Papelón fuera de la cancha
Cuatro argentinos agredieron a un croata durante el partido y serían deportados de Rusia.
La violencia tiene manifestaciones sorprendentes. A veces no necesita exhibirse en un campo de batalla o en un centro de torturas. Un joven argentino entra al baño de la magnífica cancha de Nizhny Novgorod y grita desaforado: “Los croatas son todos putos…” Es el entretiempo del partido entre la Selección y Croacia pero el empate todavía no arroja señales sobre la tragedia futbolística que sobrevendría 45 minutos después. Sonríen algunas de las camisetas argentinas que orinan delante de los mingitorios brillantes que construyeron los rusos para el Mundial. Las croatas que hay en el lugar son minoría y ninguna de ellas habla en español. Si no fuera así, seguro estallaría la pelea. Pero todos, argentinos y croatas, tomaron demasiada cerveza y la amabilidad de las cientos de selfies compartidas en la extensa previa de la tarde ya son un recuerdo lejano. Un destello de tolerancia guardado en los smartphones.
Cuando el resultado se tuerce definitivamente en contra de los argentinos, la agresividad se puede advertir en muchos rincones de la cancha. En las plateas, en esos mismos baños y en los pasillos hay bronca a flor de piel. Uno de esos episodios fue registrado por un tuitero español (@soymadridista) que lo subió a las redes para incorporarlo en cuestión de horas a la popularidad millennial de la viralización. Media docena de argentinos arremete contra un muchacho croata que cometió la irresponsabilidad de tropezarse y caerse al piso delante de ellos. Los argentinos lo castigan con una tormenta de pa- tadas y uno aprovecha la disparidad de fuerzas para acomodarle un trompazo en medio de los dientes. Cuando por fin llegan los auxiliares de seguridad rusos, los pibes héroes se escabullen entre los plateístas para ponerse a resguardo. Así intentan que no los identifiquen y los detengan pero las autoridades ya avanzan en la búsqueda de sus datos. El resultado sería la quita del indispensable pasaporte mundialista FAN ID y la deportación incruenta a Buenos Aires de Federico Eslejer, Rodrigo Catalán, Gabriel Pardo y Leonardo Elía, hinchas de Platense.
Pero algunos de los argentinos poseen la virtud de saber escapar a tiempo. Una característica de los barrabravas que dominan la trama más oscura del fútbol en el país lejano. Esos no son barrabravas profesionales, aunque sí hay algunos de esos exponentes dando vueltas por Rusia. Esos son jóvenes (y también unos cuantos adultos) que ejercen el fascismo nacional en las actividades menores que acompañan la épica mundialista. Como algún episodio de machismo repudiable como el que inmortalizó al dueño de un concesionario automotriz de Wilde por hacerle decir guarangadas a una adolescente rusa y grabarlas en su celular para compartir su imbecilidad con el universo digital.
Aunque previsible y minoritario, llama la atención el reflejo barrabrava que arrastran unos cuantos argentinos por el Mundial. No los justifican la ignorancia y la pobreza. Son pequeños barrabravas de extracción media. En el apriete de la clase turista o en la comodidad de un vip tienen la chance de viajar en avión, pagar las costosas entradas de los partidos y hasta adquirir algunos souvenirs lejos del amparo añorado que daba el dólar bajo. Vienen del país en aprietos financieros y son capaces de tirarle un botellazo a un periodista porque el tipo de cambio de la era Macri les complican los planes.
Los barrabravas argentinos encubiertos, con disponibilidad de rublos o tarjetas de crédito habilitadas, no deberían constituir un fenómeno inexplicable de estos eventos. Allí están los antecedentes dirigenciales del presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, Claudio Chiqui Tapia, y el pasado reciente de Julio Grondona para arrojar luz sobre el comportamiento mafioso que persigue a los argentinos como una sombra a cualquier rincón del planeta.
Si alguien quiere adentrarse en el síndrome barrabrava que persigue a los argentinos desde el comienzo de la historia, sólo debe rastrear en youtube el video que muestra al entrenador de la Selección, Jorge Sampaoli, amenazando a un agente de tránsito que intentó detenerlo para hacerle un control de alcoholemia en Casilda. “Sos un pobre tipo que gana 100 pesos por mes, gil”, le escupió en la cara aquella noche el director técnico de celebridad global al funcionario de pueblo. Un día después se disculpó.
Sampaoli se debe haber arrepentido de aquel exabrupto que mostró un aspecto desagradable de su personalidad. El mismo que volvió a aflorar el jueves cuando le gritó tres veces “cagón” a un jugador croata que pareció querer demorar la circunstancia del juego. No fue el temor el sentimiento que dominó a los croatas, evidentemente. Lo que surgió detrás del grito intemperante fue la impotencia argentina que muchas veces busca escapar con violencia de las cadenas insoportables del fracaso.