Mini Bombonera en pleno París
Un solo grito: ¡Argentina! Aun cuando se escapaba la ilusión de un empate, los mil argentinos que se amontonaban como podían en el restaurante Volver, de París, y en su vereda, alentaban al equipo como si hubiera ganado. Era un último premio a la Selección que había jugado al final con el corazón. Pero no alcanzó.
El Volver, un restaurante argentino de la rue Dauphine en el barrio de St Germain, a pocos pasos del rio Sena, es la nostalgia porteña en París. Empanadas, choripanes, bifes de lomo, panqueques de dulce de leche y las imágenes de Cortázar, Bioy Casares, Piazzolla, más camisetas dedicadas por Di María o Lavezzi en sus paredes azules vuelven la melancolía de los expatriados más placentera y gastronómica. En este sábado de 37
grados se transformó en una "mini
Bombonera" ruidosa, bullanguera y divertida. Bombos, tamboriles, la trompeta de Marcelo (el cocinero) y todos los cantos de “la Popular”.
Con camisetas celestes y blancas, hombres y mujeres se unieron a una celebración que no finalizó con la derrota. En un barrio chic como St Germain, primero los vecinos cerraron sus ventanas con doble vidrio para no escuchar los cantos. Estaban a la defensiva. Con el correr de las horas
se sumaron a la alegría y a la fiesta: argentinos y franceses gritaron juntos, sin enconos, mientras las bocinas de autos, colectivos y taxis sonaban con un profundo “fair play” saludando a vencedores y vencidos.
Llegaban argentinos de París y los que venían de Rusia rumbo a Buenos Aires y se habían enterado por las redes que Volver era lugar de encuentro. Hasta un cartero francés, diplomático, sugería: ”Que gane el mejor”. Carlitos Muguruza, dueño de Volver, era “multiplataforma”: daba órdenes en la cocina, enfriaba la cerveza, entregaba camisetas de la Selección a las camareras, tocaba el tamboril y hablaba con la prensa argentina. Era el comentarista de los medios locales que cubrían el hecho en “el cuartel argentino”, como bautizó Corintin, joven militar.
No cabía un alfiler. Los argentinos cantaron el Himno a capella. Solo algunos silbaron La Marsellesa. Suponían que sufrirían para terminar 1 a 0 o con la taquicardia de los penales.
Los argentinos no se desalentaban con el marcador. Dirigían a los jugadores como si estuvieran en Kazán. Pero cuando Francia atacaba , el restaurante contenía la respiración. El peligro se medía en decibeles. Y al final Volver se sumergió en la tristeza profunda, en las lágrimas, en abrazos silenciosos.