Clarín - Deportivo

Cuando ir a la cancha causa un enorme placer

- Pablo Calvo pcalvo@clarin.com

Es una dimensión desconocid­a para los argentinos: los cocacolero­s tienen posnet y una mochila refrigeran­te que permite mantener fresca la bebida, jamás rebajada con agua. Los vendedores de cerveza agotan sus heladeras y sirven medio litro por hincha.

Los fanáticos de las dos seleccione­s caminan juntos, entran por la misma puerta, se sientan al lado en la tribuna. Todo es distinto a lo que sucede en los estadios argentinos, donde los hinchas tienen prohibido desde hace años ir de visitantes a alentar a sus equipos.

Ahora que los japoneses dieron el ejemplo de limpiar las plateas que ensuciaron en el partido con Colombia, es buen momento para conocer otras diferencia­s con nuestro fútbol.

Son decenas: al llegar al estadio, simpáticas jóvenes rusas saludan desde lo alto, montadas en zancos, y tienen la paciencia suficiente para sacarse unas dos mil fotos con hinchas por partido. “Imaginate en Córdoba, los guasos se escondería­n debajo de las zancudas para entrar gratis a la cancha”, sostuvo uno con la camiseta de Belgrano.

Las banderas no deben superar el tamaño reglamenta­rio de dos metros por uno y medio. En la pared del puesto de vigilancia de cada estadio está pintada la medida justa en celeste, para poder cotejarla. Si la tela supera ese tamaño, debe estar acompañada por un permiso por escrito de la FIFA. Hay un segundo control, del mensaje que porta la bandera: hay que mostrar sus leyendas a una cámara de video que, en un procedimie­nto parecido al del VAR, chequea que no alienten ningún tipo de discrimina­ción.

Hay carteles también que prohíben fumar tabaco y cigarrillo­s elec- trónicos, por una disposició­n que rige para eventos que organiza la FIFA.

El cacheo policial es un manoseo. Con guantes descartabl­es, los agentes recorren todas las partes del cuerpo de los hinchas y periodista­s que van a cubrir el partido, luego de pasar por detectores fijos y manuales de armas y metales. Las mochilas pasan por un escáner como en los aeropuerto­s y hay que encender las laptops para poder ingresarla­s.

La numeración de las plateas es respetada: a nadie se le ocurre sentarse en un lugar no asignado. Las tribunas están techadas: si llueve, nadie se espanta. En los estadios argentinos, no dejan a los hinchas entrar con paraguas, ni aunque asome un diluvio con rayos y centellas.

Se sabe con exactitud cuánta gente hay en la cancha y la informació­n es compartida por pantalla: 78.011 vieron a Cristiano Ronaldo contra Marruecos y 44.190 disfrutaro­n de Polonia contra Senegal. Y en las pantallas gigantes, los himnos de los dos países están subtitulad­os, salvo el argentino, que en su versión mundialist­a fue limitado a la letra “O”.

Los jardineros del estadio están atentos a tapar cada pozo que se genera durante la entrada en calor de los equipos y también por pantalla se le avisa a los espectador­es qué subte les conviene tomar al término del partido. A propósito, cada estadio tiene cerca estaciones de metro, que funcionan hasta la 1 de la manaña.

Y nada de esto apaga la rebeldía natural de los hinchas. El mejor ejemplo es que, ante la prohibició­n de las vuvuzelas que dispuso la FIFA, inventaron una cornetita que suena más fuerte aún, y que puede entrar disimulada­mente.

Hasta la poderosa FIFA se contradice en eso: en el Museo de los Mundiales que abrió en Moscú, puso en una de sus vitrinas más coloridas una vuvuzela de Sudáfrica 2010.

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JUANO TESONE Subidas a los zancos. Todos quieren la foto con las chicas.

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