Clarín - Deportivo

Este Leo no estará en el Mundial

- Sergio Danishewsk­y sdanishews­ky@clarin.com

Quien insista con la pretensión de que el hombre haga de una vez por todas en la Selección lo que hace con habitualid­ad en su club, debería empezar a resignarse. Partidos como el de la final de la Copa del Rey lo confirman: Lionel Messi no podrá nunca jugar vestido de celeste y blanco como lo hace de azulgrana. El asunto es por qué. La razón es sencilla, y lo exime de toda culpa. En el Barça, en este Barça que está dando sus últimas funciones tal y como lo conocemos, Messi es el más eximio intérprete de una orquesta en la que no está obligado a ser director, primer violín y contrabaji­sta al mismo tiempo. Por eso disfruta, sonríe y brilla.

Es cierto: el párrafo anterior tiene una vigencia de años. Si hasta pudo haberse escrito antes de una final sin equivalenc­ias. Pero mucho de lo visto en Madrid aporta nuevas pistas. El gol de Messi, por caso. Estiletazo de Iniesta, taco de Jordi Alba, zurdazo violento del rosarino. Todo a la velocidad de un videojuego. ¿Alguien en su sano juicio puede imaginar esa jugada con ejecutante­s de Selección? Acaso haya mejores laterales izquierdos que Alba (¿los hay?), pero ninguno metería ese taco porque sólo él puede intuir el lugar que elegirá Leo para esperar la descarga. Y lo mismo en el tercero: Suárez pica porque sabe que Messi sabe que picará. Lo demás es pase justo de uno y definición exquisita del otro.

¿Falta algo para entender la diferencia de contextos? El rol de partenaire­s en el Wanda de los futbolista­s de Selección, los mismos que en Rusia deberán rodear a Messi para que por fin sea campeón. Banega, Mercado, Correa. Todos invitados de lujo a la fiesta de despedida de Andrés Iniesta, que por mala fortuna nació en Fuentealbi­lla y no en Pompeya. Messi, ese Messi al que la sabiduría tan nuestra del café le seguirá pidiendo lo imposible, juega con Iniesta desde que el fútbol es fútbol. Viven cerca, se cambian juntos, comentan las mismas series, respiran el mismo aire. Y así con Busquets, y con Piqué, y con Suárez, y antes con Xavi, monstruos que se fueron o se están yendo y que lucen otra camiseta.

La celeste y blanca, esa que pesa y exige tanto, la carga solo uno de ellos. Casi como una cruz.

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