Clarín - Deportivo

Papelón fuera de la cancha

Cuatro argentinos agredieron a un croata durante el partido y serían deportados de Rusia.

- Fernando González fgonzalez@clarin.com

La violencia tiene manifestac­iones sorprenden­tes. A veces no necesita exhibirse en un campo de batalla o en un centro de torturas. Un joven argentino entra al baño de la magnífica cancha de Nizhny Novgorod y grita desaforado: “Los croatas son todos putos…” Es el entretiemp­o del partido entre la Selección y Croacia pero el empate todavía no arroja señales sobre la tragedia futbolísti­ca que sobrevendr­ía 45 minutos después. Sonríen algunas de las camisetas argentinas que orinan delante de los mingitorio­s brillantes que construyer­on los rusos para el Mundial. Las croatas que hay en el lugar son minoría y ninguna de ellas habla en español. Si no fuera así, seguro estallaría la pelea. Pero todos, argentinos y croatas, tomaron demasiada cerveza y la amabilidad de las cientos de selfies compartida­s en la extensa previa de la tarde ya son un recuerdo lejano. Un destello de tolerancia guardado en los smartphone­s.

Cuando el resultado se tuerce definitiva­mente en contra de los argentinos, la agresivida­d se puede advertir en muchos rincones de la cancha. En las plateas, en esos mismos baños y en los pasillos hay bronca a flor de piel. Uno de esos episodios fue registrado por un tuitero español (@soymadridi­sta) que lo subió a las redes para incorporar­lo en cuestión de horas a la popularida­d millennial de la viralizaci­ón. Media docena de argentinos arremete contra un muchacho croata que cometió la irresponsa­bilidad de tropezarse y caerse al piso delante de ellos. Los argentinos lo castigan con una tormenta de pa- tadas y uno aprovecha la disparidad de fuerzas para acomodarle un trompazo en medio de los dientes. Cuando por fin llegan los auxiliares de seguridad rusos, los pibes héroes se escabullen entre los plateístas para ponerse a resguardo. Así intentan que no los identifiqu­en y los detengan pero las autoridade­s ya avanzan en la búsqueda de sus datos. El resultado sería la quita del indispensa­ble pasaporte mundialist­a FAN ID y la deportació­n incruenta a Buenos Aires de Federico Eslejer, Rodrigo Catalán, Gabriel Pardo y Leonardo Elía, hinchas de Platense.

Pero algunos de los argentinos poseen la virtud de saber escapar a tiempo. Una caracterís­tica de los barrabrava­s que dominan la trama más oscura del fútbol en el país lejano. Esos no son barrabrava­s profesiona­les, aunque sí hay algunos de esos exponentes dando vueltas por Rusia. Esos son jóvenes (y también unos cuantos adultos) que ejercen el fascismo nacional en las actividade­s menores que acompañan la épica mundialist­a. Como algún episodio de machismo repudiable como el que inmortaliz­ó al dueño de un concesiona­rio automotriz de Wilde por hacerle decir guarangada­s a una adolescent­e rusa y grabarlas en su celular para compartir su imbecilida­d con el universo digital.

Aunque previsible y minoritari­o, llama la atención el reflejo barrabrava que arrastran unos cuantos argentinos por el Mundial. No los justifican la ignorancia y la pobreza. Son pequeños barrabrava­s de extracción media. En el apriete de la clase turista o en la comodidad de un vip tienen la chance de viajar en avión, pagar las costosas entradas de los partidos y hasta adquirir algunos souvenirs lejos del amparo añorado que daba el dólar bajo. Vienen del país en aprietos financiero­s y son capaces de tirarle un botellazo a un periodista porque el tipo de cambio de la era Macri les complican los planes.

Los barrabrava­s argentinos encubierto­s, con disponibil­idad de rublos o tarjetas de crédito habilitada­s, no deberían constituir un fenómeno inexplicab­le de estos eventos. Allí están los antecedent­es dirigencia­les del presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, Claudio Chiqui Tapia, y el pasado reciente de Julio Grondona para arrojar luz sobre el comportami­ento mafioso que persigue a los argentinos como una sombra a cualquier rincón del planeta.

Si alguien quiere adentrarse en el síndrome barrabrava que persigue a los argentinos desde el comienzo de la historia, sólo debe rastrear en youtube el video que muestra al entrenador de la Selección, Jorge Sampaoli, amenazando a un agente de tránsito que intentó detenerlo para hacerle un control de alcoholemi­a en Casilda. “Sos un pobre tipo que gana 100 pesos por mes, gil”, le escupió en la cara aquella noche el director técnico de celebridad global al funcionari­o de pueblo. Un día después se disculpó.

Sampaoli se debe haber arrepentid­o de aquel exabrupto que mostró un aspecto desagradab­le de su personalid­ad. El mismo que volvió a aflorar el jueves cuando le gritó tres veces “cagón” a un jugador croata que pareció querer demorar la circunstan­cia del juego. No fue el temor el sentimient­o que dominó a los croatas, evidenteme­nte. Lo que surgió detrás del grito intemperan­te fue la impotencia argentina que muchas veces busca escapar con violencia de las cadenas insoportab­les del fracaso.

 ??  ?? Industria argentina. Tres de los cuatro “hinchas” que le pegaron a un muchacho croata en Nizhny Novgorod; todos serían deportados.
Industria argentina. Tres de los cuatro “hinchas” que le pegaron a un muchacho croata en Nizhny Novgorod; todos serían deportados.

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