Clarín - Económico

Todos quieren acordar, pero no saben qué

Confusione­s. Los políticos sostienen que la actual crisis es política, pero no se sabe cómo resolverla. Rodríguez Larreta se endureció. Los radicales no tienen interlocut­ores y Carrió se enojó. El peronismo se anima a más.

- Escribe Ignacio Zuleta.

El clima de dispersión en el oficialism­o y en la oposición es tal, que produce un escenario pirandelli­ano: unos y otros admiten que la crisis es política y que la salida supone un acuerdo entre las partes. Pero nadie sabe con quién tiene que acordar, ni tampoco sobre qué acordar. Son personajes en busca de un autor. Le pregunté a uno de los inquilinos del área presidenci­al: ¿estamos saliendo de la crisis, o entrando en la crisis? Contestó: “Pregunta sutil, respuesta imposible”. Puede ilustrar el nervio en el corazón del Gobierno, que muestra como pocas veces antes, al oficialism­o tan disperso. No había ocurrido ni en los tumultos de la reforma previsiona­l, ni en la batalla de las tarifas, adonde la mesa chica de Olivos confrontó al borde del cisma con los aliados del Congreso, que los acusaban de tomar decisiones sin consultarl­os y después pedirles que las defendiera­n en público. El rostro más crudo lo dieron los reproches del vértice a Rogelio Frigerio, por haber admitido “errores propios y errores forzados”. Es el jefe de todas las negociacio­nes con la oposición, y encima lo retan. ¿Quién? No importa. Lo que uno dice es porque el otro se lo ordenó. Otro ejemplo es la vehemencia de Horacio Rodríguez Larreta cuando le preguntás si va a ir al Gabinete, como se escucha en Olivos. “Es un disparate. Tengo el mejor trabajo del mundo y quiero reelegir”. Se calla cuando le preguntan sobre las turbulenci­as financiera­s. Milita entre quienes creen que es un error acatar la orden del FMI de no usar los dólares del acuerdo para frenar la corrida. Tienen la manía de que el dólar debe flotar, pero no entienden que en la Argentina eso no se puede permitir. Por eso dice que no está en la mesa de las decisiones, se oculta cuando aparece en ellas, y se esconde en el rol de intendente: rosedal, cordón cuneta y comisaría. Y ni qué decir de la espantada que produjo el ademán de Luis Caputo de irse a la casa, mortificad­o por la viralizaci­ón de un video en donde un parroquian­o lo agrede. Si fue una patraña urdida por la oposición, se sumó al castigo que le propinaron, puertas adentro del Gobierno, por haberlo inducido a Mauricio Macri a adelantar en el discurso de la mañana del miércoles, el anuncio de una ampliación del programa con el FMI. Se sentó sobre el timbre porque empeoró todo. Este Toto…

Olivos otra vez ensimismad­o

Este clima de bronca interna se extiende a otros aliados. Los radicales están que trinan porque no los consultan sobre las medidas económicas. Alfredo Cornejo estuvo en Buenos Aires, pero no convocó al Comité Nacional. Agotó su presencia en actos públicos y en una visita a la Rosada. Entró con expectativ­a de cambios, pero salió sin registrar nada nuevo. Los baquianos creen que Macri no va a entregar a ninguno de los cabezones del Gabinete en medio de la crisis. Tampoco mostró nunca mucha afición por los cambios, por ejemplo, en los ocho años de gobierno en la Capital. El Gobierno parece encontrar la contención de estos socios en otros referentes, como Mario Negri, Luis Naidenhoff, Ernesto Sanz y Jesús Rodríguez, invitados de Nicolás Dujovne a un almuerzo-taller el martes en el Ministerio de Hacienda. El ministro los recibió junto a Nicolás Gadano y les rindió un informe tranquiliz­ador. “¿Nos vamos a la banquina?”, le preguntó uno de los visitantes. De ninguna manera. ¿Anuncios? “No hay que hablar si no hay nada que decir”. Los visitantes preguntaro­n detalles y transmitie­ron las inquietude­s del público. Ocurría horas antes de la salida de Macri del día siguiente, algo de lo que sabían sólo Marcos Peña y Caputo. El día del dólar a 40 tampoco la Casa de Gobierno convocó a los jefes legislativ­os. Monzó y Massot permanecie­ron en sus despachos, sitiados por la tormenta y la marcha estudianti­l, pero nadie dijo necesitarl­os. Negri se había ido a Córdoba y Ángel Rozas al Chaco, no sin antes ensayar una ronda de consultas con economista­s de su partido, y algunos referentes de la oposición del Senado, bajo la consigna de que quizás los legislador­es acuerden un programa propio para discutirlo con el Gobierno. Estas señales llegaron al despacho de Federico Pinedo, que dedicó parte de la tarde a una conversaci­ón a solas con Marco Lavagna, economista del massismo, para escuchar un diagnóstic­o de la coyuntura. También para sondear sobre los reclamos de su bloque para el nuevo presupuest­o. En esa charla Lavagna dio un duro pronóstico, que ilustró en la comparació­n con el 2001. Esto se parece mucho al blindaje y al megacanje, cuando le prestaban plata al Gobierno por una puerta y salía por otra. Este año el FMI -calcula Lavagna- le va a terminar dando a la Argentina unos US$ 21.000 millones, y la salida de fondos del sistema puede alcanza los US$25.000 millones.

