Cristiano es el que no entiende la derrota como un destino
No tengo dudas. Fue una de las noches más fantásticas de fútbol que me tocó presenciar. La controvertida España -con las dificultades derivadas de la salida de su entrenador Julen Lopetegui y la llegada inmediata de Fernando Hierro- y este Portugal detrás de su emblema, Cristiano Ronaldo, construyeron un partido inolvidable.
Tuvo todos los condimentos esta cita en el estadio de Fischt. Polémicas, uso del VAR (en el 1-1), golazos, situaciones cambiantes, distintos estados de ánimos según las cricunstancias, seis goles, muchas llegadas, algunos errores, muchísimos aciertos.
España parecía que con su juego se lo llevaba todo. Pero siempre chocó contra un hombre que de ninguna manera estaba dispuesto a perder. Cristiano Ronaldo no entiende la derrota como un destino. Lo demostró en cada jugada relevante del partido. Estuvo ahí, en su mejor versión. Desde esa jugada en la que transformó una gambeta en un penal y en una ejecución maravillosa. Daba una sensación que luego continuó durante el encuentro: él decía definitivamente presente en el Mundial. Para que lo supieran todos.
Después España amagó llevárselo por delante con su juego conocido. Con ese ADN que tiene en los pies de Andrés Iniesta a su principal eslabón. Y fue y lo empató y estuvo muy cerca de ponerse en ventaja.
Pero otra vez apareció Cristiano. En medio de la tensión y de la incertidumbre en el juego que se vivía acá en Sochi, el portugués más famoso le puso otra vez el cuerpo y la astucia a la situación. Con su remate, más el error de De Gea, entre tantos vértigos, lo volvió a poner de nuevo arriba a su seleccionado. Porque está claro que Portugal es su seleccionado.
Pero España tenía para más. Y fue por más. Y se volvió a poner en ventaja. Parecía, otra vez, que el destino condenaba la gran actuación de Cristiano, que la dejaba en un segundo plano.
Tenaz, de nuevo, CR7 apareció. Luchó la pelota frente a Piqué como si de esa jugada dependiera el futuro propio y de su equipo. Consiguió la falta, tras defender su posición. Y ahí fue. Cerró los ojos. Se concentró. No le respetaron la distancia en la barrera. Imaginó el remate. Vio cómo estaba posicionado cada jugador rival. España había puesto a Busquets y a Piqué en el extremo izquierdo de la barrera para tratar de neutralizar ese remate.
Pero no. Nada pudo contra él. La historia ya estaba escrita. Una sentencia. Envolvió la pelota con su pie derecho, la colocó en el ángulo izquierdo de De Gea y estableció la igualdad.
Más allá de Cristiano, al momento del análisis, quedó una impresión: fue una igualdad justa porque España en casi todos los momentos transmitió sensación de ser más equipo. Y así, con esa impronta, dejaba atrás toda esa crisis inesperada. Pero enfrente estaba Cristiano Ronaldo. Y cuando un jugador así está enfrente todo luce posible.
Dejó otra sensación el partido: si Portugal fuera capaz de rodear un poco más y mejor a su crack -con su voluntad inquebrantable y su talento infinito- hasta se podría animar a dar un gran salto.
A todo.