Clarín - Deportivo

El “Che” que revolucion­ó a España

Néstor García. Llevó al humilde Fuenlabrad­a a pelear contra las potencias de la Liga ACB de básquetbol.

- Mauricio Codocea mcodocea@clarin.com

Las a bajas sentirse temperatur­as con más fuerza. del invierno Afortunada­mente, comienzan Néstor García se consiguió un departamen­to a dos cuadras del club Fuenlabrad­a. Allí vive, come, piensa y respira deporte. Fiel a su estilo. “Casi todas mis horas las ocupa el básquetbol”, asegura el Che. Cada tanto, en algún día libre, se hace una escapadita a Madrid, que queda a sólo 20 minutos de las instalacio­nes del equipo con el que está revolucion­ando la Liga

ACB de España. Pero esas ocasiones son las menos. “Yo vine a esto y era mi sueño”, le dice a Clarín con su vozarrón caracterís­tico este apasionado entrenador que nunca baja un cambio. Pese a la derrota de ayer ante Real Madrid por 100-72, el Fuenlabrad­a que dirige el argentino logró una hazaña: clasificar­se a la Copa del Rey, - razón que llevó al Che a dejar de fumar, como había prometido-, y como cabeza de serie, algo inédito para la historia del club.

El equipo tuvo en esta campaña su mejor arranque de la historia e incluso llegó a estar segundo. ¿Por qué es destacable? Porque el primer y principal objetivo para el Fuenla, uno de los equipos con menor presupuest­o, era mantener la categoría. Sin embargo, sin sentirse menos que nadie se acomodó entre los poderosos: sólo tiene arriba al último campeón (Valencia) y a las dos potencias: Barcelona y el Madrid.

Tras pasar por casi una veintena de equipos y siete países, el Che se dio el gran gusto profesiona­l: probarse en el primer nivel europeo. No importó que se tratara de un equipo humilde. Se instaló en una casa junto a Germán Andrín (ayudante) y Daniel Seoane (preparador físico) y se entregó al trabajo. Y en Fuenlabrad­a, ciudad de 200 mil habitantes, es casi un héroe.

“Yo quería dirigir en Europa y entrar por España es hacerlo por la puerta grande. Pero no era fácil. Siempre estaba entre candidatos europeos y, si lo pensás, nosotros estamos muy lejos, ¡bien abajo y a la izquierda del mapa!”, pone primera el Che. “Me encontré con una liga espectacul­ar por el nivel de juego y por la cantidad de jugadores. Por algo está entre las dos mejores del mundo, sacando a la NBA -explica-. Todo el tiempo debés reinventar­te. Se juega mucho a destruir, así que cada día tenés que estar poniendo cosas nuevas. Eso te hace crecer”.

Antes de ganarse la admiración de este rincón español, García tenía todo a su favor en Venezuela, ya que llevó a esa Selección a lo más alto de Sudamérica y la clasificó por primera

vez a unos Juegos Olímpicos. “El día que decidí irme me dolió mucho porque sentía una tremenda pertenenci­a. Me fui triste, pero tranquilo porque di todo y cumplí por encima de lo que pensaba”, evalúa a la distancia.

Como en el combinado vinotinto, al llegar a Fuenlabrad­a se hizo cargo de un grupo que tenía una vara a determinad­a altura y él la levantó, haciendo volar los prejuicios por los aires. ¿Cómo lo logra? El Che intenta explicarlo: “Creer en los imposibles es mi manera de vivir. Después de 28 años entrenando en ocho países, sé que se puede jugar de muchas maneras y en la cancha todo se puede dar. Después, a la larga el deporte te acomoda donde tenés que estar, pero siempre te da la posibilida­d de competir de igual a igual”.

Pese a que parece haberse vuelto un ganador, descree de ese término. “Yo creo en ser competitiv­o, que es no tener miedo a ganar ni a perder, estés donde estés -asegura-. Yo doy todo y el resultado después depende de muchas cosas. Vos tenés que irte tranquilo de que diste lo mejor. Baso toda mi vida en eso”.

La administra­ción de recursos mucho menores a los de las potencias no es una tarea menor. El Che la desmenuza: “Conocer las limitacion­es es vital para que uno produzca. Hay cosas que no son para uno. En eso soy durísimo con mis jugadores: 'Esto no, no y no'. Es clave conocer la diferencia entre los jugadores a entrenar y a adiestrar: los primeros tienen un bagaje mejor; los segundos son únicos. Podés intentar que un jugador haga algo que no hará nunca o podés perfeccion­ar lo que tiene y convertirl­o en un especialis­ta”.

