Narváez se fue vacío y su carrera no merecía terminar de esa manera
Fue campeón de los moscas y de los supermoscas. Pero no le dio el cuerpo para pelear como gallo.
La derrota ante Zolani Tete en Belfast marcó el final piadoso de la carrera de Omar Narváez. Una larga carrera de 18 años, de 48 victorias (25 por nocaut) y sólo tres derrotas, de 27 defensas exitosas de sus títulos mundiales de las categorías mosca y supermosca. Una extensa carrera de buenas perspectivas y grandes demostraciones con la que dejó su huella en el boxeo argentino.
Narváez tuvo una muy buena trayectoria como amateur y tal vez no recibió el reconocimiento que mereció porque cuando peleó en la Patagonia en muchas de sus defensas no tuvo rivales brillantes. Sin embargo, todas las veces que les tocó pelear con los números 1 lo hizo con grandes actuaciones. Y logró grandes éxitos en el exterior.
En los primeros años como profesional consiguió, por ejemplo, una muy buena victoria ante el ruso Alebrilló xander Makhmutov en París y contra el francés Bernard Inom en esa misma ciudad. En esa ocasión subió al ring con una sóla mano porque tenía lesionada la izquierda como consecuencia de su afición por las motos.
Nacido en Trelew hace 42 años, se acercó al boxeo de la mano de su hermano y durante su época de amateur -en la que disputó dos Juegos Olímpicos, Atlanta 1996 y Sydney 2000, y fue campeón en los Juegos Panamericanos de Winnipeg 1999- se fue transformando en un boxeador astuto y autodidacta, que siempre dejó el corazón en cada pelea.
Ya como profesional el chubutense en las categorías mosca y supermosca en las que superó el record de defensas del inolvidable Carlos Monzón. Pero no le dio el cuerpo para pelear como gallo.
El primer paso en falso lo había dado en octubre de 2011 cuando el filipino Nonito Donaire, el campeón, le ganó ampliamente por puntos. Después de esa derrota volvió a competir entre los supermoscas y en diciembre de 2014 el noqueador japonés Naoya Inoue le propinó en Tokio, en el segundo asalto, la única derrota por nocaut de su extraordinaria carrera.
Los años empezaron a pasarle factura y a principios del pasado, en medio de serios problemas financieros, empezó a pensar seriamente en el retiro.
“Los números no dan para que yo pueda mantenerme en este nivel dado que los costos para un entrenamiento de alto rendimiento son muy grandes. Lo estamos analizando, lo hablo mucho con mi familia y la gente de confianza que está alrededor mío. Para subir al ring, ir a cobrar y bajar con los números en cero prefiero hacer otra cosa. Necesito vivir, mis hijos tienen que estar mejor y tengo que ir pensando lo que tengo que hacer”, contó en enero de 2017.
Pero no se dio por vencido. Nueve meses más tarde derrotó al ruso Nikolai Potapov en Obras -fue triunfo por nocaut en el séptimo round- y se ganó el derecho de ir por la corona de los gallos una vez más.
“Soy de los que siempre van para adelante y no le tengo miedo al fracaso. Si hubiese sido un conformista ya estaría retirado. Sin embargo, prefiero arriesgar y sacarme la duda de hasta dónde puedo dar...”, contó antes de medirse con Potapov hace seis meses.
La edad y el cuero no le dieron para más. Tuvo la ilusión de lograr algo que ningún boxeador argentino había logrado nunca: ser campeón en tres categorías diferentes. Pero ayer se encontró con un rival mucho más alto que le hizo valer la distancia durante todo el combate.
Lo feo de ese final es que fue sin gloria. Porque Narváez no se jugó en ningún instante y no arriesgó, aún a riesgo de perder por nocaut; no tuvo convicción y actitud y dejó pasar los asaltos desde lejos. La imagen final que deja es triste. Quiso llegar hasta donde su cuerpo no le permitió. Su carrera no merecía terminar así de ninguna manera.