Clarín - Deportivo

Vive un presente que entusiasma y que lo entusiasma

Nuevos desafíos. Sexto en el ranking, puede llegar hasta donde decida.

- Sergio Danishewsk­y sdanishews­ky@clarin.com

Casi un año y medio atrás, proclives a ciertas desmesuras y mientras se paladeaba la conquista de la primera Copa Davis para el tenis argentino, muchos seguidores se animaron a imaginar a Juan Martín Del Potro como protagonis­ta central de 2017. El ranking de aquel momento, el previsible declive de los monstruos sagrados y un retorno espectacul­ar a los primeros planos después de las tres operacione­s de muñeca generaban semejante expectativ­a. Pero no pudo ser el año pasado.

Delpo salteó Australia y casi que regaló la primera mitad del año. Tercera ronda de Roland Garros, segunda de Wimbledon… Y sin embargo, el segundo semestre empezó a darles la razón a los optimistas: semifinal del US Open con victorias sobre Thiem y Federer y derrota apretada contra Nadal. Semis en el Masters 1000 de Shanghai, título en Estocolmo, final en Basilea y a las puertas de ingresar al Masters. El retorno a los primeros planos estaba asegurado. Pero faltaba algo más. Entendió Delpo que había margen para ir por nuevos desafíos. Armó un equipo de trabajo con Sebastián Prieto como entrenador, se tomó en serio la pretempora­da y arrancó en Oceanía. Llegó a la final de Auckland y luego dejó gusto a poco la tercera ronda de Australia con una caída ante Berdych.

Las sensacione­s ya eran inequívoca­s: sin lesiones, sin molestias, estabiliza­do emocionalm­ente, maduro para enfrentar jóvenes impetuosos y cuadros complicado­s, Delpo empezó a crecer.

Fue top ten en enero y ya no abandonó ese lugar de privilegio. El mal trago de Delray Beach precedió a la consagraci­ón en Acapulco, una semana de la que se recuerda el título pero mucho más el haber “puesto en fila” a tres top ten llamados, presuntame­nte, a sucederlo: Thiem, sexto del ranking, en cuartos de final; Zverev, quinto, en semifinale­s; y Anderson, octavo, en la final.

Llegó a Indian Wells para escalar en el ranking y ganar por primera vez un Masters 1000. El sorteo lo ubicó en el lado opuesto al de Federer. Y allí fue: De Minaur, Ferrer, Mayer, Kohlschrei­ber, Raonic… Y la chance de desafiar al suizo, al que sólo le había ganado seis de 18 partidos.

Cansado, con la boca entreabier­ta buscando aire y la nariz colorada, Delpo volvió a entregar en la final –infartante, dramática- las mismas sensacione­s que entregó en los Juegos de Río de Janeiro 2016, ante Murray en Glasgow o ante Cilic en Zagreb. La sensación de que, aún cansado, siempre habrá una derecha más, un ace más, un contragolp­e más.

Con las armas de siempre, con el orgullo intacto y con un corazón enorme, dejó atrás a su viejo ídolo y pegó el último grito.

Roger iniciará el inevitable declive algún día. Con Nadal lamiendo heridas demasiado seguido, Djokovic, Murray y Wawrinka más afuera que adentro y la nueva generación que no termina de consolidar­se, Juan Martín Del Potro vive un presente que entusiasma y que lo entusiasma.

Hoy está sexto en el ranking y llegará hasta donde él decida, pero está claro, más claro que nunca, que tiene con qué. En el desierto de California demostró que todavía hay nafta en ese tanque. Acaso recién esté saliendo de la última curva, listo para acelerar rumbo a la bandera a cuadros. Para darles la razón a los dueños de la desmesura.

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EFE Sólido. Del Potro recuperó la potencia de su revés a dos manos.

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