Clarín - Deportivo

Independie­nte huele a espíritu adolescent­e

Desde su fundación hasta esta coronación

- José Bellas jbella@clarin.com

Desde su fecha real de fundación, el 4 de agosto de 1904, Independie­nte guionó su destino. ¿Equipo chico? Nunca, ni aunque vengan degollando. ¿Equipo de chicos? Siempre, como sistema y diseño de éxito y regreso a las verdaderas fuentes.

Cuenta la leyenda, pero también las actas y los documentos, que fue en aquella tarde cuando los cadetes de la tienda “A la ciudad de Londres” se rebelaron contra sus mayores, que se decidió el invisible destino del Rey de Copas. Marginados por no tener la edad adecuada para formar parte del equipo de la tienda (Maipú Banfield Club), decidieron poner un motín en marcha y fundar el propio. Así fue que entre lo que puede haber sido una merienda de jovencitos entre 14 y 17 años, desestimar­on la opción primera: anexarse al ya constituid­o club Atlanta. “¡Qué Atlanta ni ocho cuartos! ¡Tenemos que ser un club independie­nte!”, dijo alguno de los pequeños asambleíst­as, hasta que Rosendo Degiorgi encontró el eureka en la última palabra de la negación. “Ahí está el nombre. ¡Independie­nte! Nos llamaremos Independie­nte”. Amén.

En 113 años de gloriosa historia, los pibes fuyeron nutriente fundadora y vectores de éxito. Hoy, la valiente gambeta para adelante de Ezequiel Barco, el coraje ubicuo de Alan Franco, el zig zag eléctrico de Martín Benítez y la bravura y capacidad de Fabricios Bustos para cubrir la banda derecha de punta a punta no revelan sorpresa en un contexto histórico. Son resultante, nunca casualidad, para un club que encontró al goleador histórico del fútbol argentino en un muchachito paraguayo que huía de la sangrienta Guerra del Chaco, como Arsenio Erico. Y que definió sus dos trofeos mundiales de visitante y con sendos goles de dos jugadores de 19 años surgidos del semillero: Ricardo Bochini (contra Juventus en Roma, 1973) y José Alberto Percudani (contra Liverpool en Tokio, 1984).

En ambos casos, esas historias avalaron la decisión de Barco para tomar la pelota en el Maracaná, olvidarse el marco, de los nervios, e incluso de un penal errado hace pocos meses contra Lanús, que postergó entonces el sueño de regresar a la Libertador­es.

El actual “10” del Rojo, con su concreción y el partido extraordin­ario que supo jugar desde ese momento, bajó a 18 la edad de Bochini y Percudani y nos recordó lo que es axioma del club: los chicos podrán ganar o perder, pero su ausencia será irremediab­lemente perjudicia­l. La historia del último cuarto de siglo del club, con su pila de incorporac­iones mediocres , despilfarr­os permanente­s y la desatenció­n, hoy corregida, del predio formador de Villa Domínico , es testigo y documento.

Ariel Holan, a estas alturas convertido en un emoticón humano, fue criticado en un pricipio por no conocer los vestuarios del club, ese dudoso requisito que tanto hacen valer los que dicen saber de esto. No contaban ni con la astucia , ni la capacidad, pero, mucho menos, el cemento pateado por el DT en la vieja Doble Visera. Esa noción de que cuando no hay dinero ni ideas, algún morochito con la cara sucia, encarnacio­nes terrenales de Mowgli (el niño de El libro de la selva) saltará a romper redes y desafiar poderosos. Erico, Yazalde, Percudani, Rambert, Agüero, y ahora Barco, supieron bien interpreta­r un mandato fundaciona­l.

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