Este River imperfecto sufre con la falta de gol y se alegra por mantener el arco en cero
El equipo de Gallardo otra vez mereció más, pero no definió y sumó tres puntos de nueve. Le falta ese goleador que resuelva en el área rival, como Armani en la propia.
Los números cuentan un River imperfecto. En realidad, un River de las áreas. La gente está conforme, contenta, con voluntad de ovación con ese arquero inmenso llamado Franco Armani. El que el Mundial se animó a desmentir, pero que para cada habitante de la San Martín o de la Belborrable grano o de cualquier rincón del Monumental continúa siendo un superhéroe. Minutos de récord. Muchos de los que caminan los pasillos de este estadio lo suben al pedestal del intocable Amadeo Carrizo. Parece una locura. Pero ese grandote que pasó por Ferro y por Deportivo Merlo convence a todos. Corresponde decirlo: ataja muy bien. Achica el arco. No le hacen goles. También resulta relevante contextualizar: no hay ningún Mbappé en nuestra Superliga.
En contrapartida, el equipo de Marcelo Gallardo no hizo goles en este torneo. Le cuesta. Es cierto: merece más de lo que tiene. Pero no define. Falla ahí donde se resuelven los encuentros. Como contaba un hincha a la salida de la platea Belgrano: “Necesitamos un Armani, pero del otro lado”. Traducción: uno que resuelva ante el arquero ajeno. Uno que no evite. Que la meta. Que convierta. Que defina. Precisión. Contundencia.
River esta vez ofreció ante Argentinos Juniors una receta novedosa. Jugadores con buen pie al servicio de la construcción colectiva. Todos futbolistas factibles de Selección. Capa- ces de desequilibrar, de pase preciso, de panorama amplio. No alcanzó. Quizá a River le falta otra cosa, más allá del beneficio del azar: ese goleador implacable que la mete hasta pegándole mal. No lo tiene. El carísimo Lucas Pratto no ofrece ese recurso. Tampoco ningún otro. Por ahora...
Le volvió a suceder: River se complica cuando los oponentes le proponen la incomodidad de ciertas luchas en la mitad de la cancha. Le aconteció en el Ducó, contra el bravo Huracán de Gustavo Alfaro. De local, padeció los rigores de una fantasma im- de su historia, Belgrano. Los guantes de Rigamonti aquella noche de lluvia ahogaron cualquier grito de gol. Ahora, de nuevo en su casa, Monumental a pleno, también le costó contra Argentinos. De todos modos, se percibe: en los tres partidos pudo haber ganado; en los últimos dos, lo mereció directamente.
Pero más allá de los méritos, por cuestiones de presupuesto (sobre todo), River debería ofrecer más que los destellos de esta noche bajo el cielo del Monumental. No es admisible que el gol sea una ausencia. No porque no lo merezca. Sobre todo, quizá, porque debería sobrarle al respecto.
Quizá, en días felices de Gallardo, River es más copero que un equipo regular. De fecha a fecha. Se transforma en situaciones específicas, pero le cuesta, por ejemplo, ante un modesto Argentinos de local. Tiene recursos que suceden en circunstancias especiales, pero el equipo -que juega poco- no acontece todo el tiempo. Es espasmódico. Y ese no es un buen síntoma. Porque en una mala ocasión puede ser consecuencia de un nocaut inesperado. El tiempo contará de qué se trata la impresión.
Tres puntos de nueve es una conclusión incómoda desde lo numérico en este inicio de Superliga. Merecía y merece más este River, claro. Pero la realidad es que sin goles no se puede ser protagonista. Y eso, justamente eso, le falta a este River. El bendito gol. Ausencia imposible para un candidato. Por supuesto.