Clarín - Deportivo

El Maestro Tabárez hace historia, otra vez al frente de Uruguay

El entrenador, que tiene 71 años, no pierde vigencia. Ya dirigió a los orientales en las citas de 1990, 2010 y 2014.

- Waldemar Iglesias wiglesias@clarin.com

Ese tipo que está sentado ahí, con la boca torcida, con la palabra mansa, desarrolla en su última conferenci­a previa al Mundial de Rusia un concepto que escuchó de otro uruguayo amigo de las maravillas y de la calma, Eduardo Galeano. “Yo escribo para

mejorar el silencio”, decía el autor de tantos libros bellos como Espejos o la serie Memorias del fuego. Decía que lo había aprendido de otro hombre criado en las palabras y en las calles de Montevideo, Juan Carlos Onetti. Ahora, en la previa del debut frente al Egipto de Héctor Cúper, en Ekaterimbu­rgo, Oscar Washington Tabárez sólo pronuncia las palabras mejores que el silencio. Explica con claridad, dice de modo prolijo, compara de manera impecable con episodios de la historia y de su historia, se re- fiere con respeto al rival.

Se lo percibe: el alma docente sigue latiendo en su corazón de entrenador. Es El Maestro. Pep Guardiola, quizá con ironía, señalaba que José Mourinho era el “puto amo” de las salas de conferenci­as. Se equivocó. Resulta muy complicado mejorar a este Tabárez que da cátedra. Sus dificultad­es para caminar no son impediment­o. Al contrario: son testimonio de otro rasgo, su tenacidad. Los datos lo relatan: bajo el cielo ruso que le simpatiza, Tabárez dirigirá su cuarto Mundial con La Celeste. Es récord. Sucederá a los 71 años. Y ese detalle del pasaporte ofrecerá otro récord. Todo sumado a su condición de Señor del Fútbol de Uruguay que incluye logros múltiples como la consagraci­ón en la Copa América de 2011 (en la Argentina, esa que le permitió a su selecciona­do volver a convertirs­e en el más campeón del continente) o las semifinale­s en la Copa de las Confederac­iones 2013 o sus premios individual­es como mejor entrenador del mundo en 2011 (según la IFFHS) o la Orden de Mérito de la FIFA de 2012.

Cuentan quienes mucho conocen de la historia de Boca. Es uno de los entrenador­es más queridos de las últimas tres décadas. Para muchos fue un hito. Se sabe: logró dar la vuelta olímpica por primera vez en 11 años, desde aquel 1981 con Diego Maradona vestido de xeneize. Ese pasado lejano también lo cuenta: a Tabárez lo quieren en cada rincón que pisó.

Ya desde los tiempos de pibe -de botija, en términos del Uruguay- había jugado como delantero. Pero pronto se hizo marcador central. Como man- da la historia escrita en celeste: bravo, intenso. Merodeó por equipos menores: La Fraternida­d, Sudamérica, Wanderers, Fénix, Bella Vista.

En el camino de esa vida deportiva, también anduvo por zonas postergada­s, de laburantes, dando clases en aulas en las que nada sobraba. Las escuelas en las que ejerció le quedaban cerca de su casa y, sobre todo, de sus inquietude­s. No eran tiempos sencillos. Le contó alguna vez al diario Olé: “Terminé como futbolista sin un peso ahorrado. Pasé por muchos clubes chicos. Me alcanzó para comprarme una casita”. Lo señalan todos los que lo conocen: no juega ni dirige por el dinero este hombre que abraza el fútbol como se abrazan las pasiones imprescind­ibles.

Antes de la semifinal frente a Holanda, en 2010, Galeano escribió pensando en El Maestro. “Ojalá que hoy la diosa del viento vuelva a besar nuestros pies para que, independie­ntemente de resultados, mantengamo­s la honra en alto”. Aquella vez hubo derrota. Pero la impronta charrúa quedó grabada en aquella cita en el Green Point de Ciudad del Cabo, en aquel mágico Mundial de Sudáfrica. Ahora, ya sin las palabras de Galeano, pero con esa honra en alto, Tabárez va por más.

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Pese a todo. Oscar Tabárez se desplaza con dificultud. Su impronta se nota en cada partido que juega Uruguay. ¿Podrá ser una de las sorpresas?

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