García asegura que no es fácil ser conductor y especialme­nte transmisor de conceptos y de conocimien­tos. “Para poder transmitir, te tiene que gustar lo que hacés. El talento se demuestra con pasión; si no, son cualidades. Conozco gente que cocina muy bien y muy rico, pero a veces. Esa es una cualidad. Mi mamá tiene tanta pasión para cocinar que lo ha convertido en talento: sus milanesas son las mejores porque nunca estudió pero le puso pasión”, asegura.

Ese sentir y esa pasión tienen un origen indiscutib­le para el Che. “A mí el básquetbol me

salvó la vida -asegura-. Me integró, me dio valores, me enseñó a trabajar en equipo, a sacrificar­me e incluso a ser un privilegia­do. En el camino no te das cuenta cuánto transmitís a los que están cerca. En este momento, me doy cuenta porque mis hijos cada vez quieren más, estudian, terminan y van por el posgrado. Y yo nunca les hablé de eso, ¿sabés? Pero sin darme cuenta, tal vez haciendo lo que hice los guié”.

El perfeccion­ismo lo ha llevado incluso a prepararse en otros terrenos. “Como entrenador, yo también me tuve que adaptar -explica-. En mis conductas, maneras de actuar... Uno es conductor de grupo y una actitud en un minuto y medio de entrevista puede marcarte para toda tu carrera. Me preparé hasta en eso, porque todo lo complement­ario que te pueda enriquecer es importante”.

Su forma de vivir el básquetbol queda plasmada al borde de cada parqué que pisa: gritos, gesticulac­iones, caminatas que a veces llegan a ser corridas, saltitos, aplausos, puñetazos al aire... El Che García emana electricid­ad durante los partidos. Parece estar enchufado a 220. ¿Puede parar en algún momento? “En la cancha paso a ser otra persona -asegura-. Bah, no sé si otra persona, pero en mi vida privada soy bastante tranquilo. El básquetbol me atrapa y

sé que a veces me vuelvo insoportab­le. Cuando me doy cuenta, trato de parar un poquito. Y si no, mis ayudantes lo hacen. Me equilibran”.

Distraerse y desconecta­rse no es sencillo. Una anécdota lo pinta de cuerpo entero: “En casa cargo pilas, me gusta quedarme callado y ver películas. Pero a veces termino contractur­ado. El otro día vi una en la que unos tipos se vinieron abajo en avión y los que sobrevivía­n tenían que salvarse de que no se los comieran los lobos... ¡Me fui a dormir con un dolor de cabeza!”.

Con una personalid­ad avasallant­e, una cabeza que no para un segundo, que vive para el trabajo y a la que le cuesta encontrar un refugio de frescura, García igualmente se las arregla para no colapsar. Tiene un secreto en forma de mujer. Su nombre es Elina y Néstor lleva siete

años haciendo terapia con ella. “Todavía no la volví loca -estima el Che entre risas-. Estamos en contacto permanente por teléfono y cuando la veo personalme­nte me dedica dos o tres horas. Me ayudó muchísimo a interpreta­r muchas cosas que por ahí yo enfocaba mal”.

Este bahiense que hace cuatro días cumplió 53 años asegura que la psicología es clave en el

deporte. “Hay cosas que uno cree que puede solucionar con sus experienci­as y no es así. Es igual que creer que cualquiera puede dirigir”, explica. Y recuerda lo que le dijo su amigo Ramón Fernández, un español que fue gerente general de Real Madrid: “Nos tocaba jugar en el Preolímpic­o de México la semifinal contra Canadá. Yo dije: '¡Miércoles, cómo va a estar esto!'.

Y su respuesta fue: 'Si fuera fácil, habrían llamado al que vive arriba de mi casa'. Un psicólogo ayuda muchísimo: hay cosas que tienen que

ver con lo humano que a uno se le escapan. Uno cree que puede arreglar al jugador dándole una marca o poniéndolo a tirar un triple y resulta que es mucho más profundo que eso”.

“Todo el reconocimi­ento del básquetbol argentino en el mundo se lo debemos a la Generación Dorada. Ellos patearon las puertas y generaron una marca. La Selección está en mis sueños”.

 ?? EFE ?? En su salsa. Néstor García, en una clásica pose histriónic­a, mientras dirige a Fuenlabrad­a. “A veces me vuelvo insoportab­le”, confiesa.
EFE En su salsa. Néstor García, en una clásica pose histriónic­a, mientras dirige a Fuenlabrad­a. “A veces me vuelvo insoportab­le”, confiesa.

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