La consagración de Barco, las gambetas de Meza y la revancha de Gigliotti
EL TRIDENTE QUE SOSTUVO CON FÚTBOL EL ATAQUE DEL CAMPEÓN EN EL MARACANÁ
De Gustavo López a Ezequiel Barco. De Javier Mazzoni a Emmanuel Gigliotti. Del Gurí Alvez a Maxi Meza. Tan antojadiza como odiosa, como suele suceder con toda comparación, pero esta es la parábola que une el tridente ofensivo que presentó Independiente en el estadio Maracaná en 1995 con el que se unió en el mismo estadio, 22 años más tarde, para darle al Rojo una conquista celebratoria de sus mejores años. Porque Barco, Meza y Gigliotti apuntalaron, a fuerza de fútbol bravo, por guapo y por bien jugado, el paso solvente del equipo de Ariel Holan por el remozado Maracaná. Fueron ellos las banderas futboleras de un hidalgo campeón.
Aquel equipo de Miguel Ángel López tuvo también en Faryd Mondragón a una de sus figuras, como éste de Ariel Holan apoyó buena parte de su obtención en la solvencia de Martín Campaña.
Pero el triángulo de juego, y de fuego, que impuso condiciones en el Maracaná, lo compusieron Bar- co, Meza y Gigliotti. Y de eso se trataba, de componer, de unir las piezas de un club que necesitaba restañar las ingratas heridas de un descenso y devolverlo al sitio que su historia reclama. Y no es sólo la enunciación del título; es la forma en que lo obtuvo, cómo se plantó en uno de los templos del fútbol mundial.
Barco es una concentración de fútbol guapo en apenas 167 centímetros. Pero más allá de su pequeñez física, contra Flamengo ratificó que lo suyo no es achicarse: se hizo cargo de un penal caliente, como ya lo venía haciendo, con apenas 18 años dejó su sello en el club. Y se habla de “dejó” porque su destino ya escapa de las fronteras de Avellaneda: tiene todo listo para irse por un precio demasiado bajo para su talla como futbolista. De todos modos, quedaba un resquicio esperanzador: Holan le pidió, todavía en el Maracaná, que se quedara a jugar la LIbertadores. Y el club aún no le abrió las puertas de par en par...
Maximiliano Meza fue una de las grandes apuestas de la dirigencia de Independiente. Su contratación, a cambio de tres millones de dólares - fue clave la insistencia de Gabriel Milito, por entonces el DT-, generó incluso un conflicto en Gimnasia. “Estoy feliz por la decisión que tomé en aquel momento”, expresó mientras en ese pequeño codo del Maracaná, copado por casi cinco mil fanáticos del Rojo, gritaban extasiados por el título. Fue, contra Flamengo, el dueño de la pausa y la gambeta, de la defensa con la pelota, del cambio de ritmo. Un partido consagratorio.
Y su socio fue Gigliotti. El Puma tuvo su revancha. Regresó de China a la Argentina dispuesto a sacarse de encima el estigma del penal fallado en Boca contra River, precisamente en la Sudamericana 2014. Y vaya si lo hizo. “Decían que era un gordito que ya no podía correr”, se acordó el Puma de quienes lo ningunearon. En Brasil sólo le faltó el gol. Y hubiese sido un golazo, que evitó el brasileño Juan con una salvada en la línea: fue robo, pique de 50 metros y definición envaselinada. Ese gol era el clímax. Pero su redención ya había sido escrita, de todos modos.