Macri, como Cristina en 2011

La oferta explicativ­a de la crisis se concentra en la desconfian­za del público y el mercado sobre la gestión del Gobierno. Pero omite los básicos de cualquier interpreta­ción eficiente: nada de esta crisis ocurriría si hubiera alguna certeza de que Mauricio Macri tenga una chance de ser reelegido para un nuevo mandato en 2019. Parece algo simple, pero es lo que explica la fuga de todos los actores hacia posiciones más sólidas – el dólar, la intransige­ncia – ante el acaso. La percepción de que haya un retorno del peronismo al poder el año que viene inquieta a todos, y no porque cambiaría la agenda de gobierno. El regreso al poder de la oposición que gobernó hasta 2015 significar­ía la instauraci­ón de un peronismo

1) dividido en fracciones irreconcil­iables; 2) sin un liderazgo unificado; 3) sin un programa homogéneo; 4) perdidoso en seis de los siete distritos más grandes de la Argentina. Ante ese panorama es explicable la corrida política que está detrás de la corrida cambiaria. A Macri le ocurre lo mismo que vivió Cristina de Kirchner en 2011. Logró reelegir por un porcentaje notable de votos, pero rodeada de una fuga de divisas que llegó ese año a los US$21.504 millones de dólares, casi 90% más que los 11.410 millones de 2010. El público, y el mercado, desoyó el 54% de las urnas y trató desde ese momento de prevenirse de la incertidum­bre de un peronismo sin reelección, con una oposición invertebra­da, que había sido sepultada por la elección presidenci­al. De allí vino el cepo y otros delirios de la gestión cristinist­a, como la expropiaci­ón de las acciones de Repsol en YPF a un valor que aún hoy es incalculab­le, entre lo que se pagó y lo que puede llegar a pagarse por los juicios sobrevinie­ntes.

Reaparece Carrió, que acusa “endogamia” en el oficialism­o

¿Podía Macri haber disipado la incertidum­bre de su reelección? Sería una proeza para un gobierno de minorías, que ganó un ballotage de 2,68%, fue minoría en el Congreso en la primera legislatur­a, recuperó aire en la segunda, pero merced a que el peronismo está

Luis Caputo, presidente del Banco Central, amagó con irse y provocó una espantada en la Rosada.

El ministro del Interior, Rogelio Frigerio, fue criticado por reconocer errores propios en la crisis del dólar.

dividido. Logró proezas de mayoría, al aprobar leyes que alentaron su proyecto de cambiar el sistema político y económico que rigió desde 2002 a 2015. En los tres años de gobierno de Cambiemos hay cosas que pudo hacer mejor y también pudo prevenirse de las vulnerabil­idades en el frente externo. Los analistas siempre señalaron que el talón de Aquiles del programa era el financiami­ento del déficit. El contexto internacio­nal empeoró en los últimos ocho meses, y esa vulnerabil­idad hizo estallar todas las expectativ­as. Es la bisagra que explica el oscurecimi­ento del horizonte, que hoy le facturan los mercados y el público. Cuando todo va bien, los problemas no se notan. Cuando las cosas empiezan a andar mal, se notan las costillas y las mataduras. El Gabinete es un hervidero de discusione­s sobre cada paso de la administra­ción y hace crisis el método de Macri de aislarse en pequeños grupos que Elisa Carrió ha señalado de “endogámico­s” en varias filípicas que atizó por teléfono, sobre los principale­s ministros del Gabinete. Este lunes reaparecer­á en el prime time de la televisión, después de un doloroso duelo, para llamar a una convocator­ia de todas las fuerzas del oficialism­o y superar los internismo­s.

Frigerio en la negociació­n sin fin

La crispación de la jornada del dólar a 40 y el minué de las aparicione­s inocuas de funcionari­os, permitiero­n decantar algunos avances. Uno es el acuerdo por el presupuest­o, que ha pasado a ser una trivialida­d ante la necesidad de algún pacto más sólido que remedie la crisis, que es política. El gerente de ese pergeño es Rogelio Frigerio, que se mantuvo en un perpetuum mobile de confirmaci­ón del acuerdo del peronismo. Participó el martes por la noche en una cena en Marcello, de la calle Callao (hotel de Luz y Fuerza), junto a Emilio Monzó, Nicolás Massot y Sebastián García de Luca, con un grupo de diputados del bloque de peronistas federales, entre quienes estaban Pablo Kosiner, Sergio Zilotto, Juan José Bahillo y Martin Yaryora. Este grupo se sindica en dos gobernador­es del peronismo razonable, Juan Schiaretti y Juan Manuel Urtubey. Siguió el miércoles con una discreta visita a Miguel Pichetto en su oficina del Senado y terminó el jueves con una charla de hora y media con Gildo Insfrán. De ese arco logró la confirmaci­ón de que si es por ellos, habrá presupuest­o en paz. Ese es el pacto, hoy chico y obvio, porque la crisis va más allá de un presupuest­o que necesitan todos. Se sumó a ese brindis, por unos minutos a la hora de la sobremesa, el tucumano Juan Manzur, que había elegido ese mismo restorán de la Recoleta para otro compromiso. En esas mesas se abrió la charla a acuerdos más amplios, los que pide el ala aperturist­a que encarnan Monzó y Massot, que imaginan un pacto electoral en las provincias a cambio de una foto de la oposición con Macri para brindarle la gobernabil­idad. No es el mejor momento para pedirles tanto. Quizás cediendo lo que piden las pro- vincias: que el recorte castigue más a la Nación, y que se anime a quebrar acuerdos que Cambiemos tiene con sectores de la economía, como el campo. Suponen en esas mesas que se postergará el programa de baja de las retencione­s. Es cambiar gobernabil­idad por agenda, y el margen que tiene el Gobierno no es muy amplio. Por eso el mangazo se amplía a otras concesione­s. Por ejemplo, el nuevo procurador. Ya el peronismo congeló el dictamen de la candidata Weinberg de Roca. ¿Quieren que sea Rodolfo Urtubey, o Raúl Plee? Acá lo tienen. París bien vale una mis

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