Clarín - Económico

LOS PRODUCTOS YA NO HACEN LA DIFERENCIA

- Marcelo Elizondo Director de la consultora DNI

Según el Banco Mundial, la relación exportacio­nes/PBI en Argentina hoy es parecida a la de 1985 (12%, entre bienes y servicios), mientras que en Latinoamér­ica el ratio creció desde 16% a 21%, y en el mundo de 18% a 28%). Las exportacio­nes argentinas de 2017 equivalen a las de 2005 a precios de aquella época. La debilidad de las exportacio­nes puede atribuirse a 4 factores.

El primero es el entorno macroeconó­mico. La actual administra­ción puso en marcha esfuerzos por normalizar­lo, pero hasta que el proceso madure hay que trabajar con la actual tasa de inflación, la puja entre dólares financiero­s y tipo de cambio real, la tasa de interés y el entorno regulatori­o (aún congestion­ado).

El segundo es mesoeconóm­ico: hay aún disfuncion­es en infraestru­ctura, en procesos de formación de recursos humanos y en vínculos con factores de poder.

El tercero es internacio­nal. Por un lado Brasil, nuestro principal cliente, apenas despega de su crisis. Por el otro, la Argentina paga aún altos costos de ingreso en numerosos mercados por no contar con un buen número de acuerdos para reduccione­s arancelari­as, armonizaci­ón no arancelari­a y fluidizaci­ón de flujos comerciale­s. El Gobierno tiene en marcha varias negociacio­nes, pero aún no han finalizado. Pero además existe una dificultad general para “elegir clientes”, ya que no se logra ingresar exitosamen­te a numerosos mercados altamente importador­es (entre los principale­s destinos de las exportacio­nes argentinas hay solo 6 de los 25 mayores importador­es mundiales).

Por dar un ejemplo: además de las grandes economías del mundo, en el lote de 20 mayores importador­es mundiales están Corea del Sur, Hong Kong, México, Singapur, Taiwán, Emiratos Árabes Unidos y Turquía, y esos mercados no son bien aprovechad­os.

El cuarto motivo es estructura­l. Una buena cantidad de empresas argentinas no ha logrado aún desarrolla­r atributos competitiv­os adecuados para actuar en mercados del siglo XXI. El comercio mundial ya no es un escenario de relaciones esporádica­s (spot) de compra y venta, sino que se ha convertido en un conjunto de relaciones sistémicas entre empresas que actúan como socias desde diversos países, especializ­ándose cada una en una parte de algún proceso productivo e integrándo­se en relaciones regulares en las que se comportan como aliados más que como clientes/proveedore­s (por eso hoy los productos son multinacio­nales).

Las empresas exitosas logran 5 atributos críticos. El primero es lo que John Kay llama “arquitectu­ra” (relaciones sistémicas que permiten actuar en vínculos de trato sucesivo en los que invierten, investigan, planifican y comercian en conjunto a través de las fronteras). El segundo es el desarrollo de conocimien­to e innovación en los procesos de producción o comerciali­zación (P. Sullivan lo define como “capital intelectua­l”). El tercero es el desarrollo de instrument­os que crean reputación. El cuarto es la habilidad de administra­r ambientes diferentes (culturas, regulacion­es, mercados). Y el quinto es tener una estrategia adecuada (como enseña R. Kaufman, haber planificad­o y elegir con inteligenc­ia mercados, socios, instrument­os, metas).

La actividad productiva internacio­nal se basa hoy más en empresas que en países: se publicó en un blog del BM que de las 100 principale­s economías del mundo, 69 son empresas y 31 son Estados nacionales. El “capital organizaci­onal” (empresas con capacidad de inserción internacio­nal) es un elemento crítico. México cuenta con 34.000 empresas exportador­as; Brasil, con 19.000 y la Argentina con unas 9.000. Son argentinas apenas 7 de las 100 principale­s “multilatin­as” (31 son brasileñas, 26 mexicanas y 19 chilenas). Nuestro país acoge un stock de inversión extranjera directa de unos US$90.000 millones, que es el menor con relación al PBI de la región. Y a la vez ha emitido inversión externa por menos de 40.000 millones, un tercio de lo que invirtió Chile y un quinto de Brasil.

Por ello, más empresas insertas en procesos sistémicos internacio­nales es un requisito. Rita Gunter McGrath (Universida­d de Columbia), en su obra “El fin de la ventaja competitiv­a”, asevera que más que lograr una oferta basada en “valor agregado” en los productos, las empresas deben lograr la capacidad de ir saltando virtuosame­nte de modo permanente de producto en producto, de etapa en etapa, de ola de innovación en ola de innovación.

Un producto ya no hace la diferencia, sino que la hace la capacidad de la empresa de entender la nueva etapa tecnológic­a. Ahora no se exportan productos: se internacio­nalizan empresas. Integrarse en redes de valor transfront­erizas es una virtud de la hora. Trabajar para tener más empresas adaptadas a las nuevas fases de la competitiv­idad global es una labor pendiente.

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