adelantada del campo para poder marcar puntos y alimentars­e con la recuperaci­ón de la pelota. ¿Qué hicieron Los Pumas de todo esto en una noche multitudin­aria de Vélez? Poco y nada. Por eso la derrota por 36 a 10 ante los All Blacks. Pero, sobre todo, por eso la decepción que empezó a manifestar­se casi desde la mitad del primer tiempo cuando Nueva Zelanda sacó una ventaja de 26 puntos que terminó siendo decisiva en el desarrollo del resto del partido.

Los All Blacks salieron a jugar sabiendo que ya eran los campeones del Rugby Championsh­ip. Y también salieron a dar espectácul­o. Prueba de ello fue el primer try que consiguier­on a los 6 minutos por intermedio de Kieran Read que coronó una jugada formidable en la que Naholo empezó a desnudar las falencias en el tackle de los argentinos antes de cederle la pelota al octavo para que apoyara. El acelerador lo mantuvo apretado el ganador hasta el segundo try de Read, que llegó tras una genialidad de Beauden Barrett, quien le cedió la pelota a McKenzie para que rompiera la defensa y habilitara a su capitán. A partir de ese momento dio la sensación de que Nueva Zelanda comenzó a pensar en otra cosa. O mejor dicho: pareció que Nueva Zelanda se decidió a esperar que pasaran los minutos para celebrar sabiendo siempre que, cuando lo dispusiera, Los Pumas terminaría­n dando ventajas en su defensa vulnerable.

Para el selecciona­do fue un primer tiempo muy malo. Sin tackle (se fallaron 31 en todo el partido) y con indiscipli­na (13 penales en contra). Nada salió. Muchos entraron nerviosos. Y los líderes no apareciero­n para calmar los ánimos más calientes como el de Lavanini, que volvió a ser amonestado tras un violento golpe (cargó sin el uso de los brazos) a Williams. Para colmo muy pronto tuvo que dejar la cancha Cubelli, a quien Daniel Hourcade le había dado la responsabi­lidad de la titularida­d en la conducción del equipo junto a Sánchez. El medio scrum se lesionó (Landajo, su reemplazan­te, no fue la solución) y el tucumano, salvo un par de kicks al touch bien ejecutados, no pudo hacer jugar al equipo las pocas veces que tuvo la pelota.

Ya en la segunda mitad, con más amor propio que rugby, Los Pumas se animaron. Y llegaron con suspenso al try de Juan Manuel Leguizamón. Pero, como en el primer tiempo, siempre los All Blacks tuvieron el control. Y así se llegó a la diferencia final de 26 puntos, la más amplia en Argentina ante ese rival desde el debut en el Rugby Championsh­ip, un torneo que pasó del sueño a la pesadilla. Por aciertos ajenos pero por (muchos) errores propios también.

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GUILLERMO RODRIGUEZ ADAMI Sólo el coraje. Entre Ioane y McKenzie detienen el ataque de Matías Orlando.
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