Revivió Messi y resucitó a Barcelona
El crack. Fue al banco, jugó poco más de media hora y salvó el invicto de 37 partidos en el último minuto.
Lionel Messi debe ser un buen jugador de poker o de truco. Tal vez, también de ajedrez. Impasible casi siempre, ni un gesto denuncia emociones cuando está fuera de sus territorios naturales. Ni frío ni calor. Ni alegría ni tristeza. La cámara lo enfocó cuando salió al campo y lo volvió a poner en pantalla a los 23 minutos. Se vio que estaba con vida porque abrió una boca de rinoceronte y lanzó un bostezo fenomenal. No era para menos. Su Barcelona dormía y Sevilla lo dominaba. Ya de pie, cuando calentaba apenas comenzada la segunda parte, Muriel se arrodilló cerca suyo para celebrar el segundo gol. Messi, serio, escupió y miró el reloj en lo alto del Sánchez Pizjuán. Era su hora.
Semana Santa en Sevilla es una fiesta. Las procesiones se trasladaron de las calles al estadio. Triana se llamó a sosiego a la espera del domingo pascual. De pronto, como una epifanía, Messi pisó el césped, saeta resucitada. Y nada fue lo que era.
Los de Montella estaban dos goles arriba y llegaban una y otra vez, invitados para la tarde espantosa de Umtiti y Piqué, por la inexpresividad de Rakitic, por la imprecisión de Paulinho y los viajes sin regresos de Jordi Alba y Sergi Roberto. Como si se hubieran cambiado las camisetas, Sevilla hacía un breve toqueteo en el medio y salía el pase recto o en diagonal a los espacios enormes en la defensa catalana. Ever Banega, dueño y señor de pelota y tiempos dominaba la escena como nunca se lo ha vistoen la Selección. El Mudo Vázquez se perdió un gol, que hubiera sido el segundo propio; Muriel falló en otras dos definiciones, Navas fracasó con el achique de Ter Stegen. Lloraron los andaluces, no por el Cristo crucificado sino por los goles no convertidos. Y entonces, Messi bajó de los cielos.
A los tres minutos de haber entrado inició tres aproximaciones profundas al área de Sergio Rico. Un tiro de Suárez rozó el palo izquierdo, un centro de Coutinho, habilitado por Leo, fue rechazado en la línea por Kjaer cuando el uruguayo iba a empujarla. Y un remate más colocado que potente del propio Messi se fue apenas alto, sobre el travesaño. El que avisa, no traiciona.
Mientras Sevilla despilfarraba los favores ofrecidos, en el ambiente se hacían cálculos. Al local no le importaba descontar los 30 puntos de diferencia sino medir equivalencias con la final de la Copa del Rey como objetivo: el próximo 21, en el Wanda, ese estadio del 1-6 con Messi en el palco, lejano, ausente y sin un gesto de dolor o contrariedad. El Barça hacía sus propias cuentas. Era el único invicto de las grandes Ligas (Bayern perdió 3, Juventus y PSG cayeron dos veces cada uno y City todavía lamenta el 34 ante Liverpool en Anfield). El título, aún en derrota, no se va a escapar. Pero el equipo pecaba. Estaba en penitencia. Y entonces llegó el milagro, uno más. Primero fue Suárez y después El, con un zurdazo desde afuera del área que se metió abajo, a la derecha de Rico: 2-2. Amén.
Gracias a Messi, Barcelona lleva 37 partidos sin derrotas en la Liga y le falta uno para igualar la marca de la Real Sociedad de 1979-80. Este mes, en 22 días se juega la temporada: 4y 10 con Roma por la Champions, 7, 14 y 17 con Leganés, Valencia y Celta por el torneo. Y el 21 con Sevilla, la final de la Copa del Rey. Rey o Dios, lo mismo da. Mientras el Barça tenga fe en Messi, las puertas del Paraíso estarán abiertas.
“Lo vamos a cuidar como lo cuidaron en su Selección”, había dicho el técnico Valverde en la rueda de prensa del viernes. Mensaje claro. “Tenía previsto que jugara en cualquier caso. Está con molestias pero lleva tiempo inactivo y pensábamos que era mejor que jugase para tener
ritmo de competición”, dijo ayer. Messi alineó entre los suplentes por cuarta vez en el año. En la fecha 22 de la Liga ante Espanyol jugó 33 minutos; por la Champions, ante Juventus en Turín entró cuando quedaban 33 . Y también fue al banco ante Sporting, en el Camp Nou, cuando el pasaje a octavos estaba garantizado. En tierra andaluza Valverde lo puso los últimos 29 minutos. La memoria, o el archivo fotográfico, recuerda la misma actitud en aquellas tres situaciones: serio, inmutable, póker y un diablillo eléctrico cuando le dieron la orden de entrar. Como en Sevilla.
La hora que estuvo sentado junto a André Gomes pone en aprietos a los bocones de siempre. “Se cuida con la Selección para jugar con el Barcelona”, sospechando una falta ética o de compromiso. Messi se cuida. Valverde lo cuida. Sampaoli lo cuidó. Lo bien que hacen. Hasta ayer, habían pasado cuatro dias del partido en el Wanda, ausenttambién en Manchester, no jugaba desde el 18 de marzo, en el 2-0 al Bilbao. No fue titular aunque lo hicieron otros afectados de la Fecha FIFA (Piqué, Alba, Rakitic, Coutinho, Paulinho, Umtiti, Ter Stegen) pero ningúno volvió tocado de los compromisos con sus selecciones,
Leo jugó un rato, hizo lo de casi siempre y se fue a casa. En silencio. Sin un gesto en público. Hablar es gratis, jugar al fútbol, es divino.