Ya está, ya es campeón
Suele pasar: leer muchas veces una historia, por conmovedora que sea, nos hace correr el riesgo de la insensibilidad, de la relativización. Y si la historia tiene como protagonista a alguien cercano, al que podemos tocar, con el que alguna vez conversamos, puede perder impacto. Ni una cosa ni la otra debiera ocurrir con el camino que recorrió Juan Martín Del Potro para llegar hasta aquí.
Se contó mil veces esa epopeya: las tres operaciones de muñeca, la sensación de tocar fondo después de tantas ilusiones, la voluntad inquebrantable que precede al regreso lento, plagado de tropiezos y progresos. La victoria sobre Djokovic (¡justo Nole!) en los Juegos de Río como despegue definitivo. Y la plata olímpica. Los mejores que caen de a uno: Nole, Rafa, Murray, Roger, Wawrinka. La Davis. Acapulco, Indian Wells. Semis de Roland Garros. Cuartos en Wimbledon. Y esta final, 9 años después, en el patio de su casa...
Ningún tenista que no fuera número 1 logró 10 victorias ante un número 1. Es apenas un dato que ilustra la dimensión del Delpo tenista. Y están los otros: el elogio de sus colegas. El cariño de la gente. La admiración de la crítica.
Podrá vencer a Djokovic y gritar de nuevo en Nueva York. Podrá perder, cómo no. Su rival es enorme. Pero volvió a la cima. Talento y esfuerzo.
Por eso es campeón.